Nocturno
Alguna vez, en el principio
fuiste tiempo y cal.
Bebiste de tu sed.
Un movimiento sinuoso
te acercó a la primera estrella.
Conociste la orfandad y la desidia.
Estabas en tu estado original.
Un vapor que se pasea sobre la tierra.
El sótano
Supe de mi invisibilidad
dos o tres días después de mirar
las fotografías que estaban guardadas.
No era yo.
Tampoco escuché mi nombre.
Entonces me consoló un recóndito anfibio
que salía de la humedad, sereno.
Toqué las escamas.
Miré los ojos de cristal.
Hay veces en que mirar directo a los ojos
es igual que sumirse.
Una vez más
los negativos colgaban en el sótano.
Bajé y te vi.
Todo inundado otra vez.
No era yo.
La casa
Rocé la arena
que se deshizo entre mis pies.
No hallé los cimientos.
De mi pecho salió apenas un débil gorjeo.
Rebordeé la costa con el torso.
Solo quedaba vapor de la noche anterior.
Moho, madera, hormigón y algunos clavos.
Detrito sobre un terreno boscoso.
Reconozco el grafiti rojo sobre la pared sucia.
He llegado.
Ser reptil
Me asomé al cuerpo de agua
con una cierta sed.
Dibujé un espejismo con la carne.
El volumen de mi cuerpo
saludó a su doble
y bebió de sí mismo.
Un sabor a bisonte almibarado.
Regresar del abismo siempre tiene sus ventajas:
Ir detrás de las serpientes y sus silbos.
Sentir la tierra mojada debajo de la piel.
Hábitos
Despertar con ardor en las pupilas.
Tomar el desayuno.
Las luces del semáforo dentro de la nevera
todavía parpadean.
Arde la brea.
Todo el suelo es un voluminoso charco azul.
Sé que no me he podido mover de aquí.
Arrastro una rabo pesado.
Hay una luz en la montaña que parpadea.
No sé si es una estrella o un foco.
Pienso en el campo y en mi abuela.
Ciertos desvelos son reposo.
(este último se publicó en la Revista Cruce)
Frutos
Forbidden fruit a flavor has
-Emily Dickinson
Alguna vez jamaqueé una enredadera de parcha.
El retoño acostumbrado a la lluvia
cayó liviano a mis pies.
Cuando toca la tierra mojada
se convierte en fruto prohibido.
No te comas las que han caído,
me decías afanosa.
La guarecí en mis manos
hasta el atardecer áureo.
Chorrea por el antebrazo.
Ambrosía naranja que sabe a secreto.
Hay algo de probar una jugosa parcha
que conoce de las estaciones y la transmutación.
El néctar pesa en la lengua
como su propia gravitación suntuosa.
Zaira Pacheco es poeta y profesora de lengua y literatura. Ha publicado el poemario Ciutat y el ensayo crítico Androginia y deseo en Póstumo el transmigrado de Alejandro Tapia ambos en la Editorial La secta de los perros. Los poemas que mostramos son de su poemario Despertar en el Sahara, de Ediciones Alayubia.