En Rojo
A diferencia de algunos amigos, no creo que la elección de proto fascistas en Argentina, Europa y EEUU en el último año sea cuestión de que prefieren a «otros» en vez de a los políticos tradicionales. Milei, Meloni, Orbán -por mencionar a algunos- no tienen nada de novedosos. Lo novedoso es que las redes sociales le permiten más difusión que en cualquier otro momento de la historia. Pero su contenido, a veces aludiendo a escuelas económicas del siglo XIX o a la Escuela de Chicago como en el caso del argentino, no tienen nada de refrescantes.
Plantearse que de dos males, el menor es un falso dilema. Se asume que solo hay dos alternativas (un mal mayor y un mal menor), limitando el espectro de posibilidades. Esto puede llevar a ignorar otras opciones que podrían ser más éticas o beneficiosas. Si es que existen. Entre Trump y Harris en EEUU, ¿cuál es la decisión más ética?
Por otro lado, elegir el mal menor puede llevar a la normalización de la aceptación de daños o injusticias, justificando acciones que, de otro modo, serían inaceptables. Esto crea un precedente peligroso en la toma de decisiones. Además, lo que una persona considera un «mal menor» puede no serlo para otra. Esta subjetividad puede llevar a confusiones y a la falta de consenso sobre lo que realmente es más dañino.
Elegir entre la derecha extrema y la derecha liberal -el mal menor- puede tener consecuencias imprevistas que, en última instancia, podrían resultar en un daño mayor a largo plazo. Pero en estas discusiones sobre el auge del extremismo gracias a que el juego electoral pone en disputa “dos males” a menudo ignora consideraciones éticas más amplias, como la justicia, la equidad y los derechos individuales, lo que puede llevar a decisiones que no reflejan principios morales sólidos. Seleccionar “el menor de dos males” a menudo ignora la posibilidad de soluciones más positivas o creativas. Estas no incluyen nunca que el fascismo sea algo distinto al neoliberalismo.
Está claro que lo que constituye un “mal” puede ser subjetivo y variar según la persona, el contexto y las circunstancias. La idea de que hay un “mejor” mal presupone una comparación objetiva que no siempre es posible. En este caso, la «otra» alternativa es una vieja alternativa que lleva traje y chaqueta en vez de uniforme militar. Pero no se excluyen. Se complementan.
Algunas teorías éticas argumentan que uno siempre debería buscar hacer el bien y evitar el mal, en lugar de elegir entre males. Claro, es más fácil decirlo que hacerlo. Pero al menos en teoría, el “menor” de dos males – el «desconocido», en oposición a los males «conocidos»- podría tener consecuencias no previstas a largo plazo. Lo que parece ser el menor mal en el corto plazo podría resultar en mayores problemas en el futuro. En el caso de Milei, sus propuestas han fracasado donde quiera que se han impuesto y en todos los casos el autoritarismo con el que se imponen son de carácter dictatorial -porque no hay otro autoritarismo- o de crisis permanente.
Elegir políticos fascistas en oposición a neoliberales, si partimos de la premisa de que son entes separados, sugiere una falta de pensamiento creativo o de exploración de soluciones alternativas que mata.
En lugar de elegir entre dos males, ¿se podría buscar una tercera opción que evite el daño? ¿No es la propia estructura del quehacer político la que evita esa otra opción? En EEUU el movimiento es tan caricaturesco como en Argentina. En Rusia y Ucrania, ¿son Putin y el comediante Zelensky las únicas alternativas? ¿No son ambos unos protofascistas impresentables?
Me niego a ignorar la subjetividad y la complejidad moral en este falso dilema. No quisiera limitar el pensamiento creativo y la búsqueda de soluciones. Me niego a aceptar que la izquierda sea incapaz de ser alternativa. Y claro, decir que no hay distinción entre izquierda y derecha es otro falso dilema, una trampa en la que no voy a caer.
Si bien conocemos las andadas de Donald Trump y su lunatic fringe, en las mas recientes elecciones europeas, las extremas derechas obtuvieron un resultado histórico: cerca de 25% de los votos y a algo más de 200 eurodiputados (sobre 720). Hace apenas 20 años, los ultras apenas superaban el 10% . Sin embargo, hoy, la ultra derecha es la primera fuerza política en seis países (Francia, Italia, Hungría, Austria, Bélgica y Eslovenia).
La normalización de esa visión hija del fascismo se inició en los años 80 (con Reagan y Thatcher) y ahora se recogen los frutos. Ambos líderes implementaron políticas que promovían los principios del neoliberalismo, caracterizados por una economía de mercado libre, la desregulación, la reducción del tamaño del estado y un enfoque en la responsabilidad individual, una ideología que enfatizaba el individualismo, la competencia y la iniciativa privada, en contraposición a las políticas keynesianas que habían dominado después de la Segunda Guerra Mundial.
Estos dos hermanos fraternos ideológicos, no solo transformaron sus respectivos países, sino que también sirvieron como modelos para otros gobiernos alrededor del mundo, fomentando un movimiento hacia políticas neoliberales en diversas naciones que si bien dieron lugar a aumentos en la desigualdad y cambios en la percepción del papel del estado en la vida económica y social, han triunfado ante la pobre coherencia discursiva de la izquierda.
El mayor fracaso de la izquierda radica hasta ahora en su incapacidad para ofrecer una alternativa convincente y efectiva al capitalismo contemporáneo. Algunos teóricos critican a la izquierda por haber caído en el reformismo y la adaptación a las condiciones del capitalismo, en lugar de desafiar sus fundamentos estructurales.
El esloveno, Slavoj Žižek, por ejemplo sostiene que la izquierda ha perdido su capacidad para imaginar un futuro radicalmente diferente y mejor. En lugar de proponer una visión utópica que inspire y movilice a la gente, se ha centrado en reformas parciales que no cuestionan el sistema capitalista en su totalidad.
En todos los países mencionados, la izquierda contemporánea a menudo está fragmentada en diversas corrientes y movimientos, lo que dificulta la construcción de una agenda coherente y colectiva. Esta división impide que se presente una oposición sólida al neoliberalismo. De hecho, en los EEUU la opinión pública llama izquierda a políticos que pertenecen al Partido Demócrata, como Alexandria Ocasio Cortés.
¿Cómo aborda el discurso opositor a los gobiernos de derecha extrema los desafíos como el cambio climático, la migración y la desigualdad global? ¿La atención excesiva a las políticas de identidad y cuestiones culturales ha llevado a la izquierda a descuidar las preocupaciones económicas y de clase que son fundamentales para un cambio social significativo?
Parecería que de San Juan a Washington; de La Habana a Moscú falta una alternativa radical y transformadora al capitalismo y un frente común unido en torno a una visión que aborde de manera efectiva los problemas contemporáneos.