Especial para CLARIDAD
En las elecciones del 2008 me tocó votar en un colegio electoral sumamente dividido de Brooklyn, con judíos ortodoxos en un lado y migrantes caribeños, principalmente jamaiquinos y haitianos, en el otro. Era una mañana friísima y había dos filas separadas que se alargaban hacia lados opuestos desde la puerta de entrada de la escuela alrededor de la cual, pacientemente, esperábamos todos. Cuando ya nos acercábamos al punto donde las filas se encontraban, y en medio del silencio helado que azotaba las caras largas escondidas bajo los sombreros y sobre las bufandas, mi hija, que tenía tres años, empezó a gritar ‘O-bama! O-bama! O-bama!’ tan fuerte como podía.
Nadie se rió. Quizá en parte porque hacer campaña en un colegio electoral es un delito. Sin reacción visible de ningún presente mi hija delinquió tres veces más y yo reí, esperé, entré, voté y nos fuimos.
2.El exitoso eslogan de la campaña demócrata de ese año era el famoso ‘Yes we can’ (hurtado a Dolores Huerta), bajo el cual yo nunca pude dejar de oír el ‘Sí se puede’ de Rosselló en el ’92. Ocasionalmente la campaña lo alternaba con otro más filosófico que me gustaba más: ‘Somos el cambio que hemos estado esperando’.
3.Sube el telón. Una mano esconde un muñeco detrás de un panel. Baja el telón. Sube el telón. La mano pone tras el panel un segundo muñeco. Ahora el panel cae hacia el frente. ¿Cuántos muñecos verás?
Mucho de lo que se sabe sobre cuánto saben o notan en su ambiente los bebés antes de que lo puedan verbalizar se basa en estimados sobre cuánto tiempo miran lo que se les muestra durante un experimento sobre cognición infantil. Si los bebés de cinco meses que ven un solo muñeco al caer el panel miran por más tiempo que los que vieron dos, eso sugiere que ya a esa edad tenemos ciertas expectativas sobre número y cantidad y nos sorprenden los escenarios que no encajan con ellas. Ver los dos muñecos y no mirarlos mucho sugiere que en algún nivel ‘ya yo sabía’ que eran dos. Ver sólo uno y reaccionar con ‘looking times’ más largos sugiere que lo que estoy viendo no cuadra con mi pequeña teoría del mundo.
4.A esa forma de aprendizaje que consiste en no responder / dejar de mirar / aburrirme ante lo que ya conozco (los dos muñecos tras el panel) los psicólogos la llaman habituación. La habituación es buena porque le permite a mi cabeza enfocarse en las cosas que sí cambian. Pero la habituación puede también trabajar en contra nuestra. Una forma en que nos perjudica es por vía del llamado environmental numbness, o entumecimiento ambiental: la tendencia a dejar de notar en mi ambiente lo que siempre está ahí, lo que cambia muy poco o lo que cambia mucho pero a lo lejos. Esta especie de política de simplificación de nuestras antenas perceptuales seguro nos viene en parte de la evolución: ningún animal puede o debe prestarle atención a todo todo el tiempo. Pero en el plano humano también es resultado de cómo está organizada ‘la vida moderna’: vivimos vidas que parecen diseñadas para que no las cambiemos mucho, para que tomemos ‘lo dado’ por inevitable. Excepto que a veces, ‘lo dado’ cambia.
5.La baja participación electoral en muchas ‘democracias’ modernas puede verse en parte como un caso de entumecimiento ambiental. Si bien en Puerto Rico mucha gente decide, por principio, abstenerse de votar, otros no votan simplemente porque parten de la intuición (correcta) de que, en muchos sentidos, su voto no cambia la dinámica principal según la cual el PNPPD funciona como un bloque unitario: bandos opuestos alternando muñecos entre el sube y baja del telón mientras el bloque mismo se autoperpetúa en el escenario sin cambios mayores. Pero a veces lo que parecía constante e inevitable se vuelve transparente en su arbitrariedad y un sentido ampliado de lo posible se impone. Así pasó en el verano del 19 y pues, así está pasando ahora. En Puerto Rico, el monopolio del PNPPD lleva varias elecciones desinflándose, y esta vez es de hecho posible que la Alianza los derrote. Y pues, habemos muchos en todas partes registrando ‘looking times’ alargados, nuestros sentidos fijos en torno a lo que en otro tiempo habría parecido un escenario improbable, reunidos en torno a la posibilidad de un verdadero inicio.
Eso incluye a miles de jóvenes, menos vulnerables a los miedos que tanto inmovilizaban a generaciones anteriores. Además de muchos independentistas que se inclinan por la abstención, pero han visto suficiente esta vez para activarse. Y miles de no independentistas que no sólo reconocen en Juan Dalmau al candidato más apto, sino que de hecho se disponen a votar por él, incluyendo populares cansados y hasta estadistas demócratas decepcionados, que les causa vergüenza la asociación de su candidata con Donald Trump y que entienden la importancia de derrotar la agenda republicana de ambos.
6.Cuánto daría por estar inscrito en Puerto Rico y votar por los candidatos de la Alianza. Pero este 5 de noviembre me tocará votar en un colegio más de esta ciudad donde he vivido por casi 25 años. Y por más que me rechinen los oídos y se me amargue la expresión ante la desfachatez y el insulto de alusiones a ‘the greatest nation on Earth’ o ‘the most lethal force in the world’, no me quedaría en casa por nada del mundo. Votaré sabiendo que el resultado de las elecciones estadounidenses afecta (de forma desigual) a millones de personas en este país y a billones alrededor del mundo. Ahora y en el porvenir. Recuerdo clarísimo el vértigo, la desolación y la amargura de la mañana del 9 de noviembre del 2016, cuando nos tocó decirles a nuestros hijos quién había ganado la elección la noche antes. La posibilidad, ocho años después, de una segunda presidencia de Trump, aún más absorto en su vanidad y sentido de venganza, es espeluznante. Si yo viviera en Puerto Rico lo de votar por la Alianza sería un placer. Supongo que si muchos de mis amigos de Puerto Rico, por las circunstancias que fuera, vivieran acá y pudieran tratar de ahorrarle al mundo los estragos de un escenario más funesto por mucho, aunque no les diera placer, también lo harían.
7. Como lo ha hecho en cada elección general desde que tenía tres años, mi hija me acompañará a votar este año también. Pero ahora está inscrita y votará conmigo. No creo que se ponga a gritar tan entusiasmadamente en la fila como hace unos años. Pero si por cualquier razón del universo nos tocara esperar cerca de una niñita que gritara algún nombre que remotamente representara un mínimo de esperanza (aunque fuera la esperanza de bloquearle el paso a lo peor), estoy seguro que ambos le regalaremos una enorme sonrisa. Mi hija está muy bien habituada al frío. Yo con los años lo tolero menos. Y pues, según noviembre me vaya adormeciendo las extremidades, me aclimataré pensando en el escenario cálido y absolutamente probable que a la distancia imagino: es enero y Juan Dalmau entra en Fortaleza como gobernador electo, presto a inaugurar el primer cuatrienio de una patria nueva, con el respaldo de un país desentumecido y despierto, que sale a mirarlo todo con ojos nuevos, testigo asombrado de sí mismo, listo para ser el país que el país ha estado esperando.