Se sabe que durante más de medio siglo, el “progreso” al estilo gringo ha venido expulsando la vida de los cascos de los pueblos en Puerto Rico. Se sabe también que los últimos son tan criaturas coloniales como lo son las autopistas y los moles, pero que ambos diseños del espacio responden a distintas premisas históricas y socioeconómicas. En Mayagüez, el “desarrollo” del siglo XX partió por el medio, literalmente, los focos económicos de la costa y del pueblo, según concebidos por el imperio español. Cada vez que transitamos por la carretera #2 y cruzamos el viaducto de Mayagüez, viajamos por una herida que sigue sangrando: el corte neocolonial de las viejas premisas peninsulares. Podría decirse que es como cruzar el Atlántico. Como sé que ambas disposiciones espaciales y, por tanto, vitales, son impuestas por poderes carniceros, nunca he deplorado como tragedia nacional el abandono de los cascos de los pueblos, del mismo modo en que nunca he lamentado como pérdidas desgarradoras de la nación las transformaciones del español boricua y la multiplicidad de usos del inglés. A mucha gente en Puerto Rico le encanta olvidar que ambos idiomas han sido, igualmente, imposiciones genocidas.
Dicho lo anterior, tampoco puede ignorarse que el modo en que están concebidos los pueblos en nuestro país promueve el encuentro interhumano e interespecie mucho más de lo que lo hacen las vías “principales.” Las últimas están abocadas a la atomización al interior de ventanillas-fronteras, aires acondicionados y moles. La #2 separa y vulnera la vida; hace casi imposible el contacto. Todas las especies arriesgamos la vida al intentar caminar por, a través de, junto a, la carretera “principal.” Hay una cantidad infinitamente mayor de perros muertos en las vías principales que en las calles de los pueblos. En la #2, no se puede acariciar una perra, ponerle un envase con agua o intentar espantarle su afán de acompañarnos. En el pueblo, eso aún es posible. A pesar de haber sido tomados también por el carro, en los pueblos de Puerto Rico todavía se admiten las caminatas y se propician los contactos.
Es posible que se me riposte que, sin importar la disposición del espacio o el esfuerzo percibido de habitarlo de uno u otro modo, la especie humana, sea en la #2 o sea en el pueblo, en la ciudad o en el campo, no es más que un títere del capital y, en casos como el nuestro, de la colonia. Es pesada la carga histórica de esa metáfora: a las marionetas se las ha despreciado hasta la saciedad. A mí, por el contrario, no me preocupa concebirme como títere; hasta de la estructura genética o de la evolución biológica podemos ser marionetas. Además, quien ha experimentado una buena manifestación de la milenaria tradición escénica de donde proviene la metáfora que nos ocupa, sabe bien de su extraordinario poder de conmoción y trasformación. La pregunta, como de costumbre, será la de la aspiración: ¿qué títeres anhelamos ser?
Quienes nos acercamos a Taller Libertá, espacio principalmente gestionado por Vueltabajo Colectivo y ubicado en la calle Pablo Casals (antigua calle Libertad) no. 66 en Mayagüez, para su inauguración como taller en las noches del 14 y 15 de diciembre, encontramos en la Titeretada 2017 nuestro espejo, en el que nos deslumbramos al trasluz de la belleza y del amor. Producto de la colaboración comunitaria y entre los colectivos artísticos participantes (Vueltabajo, Deborah Hunt/MaskhuntMotions, Casa Múcaro, Papel Machete, …Y no había luz), el Taller Libertá, que comparte calle con la Plaza del Mercado de Mayagüez (a ambos lados de la Casals, hay frutos igualmente imprescindibles), se volvió, bajo luces bajas, amplias cortinas negras, bancos hechos de paneles y antiguas cajas de leche, en zona de encuentro, riesgo y creación. Allí, fuimos títeres con la posibilidad de abrazarnos y espeluzarnos, de rompernos las extremidades, recogerlas y recomponerlas, de entrar a una barra y reconfortarnos en la compañía cuerpo a cuerpo, de subir unas escaleras con las que nos topamos por azar y encontrarnos allí otra forma de vida (un baile, una escena, un amor), de mirar tras las vitrinas y poder entrar a tocar lo que tras de ellas se esconde, de parar el tiempo para admirar un pedazo de belleza que se impone, a pesar de todo.
No creo exagerar si califico la Titeretada como sesión de sanación colectiva por la catástrofe que los poderes capitalistas-coloniales han producido tras el paso de María. Al verme, al vernos, al ver el país, en títeres y máscaras que se desmiembran y se remiendan, que se cosen los ojos para no ver, que cantan al poder del hacha y el machete que abren caminos, que convierten cajas de priority mail en aves soñadoras, lloré un largo y profundo llanto, el que no he podido llorar desde septiembre porque hay que seguir, seguir, seguir. También reí con una sonoridad sin culpa la sátira de nuestra estupidez y, sobre todo, la burla de la maldad sin proporción de quienes mandan y deciden.
Al interior del Taller Libertá, que ha sido, y sigue siendo, centro de acopio y distribución de la Brigada Solidaria del Oeste pos María, otro país no solo se volvió posible, sino que se hizo. En lo sucesivo, y con el apoyo decidido de los títeres libres que anhelamos ser, al interior del Taller Libertá otro país no solo se volverá posible, sino que se hará. Allí construiremos el país como se construyen los países… y los títeres: a muchas manos, juntas, a veces siendo guiadas y a veces guiando, con amor, belleza y equivocación, zurciendo y rehaciendo, jugando y pensando, sin querer queriendo.