Contrabando e identidad(es) en el Caribe

 

 

Especial para En Rojo

Para profundizar en el imaginario cultural del Caribe –o los Caribes– es necesaria una mirada al contrabando. Es por medio de esa mirada que podríamos acercarnos a uno de los tantos espacios en el que se conjugan diversas tensiones en el Caribe: entre diferentes imperios; entre peninsulares y criollos; y, en efecto, entre los mismos criollos con identidades “distintas”. El presente escrito toma en cuenta el contrabando en los siglos XVI, XVII y XVIII. Además hay una reflexión en torno al tema como una de las maneras de entender el siglo XIX, e incluso el presente.

¿Por qué discutir hoy el tema del contrabando de esos siglos? ¿Cómo se relaciona con nuestro presente? El contrabando fue un tipo de comercio que la Corona española promovió –paradójicamente– desde las restricciones impuestas al mismo comercio legal, y en detrimento de los intereses particulares de los habitantes del Caribe hispano. Y es que “el comercio oficial español, adornado de máscaras y curtido en trampas, engendró a su opositor contrabandista”, en palabras de Francisco Moscoso (2012, 17). Además, “mediante la vía del llamado trato ilícito los vecinos de la América colonial criolla procuraban abrir paso a su propia legitimidad económica” (Moscoso 2012, 17).

Con esta propuesta de Francisco Moscoso, hacemos una reflexión en lo que concierne a este tipo de comercio y al desarrollo de una identidad “criolla” –o “regional”–, y ello como parte de “un amplio conjunto de procesos” (Giusti Cordero 1993, 11). Adentrarnos en la historiografía del contrabando con la intención de reflexionar en torno a una identidad propia del Caribe, es comparable a un terreno pedregoso por el que se nos dificulta caminar libremente; analizar el tema de la identidad tiene sus complicaciones. Entendemos que la decisión de trascender lo impuesto por la metrópoli, y en el caso que aquí nos concierne: el desarrollar un comercio con imperios enemigos de la Corona española, sin duda, conllevó algún grado de consciencia, o, quizá, de algún interés particular más próximo a la motivación de progresar en su entorno inmediato. Era evidente que en los intereses de la Corona no se encontraba, en primera instancia, el bienestar de sus colonias, sino una manera de enriquecer a la metrópoli a cuestas de estos territorios. De modo que también es cierto que los que representaban a la metrópoli en las sociedades coloniales del Caribe participaban en el contrabando cuando había algún beneficio para ellos.

El contrabando de los siglos XVI al XVIII en el Caribe nos obliga a discutir al tema de la identidad “regional”, y ello unido al concepto de “criollización”. La “criollización” se refiere a los procesos de intercambio socioculturales, y a la adaptación ocurrida, entre la diversidad de gente que fueron “reunidas a la fuerza” con la llegada de los imperios europeos al Caribe, según la definición de la historiadora Linda M. Rupert (2012, 6). ¿Acaso es la identidad en el Caribe uno de los efectos, o la continuidad, de esa “criollización”? El concepto de “identidad” no es tan fácil definirlo desde una experiencia colonial. Se puede afirmar que su raíz se encuentra, en efecto, en el ámbito sociocultural, y que en su desarrollo –lo que implica transformaciones– se nutre de memorias individuales y colectivas. Para Montserrat Guibernau, “los criterios que definen la identidad son la continuidad en el tiempo y la diferenciación respecto de los demás”; es la identidad “un conjunto de atributos que hacen de cada persona una persona única, y estos atributos son, a su vez, el resultado de una compleja red de intercambios y relaciones que implican a una serie de personas, situaciones, valores, ideologías y objetivos”. (Guibernau 2017, 31).

