Especial para en Rojo
Desde hace varias décadas las humanidades como disciplinas de enseñanza han sufrido un constante cuestionamiento sobre su pertinencia en el tecnologizado mundo actual. ¿De qué sirve saber de la antigüedad clásica, se preguntan, cuándo toda la información está disponible en la Internet? Como queda claro, más de 30 años de la red, con toda su información disponible no nos ha hecho más conscientes ni mejores ciudadanos. Por ello nos tenemos que seguir preguntando cómo lograr tal objetivo de mejorar como sociedad en el colectivo de homo sapiens. La historia de la humanidad es, además de la lucha de clases, la historia de nuestra relación con las diversas herramientas que hemos desarrollado a lo largo de nuestra existencia.
Las principales características que distinguen a los humanos de los demás seres vivos del planeta ha sido, por un lado, la consciencia de nuestra finitud, y la consecuente exploración conceptual de una posible trascendencia espiritual, y por el otro, su capacidad racional. Es decir, una inteligencia especial para la construcción de herramientas con las que hemos podido modificar nuestro entorno y sobrevivir en la lucha por la existencia. Con estas herramientas hemos potenciado los límites de nuestras capacidades físicas: mazos y hachas para romper cascarones o cortar troncos de árboles; lanzas y arcos y flechas para alcanzar presas más rápidas; canoas y barcazas para navegar, palancas y poleas para potenciar la fuerza; catalejos y telescopios para ver de cada vez más lejos, bicicletas, automóviles y hasta cohetes para trasladarnos largas distancias a mayor velocidad. También hemos desarrollado herramientas que potencian nuestra inteligencia y capacidad de entender el medioambiente que habitamos para aprender a modificarlo a nuestra conveniencia (o eso hemos creído). Nuestros antepasados se percataron de la recurrencia del día y la noche, de las épocas de lluvias o sequías, de los periodos fríos seguidos de los más cálidos y así en un largo continuo del que aprendieron a anticipar dichos eventos. Al vincularlos con los movimientos estelares, lograron medir el tiempo (o se lo inventaron de plano). Y, al anticipar estas recurrencias las fueron manipulando a su favor, como hicieron los antiguos pueblos mesopotámicos con las crecidas de los ríos Tigris y Éufrates o los egipcios con el Nilo que lograron desarrollar una agricultura a gran escala, fundamento básico para el surgimiento y progreso de las civilizaciones. De igual forma, encontraron formas de preservar estos conocimientos a través de la escritura y la parafernalia de almacenamiento de estos textos, ya sea en rollos de papiros, relieves en los arcos de triunfo o en las puertas de las catedrales, la acumulación de libros en las bibliotecas, millones de bytes de información en la nube.
En ese devenir de relaciones adjudicaron que tales eventos se debían a la voluntad de seres divinos y para comprenderlos construyeron mitos e historias con las que explicaron la relación entre las fuerzas de la naturaleza y las lecciones que tuvieron que aprender para superar obstáculos y lograr nuevos adelantos. Gracias a estas herramientas discursivas desarrollaron nuevas capacidades, que les permitió sobrevivir y construir sociedades que, con el tiempo se volvieron cada vez más complejas y dinámicas. No sólo había dioses relacionados al Sol o a la Luna, las aguas dulces o el mar, la seducción y la fertilidad y demás atributos de la naturaleza, sino que también otros asociados a las prácticas humanas de la cacería, la agricultura, la herrería, la guerra, la justicia y la misma búsqueda del conocimiento. Es en ese sentido que las religiones fueron las primeras disciplinas del conocimiento humano que, con la búsqueda sistemática de la verdad, encontraron formas de entender el mundo en el que vivían. A través de los ritos, rezos y ofrendas, establecieron formas de comunicación con las divinidades, una suerte de negociación para superar dificultades y progresar en lo material y en lo espiritual.
Sin embargo, estos discursos de verdad derivados de la búsqueda, digamos que, honesta de la verdad, tomaron un giro perverso al convertirse también en discursos de poder, herramientas con las que las personas que se establecieron en el tope de las jerarquías sociales se apropiaron de los recursos productivos que propician la sobrevivencia y el desarrollo de las comunidades humanas. Justificaciones violentas que establecieron castas colmadas de privilegios y vastas mayorías sometidas al deber y el servicio de las noblezas o de los hombres, de los “blancos” o de quienes profesen la “religión verdadera”. No obstante, toda forma de conocimiento siempre llega a sus límites, lo que propicia la exploración y superación de tales confines y, por lo tanto, el surgimiento de nuevas disciplinas de conocimiento, mejores herramientas para encontrar nuevas verdades que permitan una mayor comprensión del entorno, ya no sólo natural, sino el social y la aspiración de justas reivindicaciones sociales. En estas ambivalencias y contradicciones estas sociedades fueron capaces de construir belleza sublime e infringir espanto y terror, producto y justificación de las ideas con las que condujeron los proyectos colectivos constituidos por una infinidad de actos individuales.
