Huracanes, deuda pública y coloniaje, Parte III

 

 

Especial para CLARIDAD

 

Medido por los estándares del Caribe, San Ciprián fue un huracán seco, muy falto de lluvia. A su paso por Puerto Rico, la noche del 26 de septiembre de 1932, el meteoro depositó la mitad de la lluvia que San Felipe en 1928. Lo que sí trajo fue mucho viento, con ráfagas huracanadas tan fuertes como las de San Felipe.

Lo que asombró al entonces director del Negociado del Tiempo, F. E. Hartwell, no fue ni la lluvia ni la intensidad del viento, fue la trayectoria inusual del ciclón. San Ciprián se desplazó por toda la costa norte de la isla sin remontar una sola montaña. No se enfrentó, como otros huracanes, ni a las altas laderas de Yunque ni a las de la Cordillera Central. Algunos testigos describieron su paso como el de con un vórtice que se movía en línea recta pegadito a la playa. Otros, como una serpiente tempestuosa que se movía zigzagueante entre el Océano Atlántico y las llanuras del norte de la isla. A ratos discurría por el océano abierto; a ratos, por la tierra costa adentro. Sea como sea, San Ciprián nunca llegó monte arriba, a donde nacen los grandes ríos del norte de Puerto Rico. Se desplazó durante seis horas manteniendo todo el tiempo la misma intensidad.

El resultado fue la devastación de las comunidades de pequeños campesinos y de pescadores pobres desde Fajardo a Aguadilla. Entre las comunidades destruidas que El Mundo destacó en su edición del 29 de septiembre de 1929 se encontraban Santurce y Cataño. En Santurce, su efecto destructor fue mayor que el de San Felipe. De sectores humildes como Tras Talleres, Melilla y Gandul solo quedaron “montones de escombros”. El daño en Cataño fue aun mayor. De acuerdo con los reporteros, todo era allí “ruina y desolación”. Juana Matos, una barriada de gente pobre en Cataño, desapareció por completo. Solo podían verse “legiones de hombres, mujeres y niños heridos”. Lo mismo ocurrió en la barriada El Pueblito y en el barrio Palmas.

La realidad,  es que el 29 de septiembre los reporteros de El Mundo aún no tenían idea alguna del daño que San Ciprián había hecho en los pueblos costeros y comunidades pobres alejadas de la capital, porque el meteoro derribó todos los postes de telefonía a lo largo de la costa norte del país. Sin teléfono ni telégrafo no había comunicación. También destruyó, como era de esperarse, las líneas de transmisión de electricidad. Muchos lugares alejados de la capital quedaron completamente incomunicados y a oscuras por semanas enteras. Oscar Valle, reportero de El Mundo, se trasladó a los barrios pobres entre Isabela, San Sebastián y Aguadilla para constatar de primera mano qué daño hizo San Ciprián en la región noroeste. Lo que descubrió en barrios como Aguacate, Palmar, Ceiba Alta, Ceiba Baja, Borinquen, Palma, Arenales, Montaña y Maleza lo dejó apenado: “Centenares de familias, compuestas en su mayor parte de niños menores y recién nacidos están durmiendo bajo los escombros […] Niños llenos de harapos mitigando el hambre con cocos y demás frutas que el viento echó al suelo”. Casi todos los campesinos de la zona quedaron sin hogar, según Valle.

El Gobierno federal, al igual que pasó con San Felipe, no se inmutó. Si el pueblo de Puerto Rico quería ayuda, no tenía otra opción que la de recurrir a un empréstito de una agencia público-privada: la Corporación Federal de Reconstrucción Económica, creada por el Departamento del Interior, que sería amortizado con un impuesto sobre la gasolina.

Actuando distinto a la actitud sumisa de los líderes de los partidos coloniales, José L. Pesquera, entonces comisionado residente en Washington, envió una misiva al Congreso Federal, el 12 de octubre, denunciando la “actitud despiada” del presidente Hoover ante la crisis provocada por el huracán San Ciprián. Hoover no hizo comentario alguno.

El día antes, el presidente de la Junta Nacionalista de Ponce, Claudio M. Castillo, había anunciado que en esa ciudad se celebraría el Día de la Raza y que don Pedro daría el discurso principal en la conmemoración de la efemérides.

