Se van los pobres y llegan los ricos ¡Otra vez!

Por Manuel de J. González/CLARIDAD

Mientras los afroamericanos, a mitad del siglo XX, abandonaban el Sur empobrecido hacia los centros urbanos del Norte, los puertorriqueños emprendían el mismo viaje mayormente hacia Nueva York. La diferencia era que los puertorriqueños contaban con un gobierno que los impulsaba a salir. En 1947, el gobierno del partido político de Luis Muñoz Marín creó una oficina sobre migración, un caso raro de una agencia gubernamental dedicada a promover que la gente saliera. El gobierno distribuyó millones de panfletos para ayudar a la gente a adaptarse a vivir en el continente. Oficiales del gobierno de Muñoz Marín crearon un programa de entrenamiento de tres meses dirigido a mujeres que trabajarían en servicio doméstico. Allí recibían lecciones de inglés, cómo lavar platos, pulir plata, contestar el teléfono y arreglar la ropa.”

La cita anterior, tomada del libro How to hide an empire de David Immerwahr, Pág.251, (traducción mía) nos lleva a un periodo de la historia puertorriqueña bastante parecido al actual, cuando un segmento importante de la población abandonó nuestro país hacia Estados Unidos. Siempre se supo, como destaca el autor citado, que aquella oleada migratoria recibió el estímulo oficial de un gobierno que buscaba reducir la pobreza expulsando a los pobres. Según el discurso oficial el esfuerzo gubernamental sólo se dirigía a darle algún amparo al emigrante, pero resultaba evidente el estímulo para que la corriente migratoria incrementara. 

Al impulso a la emigración se unió una intensa campaña de control de la natalidad que nos llevó a tener una de las tasas más altas del mundo de esterilización femenina. Dice Inmmewahr (Pág. 248): “Los puertorriqueños tienen historia sirviendo como sujetos para la experimentación médica, desde la anemia hasta el gas mostaza. Su pobreza y su condición marginal en la sociedad estadounidense los convierte en un atractivo forraje. No sorprende entonces que Puerto Rico se hubiese convertido en campo de experimentación de uno de los inventos más trasformadores del siglo XX: la pastilla para controlar la natalidad.” A la pastilla se unió la esterilización física, practicada de forma masiva en los hospitales públicos. 

Mientras los puertorriqueños salían hacia los barrios marginales de Nueva York, se producía otro viaje en dirección contraria. En los nuevos aviones que cubrían la ruta directa entre San Juan y Nueva York llegaban los empresarios de la manufactura atraídos por las exenciones contributivas, la abundante mano de obra y los bajos salarios. También llegaban las primeras grandes empresas de consumo a captar los nuevos salarios que ya circulaban. 

Las consecuencias de aquel periodo las estamos viviendo ahora. La expulsión poblacional y la atracción de capital manufacturero con exenciones contributivas produjeron altas tasas de crecimiento económico, que le permitieron al gobierno colonial proclamar un “milagro económico” y a Estados Unidos vendernos como la “vitrina del Caribe”. Aquel crecimiento, sin embargo, no se tradujo en desarrollo. Tan pronto se redujo el flujo de capital externo, los males tradicionales emergieron porque nunca desaparecieron, tan solo se maquillaron. De paso nos convertimos en un país que, en términos proporciónales, tiene más población fuera que al interior de su marco territorial. 

Con el nuevo siglo XXI, mientras se agudizaba la problemática social con la crisis de la deuda pública, hemos estado viviendo otra ola migratoria hacia Estados Unidos. El viaje ahora es un poco más corto porque Nueva York ha sido sustituido por Florida, pero la historia es la misma: decenas de miles de puertorriqueños se han visto obligados a abandonar su país para “buscárselas” en otro lugar

También es igual el viaje que se da en la otra dirección, desde el norte hacia el Caribe. Mientras los boricuas son literalmente expulsados hacia Estados Unidos por las condiciones socioeconómicas, desde allá llegan como buitres detrás de la carroña los empresarios atraídos ¡otra vez! por las exenciones contributivas. El pasado fin de semana la prensa reportó el impacto que han tenido las llamadas leyes “20-22” en el ambiente social puertorriqueño, en particular en el mercado de vivienda. 

Esta nueva oleada de ricos, igual que los anteriores, tampoco ha venido a traer capital que impulse un verdadero desarrollo económico. Vienen a obtener una ganancia rápida y grande especulando con bienes raíces en el San Juan Antiguo, los barrios caros de la Capital y los municipios costeros. Ni siquiera construyen estructuras nuevas, lo que ayudaría en algo a la economía, sino que especulan con lo ya construido mientras se aprovechan de este nuevo paraíso fiscal tropical. 

Un adiós a dos hermanos

La pasada semana Puerto Rico perdió dos hijos de gran valía, de esos que no se reponen fácilmente: Lerroy López Morales y Carlos Alberty. En cuestión de días los dos partieron para siempre, víctima del corazón el primero y del maldito cáncer el segundo. 

Lerroy fue un precoz estudiante de economía que, todavía adolescente, logró ingresar a una de las universidades más prestigiosas del mundo, la británica Cambridge, donde cursó estudios doctorales. A su regreso a Puerto Rico practicó la profesión adquirida mientras simultáneamente militaba en el Partido Socialista Puertorriqueño (PSP). Desde entonces nunca dejó de aportar al país de sus querencias.

Mientras Lerroy se destacó en el campo de los números y las ecuaciones, Carlos Alberty escogió el de las letras. Desde muy joven fue profesor de literatura en la UPR donde se convirtió en estudioso de la obra de otro pilar de las letras boricuas, el poeta Francisco Matos Paoli. Además, por mucho tiempo Alberty fue, junto a su querida esposa Sofía Cardona, fue un colaborador activo y constante de CLARIDAD, particularmente de la revista cultural En Rojo. 

Que los buenos recuerdos atemperen el golpe de esta pérdida. 


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