Será otra cosa: Ramb…után

¿Habrá que sustituir al mesías esperado por el rambo encasquetado?

Mientras debato esta sesuda cuestión de nuestro sofisticadísimo patriarcado del patio, recuerdo las masculinidades otras (o las resolutas no-masculinidades, según usted prefiera) que poblaron el estreno, el pasado 14 de julio, de la tercera temporada de Teatro de la Commedia, en escena una vez al mes en La Tertulia, Mayagüez. Para el heroísmo de Vueltabajo Colectivo y lxs demás artistas independientes que arman dicha puesta, no hacen falta armas largas, bíceps inyectados, excepcionalismos gringos ni instrucciones herederas de la línea fálica penepé. De hecho, el heroísmo de este trabajo-sueño teatral resulta de la colaboración colectiva, rizomática, en los márgenes de los márgenes del país, para destronar, parodiándolos, a los rambos de la legislatura, de la junta, del capitolio, de las cenizas, de los fundamentalistas, de los colonizados de toda ralea.

Inspirado en la commedia dell’arte, clásico teatro de la calle, revelador en su mascarada, ambulante e irreverente, tan improvisado como codificado, la propuesta de estxs artistas combina piezas breves de diversa concepción (recibimos, incluso, una visita intergaláctica) en un amplio espectro de provocaciones (visuales, auditivas, lingüísticas, táctiles). Me provoca, especialmente, el anti-rambo que cerró el estreno de temporada: un clown sin nombre y sin palabras, representado por Eury G. Orsini y conceptualizado por Zuleira Soto-Román, ambxs de Vueltabajo. Se me antoja llamarle Rambután.

Como las pullas del rambután, suaves en su aparente ferocidad, los titánicos esfuerzos del clown figuran inutilidad. Rambután no da pie con bola, o da más de dos pies con muchas bolas. Desde que aparece por detrás de nuestras cabezas, es a un tiempo impotente, triste y tierno. Todo lo acomete con los movimientos lentísimos, que hacen del cuerpo exclusivamente sus articulaciones, propios de la pantomima.

En su espalda, Rambután carga una mochila que, más tarde, descubrimos contiene una trompeta a la que él solo es capaz de arrancarle una nota desafinada. De un carrito que arrastra tras de sí, saca tubos con los que monta un tendedero para interactuar con una chaqueta, danza que termina haciéndonos dudar de la diferencia entre un cuerpo y un gancho. Con los contenidos del mismo carrito, arma una imagen de absurda domesticidad: conecta una extensión eléctrica y acomoda en una mesa que no existe un caldero, una lámpara de escritorio, una suerte de atril que se vuelve espejo imaginado y otros objetos inconexos. A continuación, utiliza la luz de la lámpara de escritorio para ¿arreglarse? el maquillaje. De una nítida división original entre el blanco y el negro, el reacomodo bajo la luz del contrato entre el ELA y AES, resulta en la conversión de su cara en ceniza. Rambután nos contempla, entonces, con una insondable tristeza de muerte por desidia. Y luego, se produce la transgresión. Con improbables malabares, Rambután traslada su cuerpo desde una minúscula silla hasta el otro lado de la mesa improvisada. En el proceso, atraviesa el espejo imaginado sin tocar sus bordes y abre una insólita, por primera, sonrisa.

Así, lo sugerido es lo real. Lo improbable es lo posible. Lo soñado es lo alcanzable. Atravesar el espejo. Llegar a otra parte. Del mismo modo en que la ferocidad aparente del rambután protege un tesoro, el clown guarda tras su supuesta futilidad un fruto de fibra pegajosa, tan imposible de despegar de la semilla como quimérico es convencer a Rambután de que la casa que ha construido no existe. A ese fruto, llamémosle libertad.

Teatro de la Commedia vuelve a La Tertulia el próximo 11 de agosto. No hay que sustituir porque no hay que esperar. Nutra usted el sueño de la libertad. Construya usted la casa. Atraviese usted el espejo.

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