En Reserva-La tensión de la voz vs. la palabra (3ra parte)

Ilustración: Estefanía Rivera Cortes

 

 

Especial para En Rojo

La voz como un exceso que nos habita y que también es diferenciada de su cotidiana enunciación práctica de comunicarnos entre sí, es una figura acústica intrínseca de nuestra experiencia y del propio ser. Retomo el acercamiento y en esta ocasión me interesa su producción misma como objeto de soporte, pero también como objeto de tormento. La imagen que propongo es un eco interno, una “voz” que se propaga emergiendo de orígenes inapalabrables, o que pudiera experimentarse como un silencio elusivo, pero todas las veces como experiencia que nos invita a la reflexión y a maravillarnos.

Desde la experiencia subjetiva, podemos hablar nuestra propia palabra. A ésta podríamos diferenciarla —sí se prestan las condiciones— de esa voz vinculante (y sospechosa) de la cultura. Esa voz del superyó que de tanto mandato y decir ya ni sabemos quiénes somos, “aunque nos aferramos a un catálogo cada vez más detallado de atributos e identidades”, como recuerda la filósofa catalana Marina Garcés[1].  De hecho, la historia contemporánea tanto de la filosofía como del psicoanálisis nos sitúa demasiado interceptados culturalmente como para discernir entre los espacios reprimidos de los censurados. Incluso, muy a menudo, las “transgresiones a la ley” que cometemos son excesos de una voz ética que mantiene eficazmente unidas a las comunidades y constituyen su aglutinador invisible.[2]

Sería ingenuo no admitir que vivimos entre reglas superyoicas (características de los pensamientos morales y éticos que se reciben de la cultura) que divergen en grados menores con respecto de la universalidad de la cultura. Dicho de otro modo, no revisar cómo (y de qué manera) la cultura ha hecho estragos en lo inalienable de nuestra humanidad subjetiva nos dificulta una salida airosa hacia nuestro propio espíritu. La invitación es a descubrir, precisamente, esa dimensión que nos empuje a los límites de las imposiciones civilizatorias que nos ha tocado vivir.

¿Cómo devolver ese enunciado aural a nuestras experiencias y que puedan movilizarnos? En numerosas instancias a lo largo de la última centuria el alegato sigue sin satisfacer a muchos, “si el inconsciente se puede desplegar es sólo porque habla, su voz puede escucharse, si habla es porque en última instancia él mismo está ‘estructurado como un lenguaje’ ”, diría Lacan, pero previo a su posterior

conceptualización de lalangue. Es decir, que no es el lenguaje tomado como significante, pero lalangue tampoco es la concepción del lenguaje como un mero fluir de ecos de sonidos, sino una diferencia en su inconmensurabilidad misma.[3]

Lo que está fuera del lenguaje

 La dialéctica propuesta por Dolar y las enseñanzas impartidas por Willy Apollon,  filósofo, antropólogo y psicoanalista de la Ecole Freudian de Québec (EFQ, a la cual asisto desde hace más de un lustro) nos preparan para esa prolongación del estudio del objeto causa y su desarrollo en la actualidad.

El pasado junio en el Teatro Palais Montcalm en Quebéc el principal psicoanalista de la EFQ, recordó que desde varios filósofos y desde el génesis freudiano se estableció —y la propia experiencia de más de cuatro décadas de la puntera escuela y su centro para psicóticos adultos lo confirman— que existe una dimensión en nosotros que está “fuera del lenguaje”. Una experiencia íntima que escapa repetidamente del preestablecimiento del lenguaje y sus modos de expresión. Esta experiencia humana no es posible someterla a la nominación ordinaria o simplemente comunicarla a otra persona. Esta parte que nos habita de manera inconsciente está, no empece su elusividad, muy activa en nosotros.