En la historia de la humanidad la producción del conocimiento mítico y la superación del mismo, ha estado íntimamente relacionado con las prácticas humanas asociadas a las artes (eso que llamamos Humanidades). En la creación de los mitos religiosos se utilizan formas narrativas que demuestran abstracciones, metáforas y alegorías para caracterizar a las divinidades y los conflictos inherentes entre ellas en representación de los conflictos naturales y sociales que querían explicar y de la cual extraer alguna enseñanza. De igual forma desarrollaron lenguajes plásticos, tallas en piedra, madera o mármol o pinturas que sirvieran para identificarlos y adorarlos. Recordemos que el surgimiento y el desarrollo de las representaciones escénicas surgió del culto al lúdico Dionisio con su caravana de bailarines y amantes del vino y del goce del cuerpo. A través de estas disciplinas los humanos hemos procurado entender nuestro lugar y propósito en el mundo, un orden supuesto con el que le damos sentido a la existencia colectiva y con el que exploramos y expandimos los límites de lo humano. Desde La Épica de Gilgamesh en la que un rey déspota y abusivo con su pueblo encuentra la humildad necesaria para cumplir su deber con su pueblo al reconocer su mortalidad y la decadencia inevitable de su cuerpo. O, los cuestionamientos sobre el destino y el honor en el escenario más humano, la siempre presente guerra, en la que cientos de almas de héroes terminaron de forma violenta en el Hades ante la cólera indómita de Aquiles y la ambición sin medida de Agamenón. O tal vez la búsqueda de un ideal estético en la juventud eterna y perfectamente simétrica de las esculturas del periodo clásico contrastado con la variedad de sentimientos representados en las del periodo helenístico.
Un lugar especial entre las disciplinas humanísticas tiene la filosofía, con la que se buscó entender la realidad del siempre cambiante y eterno mundo natural como si los dioses no existieran y determinaran todos los acontecimientos. Pero que también reflexionó sobre qué es la verdad y cómo llegar a ella, qué es la belleza, o entender el mundo en el que vivimos y cómo podemos sobrevivirlo de la mejor manera posible e, incluso, intentar mejorarlo. De la práctica filosófica, a través del uso de las palabras en una larga conversación oral y escrita, surgieron las demás ramas del conocimiento: las ciencias naturales y las sociales, la medicina, la pedagogía, el derecho, la arquitectura.
Al igual que el conocimiento mítico, las verdades filosóficas produjeron discursos de verdad, que se constituyeron en las ideas con las que conformamos los paradigmas para darle sentido a la realidad que vivimos. Estas ideas determinan en gran medida nuestras prácticas, las formas en que a través del tiempo y el espacio las diversas sociedades han funcionado. Sin embargo, la perenne búsqueda de la verdad trasciende los límites del status quo y siembra las semillas del cambio de paradigmas. Es importante reconocer que el conocimiento es un producto dinámico y que tiene que atemperarse a los tiempos. Es necesario aprovecharnos de las herramientas que hemos creado y potenciar la expansión de los límites de lo que entendemos de nosotros mismos. Si, por un lado, el Big Data, nos permite acumular y considerar una inimaginable cantidad de datos que permiten la creación de patrones a largo plazo, la Inteligencia Artificial nos plantea dilemas en torno a la creación y la autenticidad e, incluso, la manipulación de la realidad. Es necesario que dominemos estas nuevas herramientas para entender más y mejor la complejidad de lo humano desde su creatividad e integrarlo a la producción y difusión del conocimiento de las disciplinas humanísticas. Las plataformas digitales abren la posibilidad de diseminar el conocimiento humanístico desde un amplio registro de perspectivas a un mayor número y diverso número de receptores ampliando aún más la conversación, condición misma para la producción del conocimiento. Lo que nos lleva a uno de los principales retos de nuestra contemporaneidad, la de profundizar en los principios filosóficos de la crítica de las bases teóricas bajo las cuales sostenemos nuestros análisis y el desarrollo de un discurso lógico para exponerlo e integrarlo a la discusión.