Topografía: Entre citas con Betances

Betances otra vez. ¡Oh, no! Sí, y es que cuando se leen las cartas de Ramón Emeterio sobre la muerte de María del Carmen Henri, su sobrina, (¡Oh, no!), también conocida como Lita, es muy difícil despegarse de esos espíritus. Se lo comenté a mi vecino ateo y espiritual (“personaje” de la columna del 26 de abril) que en estos días anda por las zonas del ocultismo y barrios limítrofes, y me sugirió citar al enamorado Ramón a una sesión espiritista para “librarme” de esa “causa” o “exorcisarme”. Así dijo. El verbo “citar” fue la revelación. Decidí tomarle la palabra, aunque de otro modo. He llevado a cabo la entrevista con citas textuales de cartas escritas por Betances. Aunque a los efectos retóricos de la entrevista, algunas están fuera de contexto y tergiversadas por este servidor, lo esencial se ha salvaguardado: el amor de la pareja, el dolor y la nobleza del novio y la particular grandeza de la amada. Quedan, pues, advertidos los lectores. Las palabras de Betances aparecen en itálicas.

Ramón, empecemos por París. ¿Por qué Lita viaja allá?

Yo la quería demasiado para vivir lejos de ella, casi forzado a dejar a Puerto Rico, quise que se viniera también. Su madre, mi hermana, me la trajo honrosamente, la puso y la dejó en mis manos para que fuese mi compañera.

¿Por qué Lita va a Mennecy?

Al llegar [. . .] mi pobre adorada entró en un colegio de señoritas [. . .] esta vida de estudio y el encierro en que vivía acabaron por entristecérmela. Entonces pensé en llevármela [ . . .] encontré a un condiscípulo y amigo [ . . .]casado y establecido en un pueblito de los alrededores de París. Su buena amistad me permitió confiarle mi inapreciable tesoro. La llevé al campo, a dos horas de París. [ . . .] Con el aire del campo y libertad recobró su alegría. Yo iba a verla dos veces por semana, como en el colegio.

Ella se enferma en abril de 1859, ¿no?

Se me quejó de haber tenido calentura [. . .] ella no respondía con su viveza acostumbrada a lo que le decía y algunas veces se quedaba como soñando cuando se le hablaba .[ . . .]me anunció que iba a darle una enfermedad grave, “como la que había tenido el año pasado”. No vacilé y resolví traérmela a París donde tendría todos los recursos necesarios, pero sin pensar todavía en lo que iba a ser su enfermedad. [ . . .] La pobrecita no debía ya recobrar su razón sino por momentos muy cortos.

¿Deliró?

¡Cómo [. . .] contaré[ . . .] su delirio! Ella creía ver a cada momento a todos los de la familia . “Tío Pancho!, gritaba ella, ¡tío! entre.” “Él ha salido, querida, ¿para qué lo quieres?” “Para enseñarle el presente que tú me has hecho”, respondía ella con la sonrisa de un ángel, y mostraba su anillo nupcial que tenía puesto. A cada instante creía oír los pasos de su madre y se quería levantar para irla a abrir, porque si no se volvería y ¿cómo la iba a encontrar después?

¿Cuál es tu último recuerdo de Lita viva y alegre?

. . . fue el día 9 de abril. Es el último recuerdo [. . .] que tengo de haberla visto con toda su viveza y la alegría. Ella venía del baño; con su camisoncita de cuadros de lana que había traído de Puerto Rico entró saltando como una piñita y corrió hacia mí para echárseme en los brazos . . .

¿Cuándo ocurre la muerte?

. . . el viernes santo después de trece días de enfermedad a las doce y diez o quince minutos de la noche.

¿Puedes hablar del entierro?

Yo mismo la puse en el ataúd con su anillo nupcial hecho de oro de Puerto Rico. Me la llevé al pueblecito donde ella vivió [. . .] Mennecy. Allí se enterró el domingo 24 de abril, a las cuatro de la tarde, en la misma tierra. El 4 de mayo la volví a sacar y la puse en su bóveda, que se había hecho en esos días. [ . . .] Pobres y ricos, todos se reunieron para acompañarla. Cuatro niñas vestidas de blanco se presentaron para llevar su cuerpo y muchas otras rodeaban el ataúd disputándose el honor de reemplazar a la que se cansase.

Luego de su muerte se te aparece . . .

. . . está ahora delante de mí y a mis lados a la vez. No una sombra, es una aparición, es una imagen que no se ve y que no se encuentra, pero que está ahí. [. . .] oigo muchas veces un ruido en su cuarto. Ella viene sin duda entonces y llega a la puerta, se para y se pone a mirarme; en ese momento no tengo por desgracia la cara volteada de ese lado. Me quedo silencioso y sin movimiento y no me atrevo ni a levantar la vista, temiendo que esa imagen santa que viene a consolarse tenga que desaparecer de repente. Me conformo con sentirla ahí, sin hablarle, sin mirarla, sin arrodillarme siquiera delante de ella, llorando todas las lágrimas de mi corazón. Y así me quedo hasta que ella quiera y se va.

¿Se comunican ustedes?

Siempre me parece que está a mi lado, y muchas veces el día me sorprende sosteniendo con ella conversación. Ella no me habla, pero hace adivinar su respuesta, y entonces sigo con ella la idea que tenía. Cuando de repente veo que no está ahí, que estoy solo, ¡qué dolor, qué dolor!

Le contaste a Cornelio Cintrón en 1860 una pesadilla o una visión muy particular que tuviste con Lita . . .

Una noche creí que ella estaba en el balcón de casa y corrí a abrir la puerta y el balcón estaba cerrado y no encontré sino dos perros chiquitos, negros, uno flaco y otro gordo que corrían como locos sin poder salir y me pasaban entre las piernas y me impedían ir adelante ni atrás. Luego yo la veía. Ella entraba por el balcón de atrás. Yo estaba en el patio. Como un rayo me precipité y [. . .] me llevé el balcón sin lastimarme siquiera. La cogí en brazos y . . . era mi hermana.

Este sueño dejará a algunos psicólogos pensativos. Pero sigamos. ¿Qué se ha perdido con Lita?

En ella hemos perdido, yo un tesoro sin igual y todos los amantes del país un talento admirable que nacía y del que hubiera podido pronto enorgullecerse nuestra cara tierra.[ . . .] ¡Ah! ¡Yo os juro que hemos perdido todos una cosa grande, muy grande!

¿Por qué la llamaban la borinqueña?

La llamábamos la Borinqueña y era el tipo perfecto, el ideal adorable, la personificación misteriosa de nuestro caro país: todo amor, todo gracia y todo virtud.

Ramón, a ti se te conoce como el “padre de la patria”, ¿qué te parece?

¡Yo no soy nada sino el hombre de la tristeza y del dolor!

¿Quieres enviarles un mensaje a los lectores de Claridad?

¡Acuérdense de ella siempre, siempre! ¡Ella merecía tanto que todos la quisieran!

¡No me la olviden! ¡Yo seré el esclavo de todos los que la quieran! Adiós.

Hasta aquí este diálogo hecho de citas con el fantasma enamorado que es Emeterio. Si alguien quiere saber la fuente exacta de la procedencia de sus palabras, se puede comunicar con A.M.F., la directora del periódico. Por razones de retórica y de espacio se le ha entregado a ella dicha información. También puede consultar las cartas de Ramón en el libro Betances, de Bonafoux, (ICP,1970). Que Lita los acompañe.

El autor es poeta y profesor de la UPR en Río Pierdas

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