A 60 años de su publicación Vieques y Usmaíl: Cuando la realidad se funde con la ficción

Por Carmen Cila Rodríguez/Especial para En Rojo

Son dos grandes tesoros que hay que redescubrir.

Usmaíl, la emblemática novela de Pedro Juan Soto, cumple 60 años de haberse publicado. Su autor acertó con su propuesta escenificada en una isla hasta entonces casi olvidada y tan sufrida como Vieques. La novela está cargada de sentimientos y sensibilidad, atributos que la han mantenido por seis décadas en la cima de un ‘sórdido silencio’. 

Y es que durante este periodo de tiempo, el texto ha sido bandera y uno de los mejores portaestandartes para ilustrar lo que padecieron los residentes de la isla municipio de Vieques con el establecimiento de la Marina de Guerra de los Estados Unidos en dos terceras partes de su territorio durante la década de los 40. Quizás por esta misma razón, algunos consideraron que ante los eventos en Vieques había que silenciar a esta novela y olvidarla en la oscuridad literaria, pero eso no ha sido posible.

Cabe reconocer que en una primera lectura Usmaíl guarda la esencia de lo que ocurre hoy en Vieques, según la opinión de muchos: nada. La novela posee escasos diálogos y menos acción. Su trama principal gira en torno al desarrollo de un adolescente marginado, huérfano y pobre llamado Usmaíl. De primera mano, encontré que algunos viequenses no conocen la novela o, si la han leído, la consideran “enzorrosa”.

En resumen, la madre de Usmaíl fue abandonada por su amante americano cuando supo de su embarazo. Esperó cartas del hombre que se fue a la fuga, pero nada ocurrió; por lo que la mujer de raza negra, perdió la razón. La joven madre falleció a pocos minutos del parto no sin antes solicitar que nombraran al recién nacido según su motivo de interés en los últimos meses. Así, como el correo. El padre de la mujer llamado Quico el morrocoyo, desquiciado, al poco tiempo se quitó la vida. Entonces a Usmaíl lo crió una vecina llamada Nana Luisa, quien los quiso como a un hijo.

El inusual nombre provocó burlas de la comunidad ficticia de Vieques, con lo que Usmaíl nunca aprendió a lidiar. Finalmente, el joven acude a San Juan para cambiar su nombre pero encuentra nuevos escollos en su triste vida.

Aun así, como Vieques, Usmaíl tiene mucho que ofrecer. Como estudiante, preparo mi tesis doctoral sobre esta novela de 1959 por lo que decidí ir personalmente al escenario de esta narración. Hacía ya 15 años desde que había ido por primera vez a la isla municipio, como muchos puertorriqueños, a vacacionar y sumergirme en sus cristalinas aguas. Esta ocasión era distinta. Llevaba en mis manos la novela que tanto había leído y una corriente de emociones en mi corazón. 

En la lancha, comencé a calibrar que el viaje tendría buenos frutos. Cerca de mí, se sentó un joven empleado del correo y, afuera, un brillante arcoiris me recibió. Al bajarme de la lancha me emocioné -y mucho- porque la Isla Nena permanece casi intacta a como se describe en la obra de Soto.

Mi primera visita tenía que ser el correo, donde pregunté si por fin habían llegado cartas para Chefa, la madre de Usmaíl. La contestación –en broma y en serio– fue que no. Se me informó, además, que este no era el edificio original sino uno cerca del terminal de lanchas. Allá fui y me senté en sus escaleras para imaginar la fatigosa espera bajo el sol de la negra embarazada. 

Mientras tanto, para mi sorpresa, un hombre negro de edad avanzada, delgado en extremo, con ropa gastada y descalzo se me acercaba lentamente. Nos pidió algo de dinero con una sonrisa envuelta en una abundante barba blanca. Por supuesto que accedí a cambio de una foto con él. Parecía sacado de la novela, como si el mismo Quico el morrocoyo hubiese salido a nuestro encuentro.

Regresé al pueblo para sentarme en la plaza de recreo de Isabel II, tal como hacía el joven Usmaíl en las noches para hablar con sus amigos. Recurrí a los viequenses de mayor de edad para saber si allí cerca existió un cine, a donde el protagonista acudía. Con mucho ánimo y hasta con orgullo, me señalaron el lugar exacto del Teatro Nayda, que ahora está ocupado por un edificio gubernamental, justo frente a la plaza.