Ahora bien, iniciando nuestro recorrido historiográfico con respecto al contrabando en la región del Caribe, el historiador Esteban Mira Caballos sostiene que “los corsarios no tardaron en darse cuenta que se obtenían más beneficios comerciando con los isleños que atacándolos. […] Los colonos a su vez, estaban hartos de esperar infructuosamente la llegada de las flotas que además traían poco género y a precios desorbitados. Se daban, pues, todos los ingredientes para el desarrollo de un floreciente comercio ilegal” (2010, 545). Mira Caballos destaca que los orígenes del contrabando en La Española –actualmente, República Dominicana y Haití– se remontan a los inicios del siglo XVI.

Por su parte, Frank Moya Pons nos presenta a un imperio español en constante guerra con las demás naciones europeas, especialmente con Inglaterra y Holanda, y plantea cómo el contrabando se convierte en una vía que permitió la entrada de otras “ideas religiosas y de lealtades políticas ajenas al pueblo y a la Corona” (1983, 54). Tanto Mira Caballos como Moya Pons nos permiten una perspectiva puntual; es menester leer sus investigaciones para iniciarnos en el tema. Por otro lado, será por medio de los siguientes autores, como observaremos, que el tema se irá perfilando.

La Española

En las postrimerías del siglo XVI ya existía un comercio intérlope del cuero en la costa norte y oeste de La Española. Esta región era conocida como “banda norte” y su población sufrió por las malas decisiones que tomó el Imperio. Se dieron rebeliones por parte de sus habitantes al tener que enfrentarse al plan “poco creativo” e injusto de las autoridades que respondían a la Corona. Este plan consistió en despoblar y devastar regiones de esa parte norte y occidental de la Isla. En lo que a la producción de cueros respecta, según Antonio Benítez Rojo, era “una industria pequeña pero estable, popular pero jugosa, y […] destinada a ser un negocio subversivo” (2010, 67). Para entender lo que estaba ocurriendo, es menester mencionar que el puerto autorizado para comerciar con Sevilla era el de Santo Domingo, localizado en el sureste de la Isla. De manera que es evidente la dificultad a la que se enfrentaban los vecinos de la “banda norte” para ser partícipe del comercio aprobado por la Corona, y a lo que se fue desarrollando un “negocio alternativo” con las otras potencias europeas. Benítez Rojo propone la formación de una nueva sociedad o de una cultura criolla: “se trataba de gentes emprendedoras, en gran medida mestizos y mulatos, que por vivir alejadas de las ciudades estaban fuera de la órbita de la burocracia colonial, de las guarniciones militares y del ojo vigilante de la Iglesia”. Según él, “subsistían de modo autosuficiente, de espaldas a la metrópoli y a la capital insular; comían en platos ingleses, usaban cuchillos franceses y vestían finas camisas de Holanda; importaban vinos, muebles, herramientas, armas, efectos de costura y otros muchos objetos, y leían libros “herejes”, incluyendo biblias, que traducían al español los judíos versados de Flandes” (2010, 68).

Asimismo, Benítez Rojo alega que el esclavo africano fue significativo para la formación de una cultura “local”. El autor le asigna al esclavo africano el rol protagónico racial que permitió el desarrollo de una nueva identidad, tomando en cuenta que ya los primeros en llegar a las colonias, provenientes de Europa, habían asimilado otras costumbres autóctonas. Por otro lado, el autor de La isla que se repite también destaca a Cuba –específicamente la parte oriental– como la región originaria de una cultura criolla en esa Isla, destacando a la vez su relación directa con la parte devastada de La Española. Benítez Rojo pone de relieve la región de Paso de los Vientos –el oriente cubano, Haití y una parte de Jamaica; más específicamente el norte– como “lo criollo propiamente dicho”, y los describe como “igualmente empeñados en el contrabando” (2010, 75).

