Será otra cosa: Un fantasma llamado Deusdedit

Especial para CLARIDAD

Allí estaba. Me costó despegar ese último librito de la madera del anaquel después de tanto tiempo. Al tomarlo, descubrí que la primera hoja estaba completamente escrita a puño y letra por mi difunto padre. Me quedé perpleja, el polvoriento panfletito deshaciéndoseme en las manos. Escribir en los libros, mutilarlos de cualquier manera, estaba terminantemente prohibido en esta casa y aquella nota de mi padre cubría toda una hoja. Más me sorprendió leer lo que decía:

«Este libro perteneció a un compañero de estudios (¿1945?) a quien todos admirábamos en silencio e igualmente envidiábamos por su indiscutible superioridad intelectual. Cuando empezó a fallarle la mente vendió los libros. Yo le compré éste. ¿Cuánto me costó? ¡Quizás no más de 10 centavos! Los comentarios que tiene al margen son los que tomó en las clases o añadió en sus lecturas. Como no terminó en nada después de una hazaña política desgraciada, mi compañero Deusdedit Marrero, desapareció. Si su nombre reaparece en la historia de P. R. de los años cincuenta, puede ser que este libro tenga algún valor.»

El librito resultó ser una edición chilena de 1936 del Ariel de José Enrique Rodó, profusamente anotada a los márgenes, en tinta y lápiz, con una letra irreconocible para mí. El nombre, que me costó descifrar, Deusdedit Marrero, me sonaba; aquella historia del compañero desgraciado en una “hazaña política”, también. Por otro lado, me parecía un desafío que mi padre hubiera dejado esa nota allí, discretamente escondida, como una travesura desde el más allá, a ver quién la encontraba y qué hacía con ella.

Eran los años de la Segunda Guerra Mundial, de la insurrección nacionalista, las primeras huelgas universitarias – pero también de la precariedad, la incertidumbre y la construcción del engañoso andamiaje del Estado Libre Asociado y la Operación Manos a la Obra. Ese escenario de precariedades y miedos globalizados – la bomba atómica, las transformaciones de los idearios libertarios – esos tremendos años cuarenta y cincuenta, es el escenario de la historia del dueño original.

Admirada por el hallazgo en plena pandemia, entre sentimental y supersticiosa, decidí conservarlo en una bolsita de plástico y compartir con la gente de mi Féisbuk y mis hermanos la imagen de la nota y mis dudas sobre el nombre: Deusdedid, Deusdedit. ¿Alguien sabe algo? Allí empezó esta historia.

La búsqueda

No tardé en recibir respuestas, incluyendo la de diestros detectives cibernéticos y de gente que recordaba haber escuchado aquel nombre en su infancia. Edgardo me facilitó la sentencia del Tribunal Supremo de 1956, la primera pista y la tristísima prueba de una vejación acallada por décadas, como tantas otras: seis años tardó en dar frutos la apelación de una injusta sentencia que recibió Deusdedit Marrero después de meses esperando juicio, preso desde su arresto en octubre de 1950. Magali, más activa en su curiosidad, lo buscó en Ancestry y encontró en el censo de 1930 que Deusdedit había nacido en 1919 en Adjuntas y a los once años vivía con sus padres en la Ave. Hipódromo en Santurce. Horas más tarde, Marcia Rivera, me aseguró que se trataba de Deusdedid Marrero, a quien su padre conocía, y de quien le hablaba cuando era pequeña: “Siempre recuerdo su extraño nombre y los cuentos que mi padre me hacía de la persecución a nacionalistas, comunistas e independentistas en los años cuarenta y cincuenta.”

Hay varios documentos en línea que hablan de Deusdedit, entre ellos: la sentencia del Tribunal Supremo de 1956, documentos del FBI liberados, un informe del Gobernador de 1959, recortes de la Revista La Torre y del periódico El Mundo, una tesis reciente del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, de David Joel Viera Lozada (con quien pude comunicarme para aclarar algunos datos), y el programa del Partido Comunista Puertorriqueño para las elecciones de 1952. Desde la cárcel, Deusdedit fue candidato por acumulación a la legislatura.

Su nombre también es raro y tal vez por eso se nos pierde en los registros. Deusdedit, Diosdado, fue un nombre popular en la Edad Media, pero hoy casi nadie se llama así. Por casualidad o ironías del destino, San Deusdedit de Monte Cassino, murió en el 834 martirizado de inanición, injustamente preso por el déspota Sicardo porque el abad no había querido cederle propiedades del monasterio.

