1968: Año emblemático y puerta al futuro

Hay años que se convierten en emblemas históricos. Por ejemplo, decimos 1898 y ya enunciamos mucho para muchos. Piénsese en la carga histórica que esa fecha tiene para españoles, boricuas, cubanos, filipinos y estadounidenses: es el final de un imperio y el comienzo de otro, comienzo y final que sacuden y alteran mundos. Creo que algo parecido ocurre con 1968 en otros contextos nacionales: Francia, México, Estados Unidos, Vietnam, por ejemplo. Aclaro de inmediato que esa fecha tiene particular significado y repercusiones muy concretas para mí como individuo. Las tiene porque mis experiencias vitales de ese momento fueron muy fuertes y sirvieron para modelar mi visión de mundo.

Me gradué de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras en mayo de 1968. Mis años universitarios fueron marcados por un nuevo auge en el activismo estudiantil, en el ámbito específico de la universidad, en el de la política nacional y en el amplio contexto internacional. Participé en el movimiento estudiantil de mis días, nunca de manera protagonista, sólo como soldado de filas, pero siempre fiel y constante. Esa participación me marcó para siempre. Por ello mismo, en mayo de 1968 ya de regreso a mi pueblo, al oír las noticias sobre las protestas estudiantiles en la Sorbona –el locutor de la emisora radial aguadillana, creo que por ignorancia y no por maldad, empleaba una metátesis y llamaba a la universidad parisina la Soborna– me sentía identificado con esos otros universitarios que por unas cuantas semanas pusieron en jaque al gobierno de su país. Cuando oía esas noticias sobre Francia pensaba en nuestra propia lucha contra la presencia del ROTC en el campus, lucha que reflejaba, entre otras cosas, nuestra oposición a la Guerra de Vietnam. Desde la remota y periférica Aguadilla –sí, llamé al locutor para señalarle su error ya que me parecía ofensivo y degradante– me sentía unido a los universitarios parisinos, aunque estuviera lejísimo del centro de sus acciones, las que marcaron la historia de su país y tuvieron repercusión alrededor del mundo, inclusive en mí, insertado de nuevo en mi provinciano pueblo tras mis años universitarios.

Por ello, cuando hace unos días me topé por casualidad y por suerte con un libro que parecía estudiar ese emblemático y hasta simbólico año (Antonio Elorza, Utopías del 68: de París y Praga a China y México, Barcelona, Pasado & Presente, 2018) no titubeé un segundo en comprarlo. Unos cuantos días más tarde lo leí con interés; lo devoré con ansiedad. Descubrí que el libro no era lo que buscaba o lo que este parecía ofrecer desde el título, pero, no por ello, dejó de ser de interés y digno de comentario. Por ello mismo y, sobre todo, por las posibilidades que me sugiere, por las puertas que nos puede abrir, decidí escribir estas líneas sobre un texto que parece estar más allá de mi campo. Aclaro que me acerco al mismo, como en tantas otras ocasiones y como con tantos otros libros, esencialmente como lector interesado y crítico, no como especialista, pues, en gran medida eso es lo que soy y lo que siempre he sido: un lector interesado y crítico. Desde esa perspectiva y con esas salvedades, comparto los siguientes apuntes sobre este libro.

Antonio Elorza, de origen vasco como lo evidencia su apellido, en 1968 era un joven profesor universitario en Madrid. Se había formado con distinguidos catedráticos españoles que trataban de mantener un cierto nivel de altura moral, rigor intelectual y libertad académica en el doloroso contexto de la universidad española del final del Franquismo. Elorza, como él mismo nos relata en el apéndice autobiográfico con que cierra el libro, también participó en las luchas estudiantiles de ese momento y quedó impactado por ellas. Durante sus años de estudiante fue marcado por José Antonio Maravall, especialista en el barroco y cultivador de la historia cultural, y por José Luis Sampedro, economista y politólogo de larga vida quien hasta hace relativamente poco, justo antes de morir, impactó al mundo español con comentarios políticos que repercutieron en la formación de nuevos partidos que tratan de distanciarse de la corrupción de los viejos. Pienso, por ejemplo, en su iluminadora introducción al librito de Stèphane Hessel, Indignés vous (2010), traducido al español como ¡Indignaos! (2011), libro e introducción que tanta repercusión han tenido o tuvieron en España, especialmente entre los jóvenes. Fue esta experiencia personal lo que llevó a Elorza a escribir Utopías del 68…, texto que aparece a los cincuenta años del movimiento estudiantil. ¿Es un homenaje a esos acontecimientos tan importantes y representativos de su momento? Para responder a esa pregunta y otras hay que examinar el contenido de su texto.