Es evidente la complejidad en la formación de una cultura criolla en el Caribe. Esta cultura no se encontraba limitada al sistema de plantaciones; no obstante, reconocemos la magnitud de este “microcosmo social” en la región. A esas experiencias diversas en las plantaciones del Caribe tenemos que sumarle el “microcosmo” del contrabando para así contar con un escenario más amplio en lo que se refiere a esa cultura “criolla” y a una identidad “regional”. De manera que es preciso ver como el contrabando y el desarrollo de una identidad se entrelazan en la historiografía del Caribe. Fue el contrabando en las colonias una práctica generalizada. Un aspecto de la vida en el Caribe que en lo que respecta al Santo Domingo español, y como observamos en Cuba también, ocurrió de una forma que parecería todo estaba orquestado para que así ocurriera. El denominador común de las regiones en donde mejor se desarrolló el comercio ilegal lo fue estar alejado de las ciudades en donde estaba centralizado el poder; los habitantes no estaban bajo el ojo amenazante constante de las autoridades, ni del acaparamiento del poder económico por parte de éstos. Estar distante de los puertos oficiales para el comercio aprobados por la Corona permitió una “división social” en las islas del Caribe. La historia de Puerto Rico es un buen ejemplo de ello.

En torno a Puerto Rico

En Puerto Rico y la lucha por la hegemonía en el Caribe se pone de manifiesto que en la Isla se prohibió el cultivo del jengibre en el año 1602, pero “los pobladores rehusaron someterse a la voluntad del Rey y continuó el cultivo del jengibre estimulado por el comercio clandestino” (Morales Carrión 1995, 62). En su obra, Arturo Morales Carrión compara el cuero con el jengibre como productos propicios para el contrabando. Además, expone que Puerto Rico pasaría a ser la región del imperio español que más estaba expuesta al contacto con las potencias extranjeras que se fueron estableciendo en las Antillas Menores. Asimismo, el autor relata como los franceses y holandeses fracasaban en sus deseos por establecer un comercio legal con Puerto Rico; y, por el otro lado, menciona que los holandeses tenían un comercio establecido con el puerto de Aguada cerca del año 1690 (1995, 67). En lo que atañe a esta investigación de Morales Carrión, el historiador Juan Ángel Giusti Cordero alega que: “enfocó el interior de la isla como un espacio con experiencias históricas específicas, acaso otro mundo, vinculado mediante el contrabando al Caribe no español” (1993, 4).

Ahora bien, ¿cómo relacionar el comercio ilícito en la Isla con una identidad “regional” o distinta a la peninsular? Francisco Moscoso discute la diferencia entre españoles y criollos, y como los últimos no eran considerados para ocupar cargos en el ejército español. El historiador sostiene que desde el 1648 está documentada esta diferenciación (2012, 5). Una parte de la población criolla comenzó a velar por sus propios intereses, separándose de lo que imponía la Metrópoli; y a tomar decisiones según las necesidades de su espacio inmediato. Para Moscoso, “la cuestión de la identidad nacional” se relaciona con “qué es lo que naturales o vecinos de la tierra, y criollos, iba significando, históricamente” (2012, 7).

En La sublevación de los vecinos de Puerto Rico, 1701-1712, Moscoso discute unos casos de contrabando en la región oeste de la Isla, y ello enmarcado en un escenario de “firmeza de carácter” –según nuestro juicio– por parte de los habitantes de la región; los mismos que se iban negando a ser parte de las decisiones arbitrarias de la Corona. Por otro lado, es menester destacar la propuesta de Moscoso en lo que a una “caribeñización” de la economía puertorriqueña se refiere: “a nivel oficial se constata un comercio muy restringido entre la Metrópoli española y la colonia, por un lado; y, un comercio inter-colonial mucho mayor, en progresivo aumento apuntando a la caribeñización de la economía de Puerto Rico, por otro lado. Frente a la decadencia imperial de España, el contrabando se convirtió en el vehículo principal de intercambio comercial del país” (2012, 21-22).