Deusdedit, según la investigación de Viera Lozada, nace en 1919 en una familia de agricultores de Adjuntas. Debieron perder o vender la finca – esto no me consta, aquí yo imagino – porque el padre se hace inspector para la PR Housing Authority. La madre, como mi abuela paterna, muere de complicaciones de parto. El padre, como mi abuelo paterno, se vuelve a casar y forma una nueva familia a la que se integran Deusdedit y sus dos hermanos menores. Viven en Santurce, Barranquitas y Caguas, donde Deusdedit hace la escuela superior y sus primeros pininos en militancia política pro-nacionalista. En la UPR, cuando mi padre lo conoció como compañero de estudios para los años de la Segunda Guerra Mundial, se hace comunista. Hay documentos que prueban también su activismo estudiantil y su afición a la poesía.

Deusdedit parecía estar desde entonces en la mirilla de la policía insular. Vendía libros y periódicos de propaganda comunista en la plaza del pueblo, hablaba constantemente contra la bomba atómica y contra la Guerra de Corea y el uso de soldados puertorriqueños como carne de cañón para las empresas imperialistas. Participa en actividades en contra de la apropiación por la Marina de terrenos en Vieques. Aparece fichado en documentos del FBI como comunista, por el Cabo Rafael Correa, de la Policía Insular, en agosto de 1943: “blanco, 130 libras, 64 pulgadas, pelo castaño, nacido en Adjuntas y residente del Barrio Cotto de Arecibo”. Aún a pesar de esto, según los mismos documentos, en febrero de 1948 el alcalde de Aguas Buenas le dio permiso para exhibir cinco películas de “propaganda rusa” en la plaza del pueblo. Extraños tiempos.

Deusdedit debió haber sido una persona excepcional, a juzgar por el recuerdo de muchos. Las palabras de mi papá, la memoria de otros, y su inusual candidatura por el Partido Comunista en las elecciones de 1952, son prueba de ello. “A quien todos admirábamos y en silencio envidiábamos por su indiscutible superioridad intelectual,” dice la nota del librito, y esto me afirma don Heriberto Marín sobre Deusdedit: “un joven brillante y, sobre todo, noble”. Admirar, envidiar, superioridad intelectual, nobleza, son palabras mayores. No recuerdo a mi padre hablar así de nadie que no fueran Séneca, San Agustín, Goethe.

En 1948, el año de la Ley 53 o Ley de Mordaza, se muda a Arecibo. Dos años más tarde, iniciará el annus horribilis de 1950 con un acontecimiento feliz: su matrimonio con Aída Iglaed Martínez González. Heriberto Marín cuenta sobre los incidentes que le sucedieron después de su arresto lo siguiente: «Lo torturaron física y emocionalmente hasta que lograron hacer de él casi un guiñapo. Era casado y la esposa estaba encinta en el momento del arresto. La hicieron sufrir lo indecible, hasta que no pudo más y se suicidó.» Eran ellos (2000). Viera Lozada afirma, sin embargo, que según le informó la familia, el suicidio de la joven esposa había sido anterior a su encarcelamiento, un mes antes de la Insurrección Nacionalista, pero aún así le achacan como causa la tremenda presión de la persecución policiaca sobre la joven familia.

Cuesta imaginar, si fuera así, el estado de ánimo del joven Deusdedit, que el día de los incidentes de Jayuya tuvo la osadía de celebrar la insurrección con una frase jubilosa ante testigos: “Hoy me siento verdaderamente orgulloso de ser puertorriqueño”. Las compañeras de trabajo de la Oficina de Bienestar Social, según declaraciones posteriores sobre el juicio, lo denuncian. Al día siguiente de la Insurrección nacionalista, lo detienen en su oficina sin orden de arresto, allanan la casa de los padres, interrogan duramente a sus parientes. Un año después lo condenan a seis años de cárcel y, después de muchos esfuerzos de sus correligionarios, quienes también se exponen a represalias por abogar por él, sale bajo fianza en agosto de 1952.

