Hablando de animales

Justamente mientras se lanzaban cien misiles contra ciudades sirias –de esos artefactos que llaman “inteligentes porque matan con precisión– el presidente estadounidense Donald Trump tachaba a su contraparte sirio Bashar al Assad de “animal”. ¡Vaya momento para el epíteto y qué personaje lo trasmite!

¿Acaso estamos ante una competencia sobre quién es menos racional o menos humano? El problema con las comparaciones es que, mientras las hacemos, el pueblo sirio sigue contando muertos y viviendo entre escombros, pero no deja de ser atractivo preguntarnos quién realmente pertenece al reino animal o, como sería más apropiado en este caso, quién lleva la ventaja en cuanto al nivel de pertenencia a ese otro mundo no humano.

Hay que empezar diciendo que cualquier condena a la barbarie lanzada a distancia por británicos, franceses y gringos contra el pueblo sirio, no debe llevar a aplaudir a al Assad. Un gobernante que se aferra al poder mientras corre tanta sangre y que, además, adquirió ese poder de mando más por herencia que por apoyo popular, como los monarcas del pasado y del presente, no evoca simpatías. Por tanto, la condena a las acciones de las potencias occidentales, entre las que incluyo a Rusia, no debe interpretarse como un endoso al hijo de Hafez.

Una de las definiciones que nos da el diccionario para la palabra “animal” es “persona de comportamiento instintivo, ignorante y grosera”. Se trata, por tanto, de alguien que actúa por impulsos, sin calibrar las acciones ni las consecuencias de sus actos, que ignora casi todo y le importa un bledo saber, y que no se esconde para exhibir sus groserías, todo lo contrario, se goza sus propias asquerosidades. ¿Quedó retratado uno de los atacantes?

Empecemos por nuestro Puerto Rico. Como se recordará, Donald Trump quiso hacer un gesto de solidaridad visitándonos luego de que el huracán María nos arrasara. Cuando llegó la mayoría de la gente no podía pensar en otra cosa que no fuera la inmediatez, en el desesperado intento de sobrevivir sin electricidad, sin agua potable y con menguada alimentación. El visitante se paseó un rato por el aire y luego pisó tierra para reunirse con un pequeño grupo de gente. Allí, ante las personas que le habían escogido, le salió a flote el “comportamiento instintivo, ignorante y grosero” de que nos habla el diccionario, y comenzó a lanzarles rollos de papel mientras reía de lo lindo. Estos misiles de humillación no tenían la capacidad letal de los que mandó para Siria, pero también sirven para clasificar al animal que los lanzó.

En el mismo momento en que la humanidad, la verdadera, se sobrecoge ante lo que ocurre en Siria y mira con asombro a las potencias que intensifican la barbarie a modo de castigo, comienza a circular en Estados Unidos el libro de James Comey, quien hasta hace muy poco dirigió el FBI. Alguien pudiera decir que estamos ante un libro más, de ésos que tanto gustan a los estadounidenses, reproduciendo las asquerosidades íntimas de ricos y famosos. Pero en esta ocasión quien lo publica es la persona que estuvo por muchos años al frente de la principal fuerza policiaca del país y el famoso en cuestión el mismo que detenta el poder para mandar misiles a Siria.

Según su principal jefe policial, Donald Trump “está moralmente incapacitado para ser presidente” porque, entre muchas otras cosas, es un “embustero en serie”. Comey da un retrato muy cabal del animal que está en el más alto cargo ejecutivo de Estados Unidos, el mismo que una vez tuvieron Abraham Lincoln y Franklin Roosevelt. Lo que describe el exjefe del FBI no es desconocido, pero esta vez lo dice un “testigo experto”, de esos los que en los procesos judiciales se utilizan para ilustrar al juez adjudicador.

El testimonio de Comey valida que estamos ante una “persona de comportamiento instintivo, ignorante y grosera”. Al menos hasta el 20 de enero de 2021, ese individuo estará al mando de la principal fuerza militar del mundo, que cuenta con misiles capaces no ya de destruir a Siria, sino al planeta completo. Tiene además bajo su control el presupuesto más grande, que se mide en trillones de dólares, con el que puede comprar muchas conciencias y manipular otras, asegurándose tal vez otros cuatro años en la misma silla desde la que se controla el terror.

De modo que los cien misiles de muerte que recibió Siria pueden ser un simple anticipo, una pequeña muestra, de lo que tenemos por delante. Los otros gobernantes que se unieron a Trump en el ataque a Damasco, la británica Theresa May y el francés Emmanuel Macron, debieran ser conscientes de que se han convertido en meros socios menores del animal estadounidense. Cada uno buscará su propia justificación, pero la compañía y la acción, también los marca.

Tanto May como Macron resaltaron el peligro de las armas químicas supuestamente empleadas por el régimen de al Assad como justificación para el ataque. Hace quince años dos de esos tres socios –los Estados Unidos de George W. Bush y el Reino Unido de Tony Blair, con la España de Aznar agrada a sus faldas– utilizaron la falsa excusa de las “armas de destrucción masiva” para demoler al pueblo iraquí. Todavía la humanidad sigue afrontando, con mucha sangre y mucho terror, las consecuencias de aquella aventura que se fundamentó en la mentira.

Si es verdad que al Assad utilizó el terror del arma química, ¿acaso la única manera de enfrentar el terror es con más terror? Así se actúa desde la irracionalidad del reino animal, pero hace millones que el proceso evolutivo produjo otra especie que se supone tenga la posibilidad del razonamiento.

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