En Criollo, Patria y Nación: Puerto Rico, 1492-1814, su autor alega que el proceso de criollización “comenzó a desplegarse en el siglo XVI y llegó a madurar en el siglo XVIII y comienzos del siglo XIX” (Moscoso 2002, 37). Como parte de esta ponencia, se nos remite a la Carta de 1644 del obispo fray Damián López de Haro, en donde, según Moscoso, López de Haro “registró estampas de la criollización en curso.” Para Moscoso, “la sociedad criolla se formó a través de tres siglos y etapas históricas de intenso quehacer humano” (2002, 40). Además, en lo que concierne al siglo XVIII, el historiador destaca una serie de sucesos –y procesos– en las que se involucró el pueblo, y entre éstos se encuentra el “intercambio con el extranjero por vía del contrabando generalizado”; un aspecto de la sociedad puertorriqueña que también fray Agustín Íñigo Abbad y Lasierra pone de relieve en su trabajo Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico (1788).

Otras sociedades coloniales

Por otro lado, para la historiadora Linda M. Rupert, la interacción entre criollización y contrabando moldearon la sociedad colonial de Curazao y de otras sociedades coloniales en la región; y alega que cada uno representó una forma de transgresión del orden imperial establecido. Si bien propusimos con relación al contrabando como “lo más natural en las colonias”, pues, de igual manera, la autora de Creolization and Contraband manifiesta que el comercio entre colonias era legal bajo el sistema de Holanda, pero no así para otras potencias europeas. Se pone de relieve en este trabajo que la criollización se ha estudiado como un fenómeno cultural y el contrabando como un sistema económico, pero, según ha quedado demostrado en la historia de Curazao, ambos estaban entrelazados. El contrabando facilitó la interacción entre personas distintas en lo que a clases sociales, etnias y afiliaciones imperiales se refiere; y, por otra parte, a la criollización no la podemos limitar al ámbito cultural solamente, pues, la parte económica a la que se alude necesitó de este proceso cultural que se dio en las sociedades del Caribe (Rupert 2012, 7). Esta investigación de Rupert nos arroja luz sobre el dinamismo en la zona caribeña, desde la perspectiva de otros imperios; y ello nos permite un cuadro más completo acerca del comercio restrictivo de España en esos siglos.

Más allá del contrabando

Por último, regresamos a nuestras preguntas iniciales: ¿Por qué discutir hoy el tema del contrabando de esos siglos? ¿Cómo se relaciona con nuestro presente? Una mirada al contrabando de los siglos XVI al XVIII, en el Caribe, nos ofrece otras perspectivas de análisis sobre nuestra cultura e identidades; además de nuestras capacidades socioeconómicas. Un tema que nos permite reflexiones en torno al devenir de nuestra identidad caribeña y puertorriqueña; siempre en tensión. Al advenir una consciencia de que éramos “distintos”, entonces se crearon espacios –y, más adelante, “discursos” en los siglos XIX y XX, por parte de nuestros intelectuales– de identidad y solidaridad en el Caribe, desde el pueblo mismo. De discursos de identidad y solidaridad ya hemos hablado antes y tendrá su continuidad, sin duda. Por el momento, lo importante aquí es entender que nuestra identidad como pueblo proviene de una memoria colectiva que compartimos con otras islas del Caribe. Islas hermanas de las que nos hemos apartado, y de las que muy poco conocemos. Un desconocimiento que se extiende a la propia historia puertorriqueña. En la continuidad de esa memoria colectiva a la que aludimos es que encontraremos las fuerzas para continuar luchando en estos tiempos tan difíciles. De ello depende el porvenir de nuestra cultura en sus diversas manifestaciones, incluida, sin duda, la protección del patrimonio histórico. Esta memoria colectiva es también esencial para la educación en Puerto Rico; una educación que carece en sus currículos de temas esenciales para una apreciación justa de nuestra historia puertorriqueña y caribeña. Una educación en la que es necesaria la solidaridad en medio de la violencia que vivimos hoy, y que ha sido parte también de nuestro pasado. Una educación en la que nos urge dar cuadros concretos de nuestras capacidades como pueblo.