El viaje terminó pronto. Decidí regresar a Vieques varios meses más tarde para completar mi estudio. En esta ocasión solicité el servicio de una guagua pública y su amable chofer me dio la suficiente confianza para que lo interrogara.

“¿Usted sabe quién fue Gran Diablo?”, cuestioné sobre el viequense en que parece haberse inspirado Pedro Juan Soto para formar a Quico. “Ea, hacía tiempo que no escuchaba ese nombre, pero sí lo recuerdo”, exclamó de inmediato mientras recorríamos algunos barrios como Destino Adentro y Destino Afuera, donde Usmaíl tuvo una de sus grandes aventuras.

En el trayecto, me fijé que en el Vieques actual hay muchos vehículos todoterreno para alquilar marca Jeep. Esto me hizo recordar que en la novela, los jeeps eran utilizados para vigilar y custodiar los terrenos de la Marina que recién habían expropiado. En un pequeño hostal en La Esperanza, hallé lo que parece una obra artesanal. Es la fracción de una parrilla frontal de un jeep “de los viejos”, decorada con dos pantallas de lámpara en cristal, sustituyendo los focos originales. 

La parrilla, en su nuevo rol artístico, simula un rostro feroz. Se le añadió lo que parece una gran boca con una lengua saliendo de esas fauces. De inmediato tomé fotos, porque en Usmaíl se vincula al jeep vigilante con la fiereza de una bestia.

Otra tarde, sentada en el balcón de un negocio frente al mar, me dispuse a montar conversación con un viequense de 73 años de edad. Luego de las debidas presentaciones me dice: “¿Tú conoces la historia de Vieques?”, me cuestionó sin demora. Quizás esa era su condición para hablar conmigo.

-”Sí”, contesté firme.

Luego de hablar un rato y ganarme su confianza como investigadora sobre Vieques, me dice: “Antes de (David) Sanes, los marinos mataron a muchos viequenses. A un tío mío lo mataron porque fue a mudar las vacas de los terrenos de la Marina. Lo mataron por pasar al terreno que expropiaron. Era joven. Y esa es la amargura mía”, concluyó y aunque tranquilo, se notaba algo de tristeza en su mirada.

En Vieques tomé fotos del mar, del amanecer en Sunbay, de las escuelas a las que posiblemente acudió Usmaíl en la novela, del nunca acabado Fuerte Conde Mirasol, de la calle Carlos Le Brun por donde pasaba Usmaíl, del Faro de Punta Mulas y no podía dejar de visitar a Morropó, barrio donde en alguna de sus casas Cisa cosía la ropa de la gente económicamente acomodada del pueblo. 

Fui al cementerio viejo donde cielo, mar y tierra se funden en un solo espacio para tornarse especialmente atractivo por sus distintos tonos de azul. Caminé por entre las tumbas, algunas identificadas como de soldados de la Guerra de Corea, hecho que Soto recoge en su novela. Pensé que en alguna de las otras tumbas podría estar el cuerpo de Nana Luisa, pero reconocí con algo de nostalgia que la querida Nana solo fue una ficción del autor. Al igual que con Quico, figuré en algunos viequenses a otros personajes, pero reprimí mi deseo de pedirles una fotografía.

Los viequenses son hospitalarios y serviciales, orgullosos de su paraíso. Contestaron todas mis preguntas con honestidad y sabiduría. La Marina y el problema de las lanchas son temas de conversación frecuentes. Se nota que esos asuntos los resienten pero que también los resisten con valor. Un señor, incluso, me aseguró que hacía como cinco años que no iba a la isla grande (Puerto Rico).

Para mí, Vieques y Usmaíl están unidos en realidad y ficción. ¡Hasta me han preguntado a cuál familia viequense pertenece Usmaíl! Han pasado 60 años desde que Soto publicó la novela, pero algunos de sus temas siguen tan vigentes, tan inteligentemente presentados y casi tan intactos en la realidad viequense como el mismo día en que el personaje llamado Usmaíl partió a San Juan en busca de nuevos senderos. 

Pedro Juan Soto Suárez fue un destacado autor puertorriqueño, nacido en Cataño. El próximo 11 de julio cumpliría 91 años de edad. Estuvo casado con la también escritora Carmen Lugo Filippi y era padre de tres hijos, uno de ellos Carlos Soto Arriví. Soto Suárez falleció el 7 de noviembre de 2002 en un hospital de Río Piedras.

La autora es candidata doctoral en literatura puertorriqueña del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe.

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