Tras una página donde presenta un diagrama que trata de resumir gráficamente la historia de ese año ejemplar y los movimientos que generó, el libro comienza con una introducción donde se discuten algunos de los pensadores que impactaron a los actores del 68. Apunto dos comentarios sobre este capítulo. Primero, no presenta las corrientes que impactaron a los activistas de todos los países que estudia ya que se centra, muy particularmente, en los que influyeron a los universitarios franceses. Segundo, presta mucha o demasiada atención a uno de esos pensadores, Herbert Marcuse (1898-1979). Más tarde, en el apéndice autobiográfico que cierra el libro, nos enteramos que Elorza hizo una de las primeras traducciones de este importante pensador al español, lo que puede ayudar a entender su marcado interés en apuntar su impacto sobre el 68, especialmente el francés y el estadounidense. En general el capítulo introductorio es muy vago y se centra desmedidamente en el ámbito intelectual francés, a pesar de que el libro promete una visión mucho más amplia, casi global, del 68.

El cuerpo del libro lo componen sendos capítulos donde se estudian los movimientos políticos contemporáneos en Francia, Italia, Checoslovaquia, China, Camboya y México. Como apéndice del capítulo sobre China se estudia en caso peruano, dado el impacto del maoísmo en Perú, impacto que se concretiza en el movimiento de Sendero Luminoso. Elorza nos ofrece una muy buena visión panorámica de la actividad política en cada uno de estos países, pero la selección de los mismos como focos de atención no crea un texto coherente o con objetivos claramente definidos. Los casos de Francia, donde se dio el movimiento estudiantil que ha marcado más que otros ese momento emblemático –sólo hay que decir París 1968 para evocar una imagen del fenómeno histórico–, y el de México –2 de octubre de 1968, día de la Masacre de Tlatelolco, suceso que, en cierta medida, se podría ver como un trágico cierre de ese emblemático año– son los hechos que mejor definen el momento, con sus logros, contradicciones y fracasos. Los casos de los otros países no se pueden colocar en el mismo contexto si lo definimos, como en los otros dos, ideológicamente por el impacto de los movimientos universitarios y cronológicamente por darse en la fecha concreta del 1968. Es innegable que en todos los otros casos, especialmente en los de China e Italia, la participación de los universitarios fue muy importante, hasta central, pero no fue la mecha que encendió el movimiento político del 68 en esos países. Esto es particularmente cierto en el caso de Checoslovaquia y Camboya donde las acciones políticas del momento se iniciaron desde la posición central de los gobiernos entonces dominantes y no desde la periferia de su mundo estudiantil. En el caso de China el movimiento de la Revolución Cultural, hecho que marca la década que Elorza emplea como marco histórico, sí tuvo como protagonistas a los universitarios, pero fue planificado, iniciado y ultimado por el poder central, por Mao mismo. En otras palabras, los casos que Elorza toma como paradigmáticos no forman una unidad coherente, definida por los movimientos estudiantiles, como en el caso mexicano y el francés, ni están delimitados por el marco temporal del 1968, como hito inicial ni final.

