Especial para En Rojo
Joker (dir. Todd Phillips; EE. UU., Canadá y Australia; 2019) no es una buena película. Aunque ya discutí algunos de sus méritos y mis problemas en la reseña que escribí para En Rojo, “El hastío de un payaso” (16 de octubre de 2019), he tenido un tiempo para considerar mis ideas. Me reafirmo en que la vida es muy corta para revisitar una película problemática así que no he tenido interés en volverla a ver. Sin embargo, he continuado leyendo literatura gráfica del universo de Batman donde aparece su némesis, el Guasón. Este personaje no es mi villano favorito de los comics, pero su construcción es un recurso a través del cual los escritores exploran distintas vertientes del héroe, del mundo que los rodea y de las oscuridades que amenazan a los residentes de Ciudad Gótica. En los comics, cada escritor y artista visualiza al guasón de maneras únicas. Por ejemplo, en la novela gráfica The Killing Joke (Alan Moore, 1988), el Guasón le dispara y agrede sexualmente a Barbara Gordon, la hija del comisionado de la policía. Al final, Batman intenta establecer un diálogo con el villano. Batman le recuerda que ambos seguirán luchando hasta que uno de los dos perezca. Por eso, Batman le ofrece ayuda psiquiátrica para concluir de una vez por todas su interminable batalla sangrienta. Pero después de contar una anécdota fantástica, el Guasón demuestra un momento de lucidez al rechazar su oferta con la pregunta: ¿qué tipo de cura puede proveerle un enfermo mental a otro? Batman y el Guasón son dos lados de la misma moneda. Por otro lado, en End Game (2016), Scott Snyder (escritor) y Greg Capullo (artista) crearon un Guasón que personifica el caos y la oscuridad que corrompe a Ciudad Gótica. Al estilo de los héroes trágicos griegos, Batman se torna en una versión idealizada de la humanidad que lucha en contra del espíritu del mal representado en el payaso. Cada interpretación del Guasón abre un nuevo universo para el personaje. Las representaciones del Guasón en el cine funcionan de la misma manera. En Batman (dir. Tim Burton, EE. UU. y Reino Unido, 1989), el personaje actuado por Jack Nicholson se asemeja a ese tío borracho que dice las cosas más inapropiadas en las fiestas familiares. Claro, en este caso, su humor concluye con muerte. Esa concepción del Guasón es diferente a la de The Dark Knight (dir. Christopher Nolan, EE. UU. y Reino Unido, 2008), donde el villano, actuado por Heath Ledger, se torna en un ente nihilista que solo añora ver arder la ciudad. En ambas, Batman es la figura que devuelve el orden para que los residentes de la ciudad puedan seguir sus vidas.
Batman es la figura justiciera que protege desde las sombras a los inocentes de Ciudad Gótica. Esta figura no deja de ser problemática. Su identidad secreta es Bruce Wayne, un multimillonario que decidió librar la ciudad de la villanía y la corrupción. Armado de un capitalismo impenetrable, Batman cuida por el statu quo. Sus recursos monetarios, que son parte de su poder como superhéroe, solo fortalecen su arsenal de carros armados y aviones de batalla. Los villanos son una amenaza para la vida de los citadinos, pero también lo son la pobreza y los problemas sociales que predominan. El primer Joker (2019) de Phillips explora esta línea. En esta, Arthur Fleck (Joaquín Phoenix) es un hombre muy pobre con problemas mentales que ha sufrido abusos de su madre y de la sociedad en general. Harto de su situación, Fleck asume la identidad de un payaso que lidera una revolución violenta y problemática. Aunque Bruce Wayne es todavía un niño, Fleck le declara la guerra a Thomas Wayne (Brett Cullen), el millonario padre de Bruce, y a Murray Franklin (Robert De Niro), una celebridad que tiene un late show popular en televisión. Wayne simboliza el poder financiero y Franklin representa las burlas que Fleck sufre a diario. Cerca del final, en la secuencia más emocionante y mejor lograda de la película, el Guasón de Fleck castiga al frente de las cámaras a Franklin haciendo temblar la norma.
En la secuela, Joker: Folie à Deux (dir. Todd Phillips, EE. UU. y Canadá, 2024), Phillips, que ejerció como director y co-libretista junto a Scott Silver, regresan a un material el cual ellos no entienden del todo. En la secuela, Fleck espera su juicio por los asesinatos que cometió en la primera película. El personaje sobrelleva una experiencia desesperante en la prisión que es solo una extensión de la angustia que el personaje sufría cuando era libre durante la primera película. Dentro de su mundo gris, Fleck reimagina su entorno como un musical. En esta realidad imaginada, Fleck se viste con su traje violeta y su maquillaje del Guasón durante su juicio y, en otros momentos, canta en un programa de variedades junto a otra paciente mental que conecta con su locura, Lee Quinzell o Harley Quinn (Lady Gaga). Todas estas ideas me parecen interesantes, pero Phillips no sabe cómo narrar una historia dentro del género del musical. Las secuencias musicales son visualmente atractivas gracias al cinematógrafo, Lawrence Sher, quien también trabajó en la primera película. Sher nos construye unos mundos televisivos setentosos, coloridos e iluminados, pero que no develan absolutamente nada de la vida interior o de las emociones de los personajes.
En un musical como Dancer in the Dark (dir. Lars von Trier; Dinamarca, Alemania, Países Bajos, et al.; 2000), la protagonista, Selma (Björk), confronta unas experiencias terribles. Selma se está quedando ciega y, como consecuencia, perderá su trabajo en medio de su pobreza; un policía le roba el dinero que ella ha ahorrado para operar a su hijo, que también se está quedando ciego; y es finalmente condenada a muerte por un asesinato. Dentro de esta agonía, Selma escapa a través de los musicales. El contraste marcado entre la vida tan oscura de Selma y su alegría cuando canta en una escena musical acentúan la ironía de la ausencia de la esperanza en un género identificado por la felicidad que le comunica al espectador. Al mismo tiempo, la música expresa el mundo interior tan delicado y bello de Selma que se rehúsa a morir durante los momentos más nefastos. Esto en nada se parece a Joker: Folie à Deux, que nunca explora la relación entre la realidad y la imaginación musical.
Joker: Folie à Deux también falla como película de cómics porque no sabe cómo construir sobre el mito del Guasón. Joaquín Phoenix hace de un Guasón con una inocencia que tiende a tornarse mortífera cuando se abalanza en contra de la autoridad. No obstante, Joker: Folie à Deux nos da el asomo de una idea interesante que se desperdicia en las manos de un director que no entiende de cómics, de musicales ni de cine.