El hombre que sale de la cárcel se ha deteriorado para siempre. Famélico, desempleado y enfermo, pasa temporadas en instituciones psiquiátricas hasta 1957. El proceso de apelación de su sentencia dura seis años, junto a la de otros apelantes bajo la mismas condiciones de las que informa el Gobernador en 1959. Sobre el destino final de Deusdedit, Viera Lozada cita al periodista Julio Ghigliotty para completar su historia personal. La reproduzco aquí, no sólo por la información, sino por el tono compasivo que se expresa:

«Los que lo conocían le decían “el abuelo”. Solía pasar el día sentado bajo la sombra de un arbolito en tiesto en el Paseo de Diego, leyendo textos de ciencias, o conversando con comerciantes que lo cuidaban celosamente para que nadie intentara abusar del anciano e incluso de las autoridades gubernamentales que trataban, a veces, de recluirlo en algún albergue. De vez en cuando, estudiantes del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico se sentaban a platicar con el señor que, a pesar de las manchas de sucio en su camisa abotonada hasta el cuello y obvio descuido, mantiene una dignidad callada, sin pretensiones. Al anochecer, recogía la caja de cartón donde guardaba todas sus pertenencias, se montaba en una guagua de la Autoridad Metropolitana de Autobuses y viajaba hasta el Viejo San Juan donde dormía a la intemperie cerca del Edificio del Servicio Postal de Estados Unidos y de la Corte Federal. Marrero Nazario se convirtió en un deambulante por voluntad propia. Rehusó irse a vivir con sus familiares, aunque éstos siempre lo visitaban frecuentemente, porque, según él, “ellos no podían”. Su hermano, Josean Marrero Rodríguez, dijo que en innumerables ocasiones trató, sin éxito, de convencerlo de que regresara a Arecibo con él, pero según el entrevistado: “se sentía encerrado y todavía le temía a la persecución”. Muere el 23 de agosto de 2010 a las 10:03 de un paro cardiaco.»

La hazaña política desgraciada

Mis hermanos mayores – bastante mayores que yo – también recuerdan la historia desastrada de un nacionalista que vendía peinillas en Río Piedras: “Siempre me pareció una historia romántica y casi de mito. De niña nunca supe si creerla o no. Y sí, el nombre era Deusdedit Marrero,” me aseguró mi hermana.

En casa escuchábamos hablar con admiración de “los nacionalistas” que fueron injustamente presos por hablar a favor de la independencia de Puerto Rico. Varios de ellos, como el poeta don Francisco Matos Paoli, habían “enloquecido” en la cárcel, y el término nos confundía porque era aquella una locura dignificada, respetable, tan distinta a la que se usa para insultar a los desaprensivos, a los atrevidos, a los peligrosos.

Pienso en la locura y en la represión. En aquello que he leído sobre los factores de riesgo de la esquizofrenia paranoide: rechazo, desocupación, carencia de redes de apoyo sólidas. “La familia y la sociedad juegan un papel fundamental en esto.” ¿Cómo no enloquecer en este abandono, olvidados y desamparados por el País que pretendían afirmar y defender?

¿Y esa duda de mi padre, “si su nombre aparece en la historia de Puerto Rico de los años cincuenta”? Acaso reconocería el valor de la persona de Deusdedit y la probabilidad de su reivindicación. Yo escojo consignar aquí a este fantasma – esa presencia de alguien que estuvo aquí, que ya no es – para que otras personas retomen el asunto y le devuelvan a la gente su memoria, una y otra vez, expiando una culpa que no acabamos de pagar como Pueblo.

El librito del fantasma

Ahora el problema es qué hago con el libro. Está lleno de las anotaciones de Deusdedit, pero las páginas se están deshaciendo a mucha velocidad, como cuando se abre un ataúd.

Me pican las manos. Busco una bolsita con cierre y lo pongo allí. A través del plástico puedo leer todavía la nota de mi papá. Lo guardo en lo alto de uno de mis anaqueles, no porque fue de Deusdedit, sino porque mi padre lo distinguió. Supongo que este escrito hará más difícil a mis hijos deshacerse de la reliquia. Pero el tiempo hace de las suyas y ya dispone del libro, deshaciéndolo, convirtiéndolo en polvo dentro de la bolsita de plástico.

Agradezco las contribuciones de Edgardo Tormos Bigles, Magali García Ramis, Sonya Canetti, María Isabel Rodríguez Matos, Marcia Rivera, Lola Aponte, David Joel Viera Lozada y Heriberto Marín para este escrito.
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