Editorial: El colonialismo día a día

Para un sector de la población de Puerto Rico, el hecho de que nuestro país sea una colonia de Estados Unidos no es un problema. Más de un siglo de adoctrinamiento, abierto y solapado, han sembrado miedo e incertidumbre en ese sector del pueblo, sobre cuáles serían las posibilidades y oportunidades que podría traer la independencia para que Puerto Rico se reorganice como nación, y establezca un nuevo orden económico y social basado en la realidad y necesidades de su gente, como lo hacen las repúblicas independientes, que son una mayoría entre los países del mundo.

El miedo y sentido de impotencia que infunde el colonialismo obra en todos los aspectos de la vida de un pueblo colonizado. Algo así como cuando un equilibrista se percata en la altura de que alguien o algo lo amenaza con removerle la malla de seguridad que lo sostendría en una caída. El terror de imaginarse desprotegido podría ser suficiente para precipitarlo al vacío. En el orden mundial, sin embargo, el colonialismo se ha ido extinguiendo, y las antiguas colonias y territorios no autónomos han ido adviniendo a la descolonización y autodeterminación, la mayoría de ellos de manera exitosa. Al presente, quedan solo un puñado de colonias en el mundo, y Puerto Rico es una de ellas. Son rémoras de un sistema de dominio arcaico que ya no tiene razón de ser, como tampoco la tienen la esclavitud o el vasallaje feudal.

Sin embargo, aunque nuestro pueblo no reconozca del todo la raíz principal de nuestros problemas, sí vive y siente todos los días los efectos de ser una colonia en decadencia. Sabe y siente que el gobierno no funciona ni cumple adecuadamente su obligación de brindar los servicios básicos al pueblo con eficiencia y prontitud, porque es un gobierno que se sirve a sí mismo y no al pueblo que lo elige. Sabe y siente también que hay corrupción  en las agencias, y amiguismo y compadrazgo político en los contratos, y que los llamados empleos de confianza están reservados para los activistas del PNP y PPD, en pago por sus servicios a ambos partidos coloniales. El pueblo sufre no solo la escasez de servicios sino su pobre calidad. Conociendo que “la soga siempre parte por lo más fino”, está consciente de que hay menos escuelas públicas,  y menos maestros y maestras. Que la Universidad pública está mucho más cara, y con menos programas y servicios. Que la atención a la salud está en estado crítico, con menor disponibilidad de doctores, enfermeras, terapistas y personal sanitario en general. Que recibir atención en hospitales y salas de emergencia es cada vez más agotador. Que es más difícil lograr citas y servicios de especialistas, y que aumentan las denegaciones, por parte de los planes médicos, de ciertos servicios médicos y hospitalarios, y de ciertas pruebas diagnósticas y medicamentos.

Nuestro pueblo vive también el precario estado de la seguridad pública, contando con menos policías, bomberos, y demás personal de respuesta para emergencias y desastres. Sabe que la transportación pública es casi inexistente, y que las carreteras y calles están intransitables y llenas de hoyos. Que la vivienda está escasa y los pagos de hipoteca y alquiler, por las nubes. Que hay inestabilidad en el acceso y escasez de artículos básicos de consumo, y que es astronómica el alza en los precios de la canasta básica de comestibles y productos de primera necesidad. Todos los meses recibe las facturas con las tarifas infladas de las utilidades públicas, no solo por el desequilibrio en el precio del combustible, sino también por la carga del pago de la deuda pública en la que incurrieron por décadas los gobiernos coloniales irresponsables del PNP y PPD. Y sabe que la privatización del sistema eléctrico a través del contrato de LUMA Energy ha sido un timo, impuesto y sostenido por las mismas fuerzas del sistema colonial y del capital que dominan nuestro país.

Nuestro pueblo siente profundamente la tristeza de despedir a muchos de los suyos, que se van de Puerto Rico porque este sistema colonial fracasado les ha limitado las oportunidades de trabajo, salario digno, crecimiento profesional y calidad de vida.  Pero, sobre todo, nuestro pueblo está aprendiendo a conocer a quiénes por más de un siglo lo han engañado. Y saben- o intuyen-  que la Junta de Control Fiscal, impuesta en Puerto Rico por el Presidente y el Congreso de Estados Unidos, está aquí para representar y defender  primero los intereses de Estados Unidos y también los de los grandes conglomerados financieros dueños de la deuda pública, de las grandes corporaciones del capitalismo de desastre, y de los inversionistas y especuladores millonarios  que quieren convertir nuestro país en un lucrativo mercado de bienes raíces para su beneficio personal y corporativo.  Sobre todo durante estos últimos años, cuando hemos vivido una serie de tragedias que nos tienen al borde del colapso, el pueblo puertorriqueño  ha recibido la mayor de las lecciones: que nuestra relación colonial con Estados Unidos nos cuesta más de lo que nos da, y nos mantiene sometidos a una cadena infinita de abusos e inequidades.

 

 

 

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