Frankenstein

378

 

 

 

Especial para En Rojo

 

Frankenstein, la novela de Mary Shelley, me tocó profundamente cuando la leí en la escuela superior y cuando la releí en la UPR durante la primera mitad de los 90. Pensándola desde este punto en mi vida y sin haberla releído en más de treinta años, creo que recuerdo sus preguntas principales (y espero no equivocarme porque la memoria me traiciona constantemente): ¿Debemos de crear vida? Si la llegáramos a crear, ¿podríamos los humanos ser el modelo a seguir? ¿O nuestras limitaciones mentales, obsesiones y prejuicios terminarían con esa vida y/o con nosotros mismos? La novela en parte trata sobre la soberbia de un mortal que asume el poder de un dios al crear vida y las consecuencias de estos actos. Sin embargo, una vez creada esta vida, la novela adentra en el desarrollo de la conciencia de la criatura en un mundo tan maravilloso como tan destructivo. En mí resuenan más la inocencia de la criatura, el abuso de su padre, el repudio de todos los humanos, la compasión del hombre ciego, su insistencia en encontrar un acompañante (necesidad que su propio padre le niega por el asco que siente Víctor Frankenstein hacia la criatura), su ira destructiva y su encuentro final con el padre moribundo. Aunque la criatura puede llevar el apellido de Frankenstein, prefiero llamarlo de otra manera porque el personaje nunca se nombra a sí mismo y me niego a darle el nombre de su opresor. Además, no quiero relacionar a la criatura o al monstruo con los humanos que lo destruyen. En este artículo, uso la palabra humanidad para referirme a todas las fallas humanas que llevan al monstruo a sus acciones más terribles. Pero mi consideración no es con la obra de Shelley, sino con algunas de las películas inspiradas en la novela. Las películas son independientes al libro y, aunque comparten elementos, estas no son simples ilustraciones de escenas de la novela.

Las tres películas de Frankenstein que establecieron mi gusto por el monstruo (Boris Karloff) fueron Frankenstein (dir. James Whale, EE.UU., 1931), Bride of Frankenstein (dir. James Whale, EE.UU., 1935) y Son of Frankenstein (dir. Rowland V. Lee, EE.UU., 1939). Siempre llevaré presente los detalles bizarros de estas películas que incluyen las pequeñas creaciones del Dr. Pretorius (Ernest Thesiger), entre las que cuentan un diminuto Enrique VIII que no puede controlar su apetito sexual en Bride of Frankenstein, y el Ygor de Bela Lugosi, que me aterraba más que la misma criatura en Son of Frankenstein. De hecho, Ygor es un personaje esencial ya que este responde a la necesidad de compañía que tiene la criatura a través de las tres peliculas y que Henry Frankenstein (no Victor, como en las novelas, actuado por Colin Clive) siempre le negó.

En la primera película de James Whale, Frankenstein (1931), la criatura ahoga sin querer a Maria (Marilyn Harris), una niña que jugaba con flores a la orilla de un río. La niña, el único personaje que no se horroriza con su físico, juega inocentemente con el monstruo tirando unas flores que flotan en el agua. Cuando se terminan las flores, la criatura lanza a la niña al agua, quizás pensando que esta también flotaría. Este es el único momento en la primera película donde la criatura siente una conexión humana. Pero el lente insiste en enfatizar su rol convencionalmente monstruoso. Cuando esta tira a la niña al río, notamos por menos de un segundo la desesperación y la confusión en la expresión de la criatura, pero un corte torpe de edición nos priva de ver el impacto emocional de su acción. Whale, o quizás el editor, o quizás algún productor que insistía en enfatizar el elemento de horror, justifican el terror de los habitantes del pueblo al acortar la demostración emocional del monstruo.

Sin embargo, en Bride of Frankenstein, Whale utiliza la necesidad de compañía de la criatura como el motor principal de la acción. En la secuela, la criatura conoce un ermitaño ciego (O.P. Heggie) que lo invita a sentarse a la mesa. El viejo le da comida, bebida y hasta un cigarro. Inclusive, el ermitaño le enseña a hablar. Pero estas escenas de comunidad concluyen cuando unos cazadores encuentran a la criatura en la casa, la toman como una amenaza y la cabaña del anciano termina en llamas. Su búsqueda frustrada de contacto humano lleva a la criatura a pedirle a Frankenstein la creación de un acompañante. Por esto, el maligno Dr. Pretorius y Henry crean a la novia (Elsa Lanchester). No obstante, cuando la novia reacciona horrorizada al ver a la criatura, el monstruo destroza el laboratorio. Este solo permite a Henry Frankenstein y a su novia, Elizabeth (Valerie Hobson), escapar la destrucción. La criatura salva a su padre cruel y adopta la visión de su propia monstruosidad al inmolarse al final junto al terrible Pretorius y la novia. De esta manera, la corrupción ha sido eliminada del mundo y se reestablece la normalidad.

Por otro lado, la saga continúa en Son of Frankenstein muchos años después de la muerte de Henry Frankenstein. Rowland Lee, que tomó el lugar de Whale como director, retorna al monstruo original quitándole el poder del habla a la criatura y desligándose de los sucesos en Bride of Frankenstein. Inclusive, en esta película, la criatura viste una camisa de piel, deshumanizándolo aún más. En esta segunda secuela, la criatura se alía a su único amigo, Ygor, que fue condenado a la pena de muerte por robar cadáveres para Henry Frankenstein. Por un extraño suceso que nunca se explica claramente, Ygor sobrevive a la horca y es dejado en libertad. Ygor usa a la criatura para vengarse de todos aquellos que lo condenaron. A todo esto, Wolf von Frankenstein (Basil Rathbone) regresa al pueblo porque quiere vivir en las tierras de su familia. Aunque Wolf lucha por desligarse del legado de su padre, Ygor lo convence de que lo ayude a despertar a la criatura del coma en el que ha caído. La inocencia de la criatura persiste en esta tercera película. Esto no solo se ve en cómo Ygor se aprovecha de su ingenuidad, sino en cómo el monstruo trata al hijo de Wolf. El niño habla sobre las visitas nocturnas del gigante que juega con él en su cuarto. Al final de la película, el dolor de la criatura ante la muerte de Ygor refleja su desesperación ante la pérdida de su único amigo. Pero este despliegue de sensibilidad se deshace cuando la criatura amenaza con lanzar al niño a un pozo de azufre hirviendo. De esta manera, la humanidad de la criatura que Whale gradualmente construye en Frankenstein y Bride of Frankenstein, se viene abajo al final de Son of Frankenstein.

El afecto que busca la criatura en Frankenstein y que pierde trágicamente en Bride of Frankenstein lo llevan a su última acción desesperada en Son of Frankenstein. Al final, el monstruo descansa en su baño de azufre, recordándonos la rebelión de Satanás a la tiranía del paraíso en Paradise Lost.

La semana que viene continuaré esta conversación con el Frankenstein de Guillermo del Toro.

 

Artículo anteriorKathryn Bigelow: la que logra dirigir grandes producciones a pesar de…
Artículo siguienteMonseñor Ángel Luis Ríos Matos: un obispo con olor a libertad