Sin duda, somos un pueblo enteramente capaz de decidir nuestro porvenir económico, puesto que contamos con los recursos necesarios; y ello se puede apreciar en nuestra historia nacional. Tenemos de las mejores tierras para la agricultura, y es por ello que sufrimos en nuestro presente de la ocupación de éstas por parte de empresas como Monsanto, y se les niega esos espacios a los compatriotas que quieren trabajar la tierra. Nuestro paisaje es de ensueño; y nuestra gente educada, trabajadora y solidaria. Por ello, seguimos siendo una colonia y se nos oculta nuestra historia. El Congreso de los Estados Unidos no entiende las verdaderas capacidades del archipiélago de Puerto Rico como nación; como país caribeño. Así como en el pasado España no entendía lo que significaba estar lejos de la península y tener unas necesidades particulares como región. El país quien mantiene el poder de manera arbitraria sólo entiende su propia realidad y las decisiones tomadas respecto de la colonia responden únicamente, no lo dude, a la permanencia de ese poder. El contrabando de los siglos XVI al XVIII también nos permite una reflexión en torno al concepto “ilegal”. ¿Qué es lo ilegal en la sociedad puertorriqueña del presente? Lo verdadero ilegal en nuestro País es la deuda que el pueblo tiene que pagar y no los verdaderos responsables. Ilegal es la venta de nuestro patrimonio arquitectónico. Ilegal es la Junta de “Control” Fiscal. Ilegal debería ser ese contrato con “LUMA Energy”. ¿Quiénes definen lo que es legal o ilegal en nuestro País?

Bibliografía

Abbad y Lasierra, Agustín Íñigo. Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. Edición anotada en la parte histórica y continuada en la estadística y económica por José Julián Acosta y Calbo (1866). Edición con estudio introductorio por Gervasio L. García. Madrid, España y San Juan, Puerto Rico: Ediciones Doce Calles e Historiador Oficial de Puerto Rico, 2002.

Benítez Rojo, Antonio. La isla que se repite: el Caribe y la perspectiva posmoderna. San Juan: Editorial Plaza Mayor, 2010.

Giusti Cordero, Juan Ángel. “Puerto Rico and the Non Hispanic Caribbean: Un reto al exclusivismo de la historiografía puertorriqueña”, en Juan Hernández Cruz y María Dolores Luque de Sánchez, eds., Obra historiográfica de Arturo Morales Carrión. San Germán: CISCLA, 1993.

Guibernau Berdún, Montserrat. Identidad. Pertenencia, solidaridad y libertad en las sociedades modernas. Madrid: Editorial Trotta, 2017.

Mira Caballos, Esteban. “Contrabando y corrupción en La Española en la segunda mitad del siglo XVI”, en La Española, epicentro del Caribe en el siglo XVI. Santo Domingo, República Dominicana: Academia Dominicana de la Historia, 2010.

Morales Carrión, Arturo. Puerto Rico y la lucha por la hegemonía en el caribe: colonialismo y contrabando, siglos XVI-XVIII. Río Piedras: Centro de Investigaciones Históricas, Recinto de Río Piedras, y Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1995.


Moscoso, Francisco. La sublevación de los vecinos de Puerto Rico, 1701 – 1712. San Juan: Ediciones Puerto, 2012.




________________. “Criollo, Patria y Nación: Puerto Rico, 1492-1814” (ponencia). Foro de Criollismo, Panel “Caguas, Ciudad Criolla”. Centro de Bellas Artes de Caguas. 6 de junio de 2002.

Moya Pons, Frank. Manual de historia dominicana. Santiago: Universidad Católica Madre y Maestra, 1983.
Rupert, Linda M. Creolization and contraband: Curaçao in the early modern Atlantic world. Athens, Georgia: The University of Georgia Press, 2012.

 

 

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