En Reserva-El tiempo pasa lento, una reflexión de Año Nuevo

 

 

Especial para En Rojo

A temprana edad, Awni Eldous ya sabía qué quería ser cuando grande. Anhelaba ser comunicador por medio de plataformas sociales. Para alcanzar su sueño, había abierto un canal en YouTube y comenzaba a incursionar como pequeño reportero de su país.  En uno de sus videos, el niño de cabello negro y ojos grandes agradecía haber alcanzado la cifra de mil seguidores. Él sabía que, tarde o temprano, ese número de apoyo aumentaría.

Lamentablemente, no se equivocó, pues poco tiempo después de aquel video, le alcanzó la fama, pero no la que él buscaba. Awni Eldous, el niño palestino de tan solo 12 años, fue asesinado en Gaza, horas después del ataque de Hamás contra Israel, donde murieron más de 1200 personas. En respuesta, dos bombas israelitas cayeron sobre el edificio donde Eldous vivía con su familia. Su foto apareció en portadas y noticiarios internacionales. Pronto, el canal de Awni alcanzó la cifra récord de 1.55 millones de suscriptores. Los comentarios en el canal giran en torno a la lamentable pérdida de su vida. El cementerio de niños en Gaza sumaba un número más a las estadísticas.

Como Awni, han muerto casi cuatro mil niños en la guerra que actualmente libran el gobierno de Israel y el grupo Hamás, que reclama derechos para Palestina. Estos números dejan fuera la cantidad de mutilados, desaparecidos o secuestrados. Tampoco se cuentan los infantes que han quedado huérfanos. Son niños que no van a la escuela, que no tienen un hospital donde curarse; niños que hasta con una pequeña herida pueden morir por falta de los productos de limpieza y desinfección básicos. Son menores que no pueden abandonar el área de conflicto, pues no pueden salir debido a que su frontera está bloqueada.

Según cifras de Unicef, antes de esto, desde el siglo XXI, la cifra de asesinatos de niños, por conflictos internacionales, rondaba el ya alto número de 20 muertes al día. Actualmente, los números superan todo lo antes visto. Esos mismos datos nos dicen que, desde el 7 de octubre de 2023 hasta hoy, las muertes de menores sobrepasan las cifras por conflictos mundiales de los últimos tres años.

Sumado a esta trágica realidad, a los niños que sobreviven les quedarán las huellas indelebles de los daños psicológicos permanentes. Es el horror de la guerra en su versión más salvaje y cruel.

A 6600 millas de distancia, estamos nosotros. Es Navidad en Puerto Rico. El ambiente es festivo, hay música y excesos. Los niños juegan con sus regalos y disfrutan de momentos de ocio. El tiempo pasa rápido, exageradamente rápido. En un pestañeo, los días festivos terminan, como siempre ocurre cuando se pasa bien.

En otras latitudes, muy distantes del Caribe, se vive otra realidad. El tiempo pasa lento, exageradamente lento.  El ambiente es de guerra. Los ruidos ensordecen, se escuchan explosiones, gritos. Hay escasez. No hay regalos, sino huida, tristeza.

En Puerto Rico, disfrutamos de una Navidad en una realidad alterna, alejados y enajenados de aquellos niños que hoy padecen los resultados de una guerra que no acaba. En este lado de Borinquen, nos abruman, a unos más que a otros, los problemas de nuestra cotidianidad y toda la secuela que viene apareada con esta. Luchamos sí con dificultades y enfermedades para las que aún no hay cura. Tenemos preocupaciones continuas, pero nunca, ni remotamente, las que están viviendo ahora aquellos seres de cuyas circunstancias no tienen la menor culpa. Son niños sentenciados a muerte, solo por nacer.

Para estos contrastes que se dan en la vida, no tenemos respuestas. Algunos lo pensamos y se nos conmueve el espíritu, aunque no movamos ni un dedo para mitigar la situación. Otros, más poderosos, tienen todo el andamiaje para intervenir y alcanzar, al menos, el cese al fuego. Aun así, prefieren contribuir a la violencia y el genocidio. Contribuyen con armas, dinero, aviones y otros apoyos que perpetúan la guerra. Si la presión internacional les reclama, emiten expresiones frías, sin mucha mojada de pies y creen que con ellas están cumpliendo con su deber. “Creo que necesitamos una pausa”, dijo Biden sobre los eventos más recientes entre la guerra entre palestinos e israelitas, sin aclarar si por “pausa” se refería a un alto al fuego. Por decir lo menos, entre lo que pueden hacer se encuentra dejar de suplirle armas a Israel y así aportar al anhelado cese al fuego. Estados Unidos ha optado, sin embargo, por lamentar la muerte de inocentes mientras las posibilita.

En cada lugar del mundo en donde estalle una guerra, donde un civil tenga que luchar por su vida o por su libertad, aplicará el derecho internacional humanitario. Esta es la llamada “ley de la guerra”, que protege a los civiles que no participan en los conflictos. Esta ley convierte en crímenes de guerra asesinar inocentes, tomar rehenes o no proveer servicios básicos a víctimas. Cada país o estado que justifique estos crímenes los convierte en cómplices del genocidio. En la práctica, esta ley es extremadamente compleja de probar y no compensará jamás la vida de ningún ser humano.

Para los que estamos de este lado, no concebimos vivir bajo continuos bombardeos, aunque haya momentos de criminalidad que se nos parezcan. Sin embargo, no ha habido un solo periodo en la historia del mundo que haya estado libre de guerras. Desde que se constituyó la primera sociedad, los seres humanos han pretendido resolver todas sus diferencias a través de la violencia.

Ciertamente, es poco lo que podemos hacer desde nuestra alejada realidad. Aunque hay algunas organizaciones que recopilan recursos o dinero para proveer ayuda humanitaria a países en conflicto, muchos tendremos que conformarnos con ser solo un ente solidario.

Cada época navideña cierra con una lista personal de resoluciones para comenzar un nuevo año y tratar de enmendar, en lo posible, aquellas actitudes y acciones que necesitamos enmendar. Entre las que podemos cambiar para bien este 2024, está desarrollar empatía hacia aquellos cuya realidad no les ofrece muchas esperanzas. Y más allá de la empatía, agreguemos a nuestras resoluciones de año dosis de solidaridad, de hacer lo poco o mucho que podamos en cada situación. Si no es posible llevar un remedio que propicie un mejoramiento de esa situación, al menos, nos toca educarnos, asumir posturas y discutir temas como estos, como muestra de empatía y buena voluntad.

“Paz” fue la última palabra del niño palestino Awni Eldous en el último video que grabó. Que en 2024 llegue por fin esa paz, por él y para todos los niños del mundo que, mientras escribo estas líneas, siguen soñando, pero también muriendo.

 

 

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