Además y sobre todo, al libro le falta un capítulo sobre los Estados Unidos, país que impactó a todos los otros estudiados y ámbito donde los movimientos estudiantiles fueron trascendentales en la política nacional del momento, especialmente en cuanto a la oposición a la Guerra de Vietnam, hecho que marca profundamente los movimientos universitarios en todos los demás países estudiados y que produce manifestaciones culturales e ideológicas que definen los llamados “Sixties”. ¿Cómo estudiar los movimientos estudiantiles a nivel internacional en esa década e ignorar las protestas en Berkeley, en Kent State, en Columbia, entre muchísimos otros casos de activismo universitario estadounidense?

Sorprende además la ausencia de una mera mención del movimiento de liberación homosexual iniciado en el caso de los Estados Unidos por la revuelta de Stonewall (1969), aunque en varios momentos se menciona de pasada esta corriente, aunque no este hecho, y aunque se reconoce la gran importancia que tuvo la liberación sexual dentro de ese contexto ideológico en Europa y en los Estados Unidos. Elorza destaca el fenómeno de la liberación sexual en general y en el contexto de pensadores como Marcuse quienes la apoyaban y la proponían como necesaria. Este es uno de los rasgos de importancia en la nueva ideología del 68 europeo y estadounidense, pero una que no se desarrolla debidamente en el libro.

Tras leer el cuerpo del libro esperaba que en su breve conclusión se atarían todos los hilos sueltos que iba el autor presentando en los capítulos centrales; esperaba que aquí Elorza nos ofreciera una justificación de la selección de los países que estudia y, sobre todo, que nos diera un cuadro coherente que explicara su visión englobante del 68 que parece ser nueva porque va más allá del fenómeno francés y porque excluye a los Estados Unidos. Pero así no fue: en las conclusiones no se ofrece esa visión de conjunto ni se da una imagen concreta y coherente del año 68 y su repercusiones. En verdad, aquí esencialmente se vuelve a los planteamientos del capítulo introductorio.

A pesar de estas graves fallas, Utopías del 68… es un libro que vale la pena leer por su repaso de la historia del momento y por su intento de definir y redefinir una década tan importante en el desarrollo político mundial. Fue para repasar y para escrutar lo que ocurrió en ese año emblemático que tanto me marcó que leí este libro. Es que, más que un homenaje al 68 –lo que se hace de manera muy indirecta pero efectiva–, el libro de Elorza intenta ver las repercusiones que los movimientos políticos de ese momento tienen aún sobre nuestros días. Por ello y por ejemplo, en el capítulo sobre México se enlaza la masacre de Tlatelolco de 1968 con el movimiento zapatista que estalla en 1994 y que aún sobrevive, aunque muy de capa caída.

Pero también leí Utopías del 68… pensando en nuestro 1968, en el mayo del 68 en nuestra universidad. Vietnam, la lucha por la independencia, la liberación sexual, las reformas universitarias, los grandes esquemas políticos estaban presentes entre nosotros, los universitarios boricuas de ese momento. Lo recuerdo todo muy vivamente. La lectura de este libro y lo que el mismo evoca en mí me hacían volver a ver, según pasaba sus páginas, la entrada de las fuerzas de la policía en el campus de Río Piedras, me hacían volver a oír los gritos de los estudiantes y los macanazos de los agentes policiacos. Es que al leer estas páginas vuelvo a nuestro 68, a nuestro pequeño pero también importante mayo del 68. Y es por ello mismo que pienso en la necesidad muy urgente de estudiar ese momento, por menor e insignificante que parezca y que en realidad sea en comparación con los grandes movimientos que Elorza estudia.

Quizás más que nuestro mayo del 68 específicamente, lo que debíamos estudiar sería el desarrollo de los movimientos estudiantiles en nuestra historia, comenzando por la huelga del 1948. Del 48 al 68 a nuestros días: ese estudio nos llevaría a colocar nuestro mayo del 68 en ese gran contexto que Elorza estudia y que parece revisar y revalorar. Por ello, entre otras razones, para mí valió mucho la pena leer este libro que parecerá fallido pero es de importancia.

13 de junio de 2018

Murillo del Río Leza, La Rioja

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