En el texto Adolescence, masculine and feminine[4] queda establecido que esta íntima parte de nuestro ser —a la que nadie tiene acceso—, no sólo actúa sino que modifica nuestra sensibilidad, nuestras relaciones con el mundo y con les demás de un modo inaccesible desde el lenguaje que articula nuestro lazo social.  Este apartado de nuestro ser, censurado desde el lenguaje, y que como tal no ha sido estructurado en un significante, tampoco es posible reprimirlo pues al no ser nombrado no ha podido advenir como un objeto de percepción o conciencia, sino que es pura experiencia humana.

Es un resquicio íntimo que desvía necesaria e invariablemente de los objetivos del mandato colectivo porque nos provoca en un espacio que trasciende esos objetivos. Freud le llamaría el nudo íntimo del deseo humano. Apollon lo designó como quest, moviliza nuestro cuerpo como algo que no se puede curar. Una cualidad significativa del quest es su inherencia al sujeto humano. En oposición al self, que está al servicio del ego, en donde el sujeto se produce activo frente al escenario sociocultural que le constituye, según sea definido por la civilización a la que pertenece. Cada sociedad tiene y configura al hombre, mujer o ente social que necesita.

Me parece pertinente aludir a la elaboración que desarrolla Marina Garcés en El tiempo de la promesa la cual nos recuerda puntualmente que los términos traición y tradición tienen la misma raíz etimológica latina traditio de tradere o trans dare, dar al otro, entregar. Ambas son acciones de transmisión, que “transfieren” algo. Me permito un paréntesis para destacar que uno de los conceptos fundamentales de la experiencia del psicoanálisis es precisamente la transferencia. Sin embargo, mientras la tradición alimenta el tiempo común, ya sea de manera libre o autoritaria, la traición consiste en dar lo que somos a otro, ya sea ideología, religión, amante. “Es poner en peligro lo que nos permitiría seguir siendo lo que somos”.[5]

Coincido con Garcés y también insisto que la traición, incluso, puede ser a una misma. Es precisamente esta la tensión que no debemos sofocar en los múltiples e inevitables roles sociales donde el quest está constantemente puesto a prueba.  El Subject of the quest no es otro bien que la capacidad de representar algo que no existe y crearlo porque surge de un deseo mayor –y claramente subjetivo– que nos trasciende.

La invitación a la transferencia psicoanalítica[6] es preparar las condiciones para hablar la palabra sin que esta pase por una voz molestosa, interferida como un cuerpo extraño que alude al lenguaje civilizatorio, sino que sea eso que impulse al espíritu a nuestra propia creación.

Como si fueran rutas paralelas, la promesa a una misma va de la mano con el quest apolloniano en que son una acción de la palabra que siempre apuntará a la tensión de la verdad y la realidad, porque la palabra no reconoce los límites de esta realidad. No acepta sus posibles, sino que crea nuevas posibilidades (Garcés, p. 21). Es afirmar con convicción que nuestra verdad desafía el peso de la realidad percibida. Finalizo con un aforismo leído en un periódico hace una década y que aún recuerdo: una persona empieza a envejecer cuando siente que sus tradiciones pesan más que sus proyectos.

Notas

[1] Marina Garcés. El tiempo de la promesa. Editorial Anagrama 2023.
[2] Mladen Dolar, Una voz y nada más. Ed, Manantial 2007. p.121.
[3] Lacan en Dolar. Una voz y nada más. Editorial Manantial. p 173.
[4] Correspondances, courrier de l’Ecole freudienne du Québec, núm. especial del tema: Enseñanza de los analistas de la EFQ, vol. 17, no 2, junio 2017: 47-56
[5] Garcés. p.71
[6]  La Übertragung. — Fr.: transferí. — Jng.: transference. — It.: traslazione o transferí. — Por.: transferencia
designa, en psicoanálisis, el proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, dentro de un determinado tipo de relación establecida con ellos y, de un modo especial, dentro de la relación analítica. Diccionario de psicoanálisis / Laplanche y Pontalis. Buenos Aires.  Paidós, 2004.
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