Sobre los límites de la imaginación distópica (provocaciones)

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Especial para En Rojo

«Es deber nuestro insistir en que, si la humanidad no es otro experimento fallido de la Naturaleza, solo saldrá a flote (en caso de hacerlo) con la rosa náutica toda en las comunes manos constructoras»
 Roberto Fernández Retamar

Hace poco, en una revista literaria, me topé con la afirmación de que se apreciaba una «tendencia en la narrativa puertorriqueña más reciente de imaginar un futuro en donde el fracaso del país ya ha acontecido». Esta afirmación, que se hacía con cierto tono descriptivo, pero quizás también aprobatorio, me produjo cierta perplejidad, y me llevó a la siguiente pregunta: ¿Qué dice de un país el que sus mentes creadoras y creativas reiteren el colapso?

No veo forma de darle la vuelta. De manera consciente o inconsciente, si la afirmación que le da pie forzado a este texto es cierta, la narrativa puertorriqueña podría ser un ejemplo más de aquella famosa frase atribuida a Fredric Jameson: «es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo». La inmediatez del capitalismo tardío, en la medida en que se encuentra en un pantano desde (por lo menos) el 2008, incapaz de superar sus propias contradicciones, impulsa la idea de que no hay cambio posible. Al decir de Margaret Thatcher: no hay alternativa. Aunque, a diferencia de la época de Thatcher, quien afirmaba que no hay alternativa porque la solución es el capitalismo neoliberal, la época actual, más cínica en su ideología, nos inculca que no hay alternativa porque es imposible superar el capitalismo. No lo defiende; sencillamente, lo presenta como inevitable. Por eso, su filósofo más representativo es Byung Chul Han, quien critica el presente, pero ve en él la perpetuidad del sistema. La narrativa puertorriqueña de tendencia distópica reproduciría la ideología que le es inmediata al capitalismo tardío, del fin del mundo en términos metafóricos-históricos («grandes narrativas») y en términos más literales: reflexiones sobre la inevitabilidad del colapso climático, de la tecnodictadura, de la colonia perpetua. El futuro será porque nada cambia. El que en ocasiones se refiera más a la condición nacional que a la mundial no transforma el problema. En todo caso, quizás lo hace más acomplejado: el mundo puede cambiar, la colonia es estancamiento perpetuo. 

Pero Jameson no hacía referencia a manifestaciones artísticas al rescatar aquella frase, sino a la sociedad en general. Si el arte se supone que sea, por su fuerza creativa, una manifestación novedosa y, por tanto, crítica, ¿qué dice de ella el que tienda a repetir el colapso?

En conversaciones del tema, incluso parecería como si la «originalidad» de una obra se midiera a partir de lo «novedoso» de cada distopía particular. Lo extraño: lo «novedoso» es preso del capitalismo, se da a su interior. Ni tan siquiera en los multiversos parece imaginarse una alternativa, ya que reproducen el capital universo tras universo. Todo cambia, menos el dominio de la lógica de la producción mercantil y la ganancia privada.

Se me pudiera reprochar que le estoy pidiendo a la literatura un compromiso político, exógeno a lo literario. Todo lo contrario, esa es mi preocupación: que inconscientemente esta reproduzca el compromiso político, exógeno, que le impone la inmediatez del capitalismo tardío. Lo fácil es, precisamente, pensar que no hay salida, que no hay alternativa. Lo creativo debería ser, precisamente, apuntar a la posibilidad de una salida, porque la propia sociedad es una totalidad abierta a otros caminos, otras posibilidades. Si los sectores más creativos de la sociedad no pueden demostrar que es posible una respuesta distinta, ¿qué dice eso de nuestra literatura? La literatura no puede ser solo homología, repetición de lo inmediato, sino respuesta en forma artística a la vida. No para crear utopías igualmente contraproducentes, sino para propiciar lo novedoso. No para repetir la fantasía, sino para incitarnos a ir a la izquierda de lo posible. 

(Un paréntesis que amerita reflexión es la literatura especulativa del pasado, como El resplandor de Luzbella, que no presenta a un futuro distinto, pero sí uno alterno, si el pasado hubiese tomado otro camino. El que esta novela entre en la tradición de la literatura utópica y no distópica, es revelador.)

***

Al inicio, dije que la narrativa puertorriqueña «podría ser» ejemplo de la frase de Jameson, no que lo era. Al interior de la distopía también puede haber aperturas críticas, de caminos no tomados, de alternativas reales. El reto está en, no solo crear otros mundos literarios, sino señalarlos para nosotres.

(¿Y qué del oficio crítico? Incluso la afirmación inicial de la revista pudiera entrar en contradicción con los propios textos que buscaba describir. La literatura siempre es más ancha que la lectura que de ella se pueda hacer. En ese sentido, la crítica literaria pudiera reproducir la ideología de lo inmediato, incluso cuando la obra a la que se acerca la evite. ¿Qué dice de una literatura el que su crítica literaria lea tendencialmente desde lo distópico-inmediato?)

Si la distopía se vuelve tendencia literaria, que sea una marcada por aperturas para el presente, y no de los callejones sin salida del futuro.

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