encontrado en las Redes- 6 de enero (fragmento)

Francisco Félix

Contemplo un foto olvidada en mi casa. Estoy posando con mi abuela luego de mi graduación de sexto grado. Ella sostiene en sus manos un certificado de honor y un trofeo tan pesado que todavía puedo recordar su peso. Yo visto de gabán alquilado de la tienda Leonardo’s con una cinta azul marino de faja y un lazo del mismo color. Otra foto en la que tengo dificultades esbozando una sonrisa. Hay algo parecido a una expresión de complacencia, como regalándole algo a la fotógrafa (¿será mi madre?) luego de varias peticiones. Pero la sonrisa es genuina, lo confirman los ojos, seguros mirando al lente mientras poso mi mano izquierda sobre el hombro izquierdo de abuela. Ella está sentada en el sillón de metal que ahora adorna mi sucio balcón en desuso. Pero en la foto el sillón tiene el cojín original envuelto en un plástico durísimo que se calentaba con el calor de la época. Abuela sostiene firmemente ambos artículos, pruebas de que estoy siendo un buen estudiante; siempre lo hice por ella y por mamá; tener buenas notas era mi forma de decir “las amo gracias pero papá no dice te amo nunca por tanto yo tampoco lo sabré hacer hasta el día que faltes”. Ella gira su expresión hacia mi rostro; en la foto, el orgullo que siente por su nieto es obvio. Ese niño que mira mi abuela es el que quisiera ser. Pero esto es solo una foto y las cosas son diferentes, aunque permanezcan iguales.

Ahora pernocto en los interiores de este lugar, mirando fotos y escribiendo cosas sobre ellas. Hace mucho tiempo que mi abuela no está. Sin embargo, puedo recordar su casa desde esa marquesina. El flamboyán cuyas hojas cubrían la calle entera. El patio con columpios. Una casa de tres cuartos, dos baños, una cocina grande y una sala comedor con una mesa de mármol como centro. No he vuelto a ver una mesa tan imponente desde entonces en una casa.

Esa casa de abuela, junto a ciertos funerales, han sido los espacios dónde más he sentido presente la familia. En ciertas despedidas, curiosamente, es dónde se celebra la vida y se reseñan todas las historias en un solo lugar. Cuando era niño, soñaba estar presente durante mi muerte para escuchar las historias que todos iban a contar sobre mí, me preguntaba si compartirían ciertos secretos, o si llorarían o se acordarían de mí cuando el tiempo pasara.

Uno de los huracanes lo pasamos en la casa de abuela; estaban todos los primos y primas, tíos y tías. La pasamos a oscuras, en la biblioteca, con una mesa con velones de calcomanías de santos. Todos juntos como animales buscando el calor y el refugio de la tempestad. A veces permanezco en ese recuerdo, como suspendido en una hamaca mientras pasa el tiempo. Así voy sintiendo el paso de los días, sucesiones de deseos inconclusos y letras muertas. Ya son las 8:24 pm y otro día se ha esfumado entre los intentos de las olas. Esta inercia permanece. Y es que todo cambia, pero las cosas parecen seguir igual. Seguimos pasando noches oscuras. Pero ahora somos menos.

 

 

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