 

El nacionalismo ante la crisis creada por el ciclón, Parte III, Por Manuel Rivera Matos

El esclavo es casi siempre un irresponsable porque no tiene conciencia de su personalidad. Cuando un pueblo no ejerce la responsabilidad de su destino o se deprava o se suicida parodiando la célebre frase de Baldorioty en las Cortes españolas. Esta condición de servidumbre política vinculada al criterio materialista que informa la vida norteamericana ha roto el orden moral de nuestra nacionalidad porque la dirección espiritual de un pueblo sometido radica siempre en el poder interventor. Es el conflicto perpetuo de la civilización de la cultura frente a la civilización de la riqueza. Ese dislocamiento de nuestro ritmo anímico se advierte con mayor relieve en el campo profesional. Las profesiones ejercidas meramente a base de negocio han sido despojadas de aquella dignidad apostólica que caracterizaba a los profesionales antaño. Por eso el hombre profesional sin un criterio trascendente de la vida será siempre un elemento peligroso para la sociedad. Cada vez que nos visita un huracán se pone al descubierto el fraude cometido en nuestras obras por manos irresponsables y la pésima calidad de los materiales. A la primera ventolera se derrumban edificios públicos o se desploman puentes con la primera embestida del río a pesar del mucho oro que han costado. Sin embargo, las centenarias construcciones españolas de nuestras ciudades desafían todos los ciclones a pesar de que fueron levantadas en aquellos tiempos de atraso y oscurantismo como afirman algunos peritos y técnicos de nuevo cuño. Los puentes y alcantarillas de la Carretera Central, construidos para resistir un tráfico de coches y carretas, permanecen intactos con el advenimiento del pesado material rodante de la actualidad. Pero entonces el obrero, el maestro de obras, el vendedor de materiales y el ingeniero ponían empeño y ciencia para que la construcción resultase una obra perfecta y un testimonio vivo de su competencia. El nacionalismo, protector de la propiedad portorriqueña, entiende que es forzoso revivir los métodos de nuestros abuelos en materia de construcciones porque si no seremos cómplices de nuestra desgracia. El nacionalismo le dice a su pueblo que cada huracán es un nuevo eslabón que se remacha en la cadena de nuestra esclavitud sí no se construye para la posteridad. Cada hogar que se destruye es un jirón de la patria que se desgaja. Si este gobierno velara por la permanencia de la propiedad ya habría creado un plan de construcciones adaptado a la naturaleza ciclónica de la isla. Por eso el Partido Nacionalista ha señalado ese problema a la Legislatura en el memorial sobre las medidas rehabilitadoras para conjurar la crisis creada por el ciclón. Dice así:

“Toda casa o almacén se construirá a prueba de terremoto y de ciclón para impedir el agotamiento económico del país con la recurrencia inevitable de los huracanes. No debemos olvidar la experiencia centenaria de nuestro pueblo en materia de construcciones: para edificios de mampostería, azoteas con pretil fuerte; para casas de madera, tejado de tejamaní, o cartón embreado. El zinc, además de ser inútil para en caso de ciclón, se convierte en proyectil para matar el vecindario”.

“Los aleros se desecharán porque constituyen un desafío inútil a una naturaleza rebelde como la que nos rodea con periodicidad inexorable”.

No adelantamos nuevos comentarios sobre estos puntos porque ya nuestro pueblo ha comprobado en los últimos dos temporales la urgencia de poner en práctica estas medidas salvadoras.

Otro hecho curioso que se advierte en horas de catástrofe es la paralización de los servicios públicos. El pueblo necesita el funcionamiento de éstos precisamente cuando es víctima de las inclemencias de la naturaleza. El teléfono se necesita a la mañana siguiente del ciclón para cercioramos si nuestros familiares están vivos o nuestros intereses han sido perjudicados. La luz se necesita la noche del ciclón para buscar refugio en caso de que se desplome la casa y el agua para evitar la propagación de epidemias. En Puerto Rico se da la anomalía de que el huracán y la suspensión de los servicios más apremiantes ocurren simultáneamente. Por eso el Partido Nacionalista ha formulado las siguientes reformas en su memorial a la Legislatura:

“Debe asegurarse a las ciudades de un servicio de agua a prueba ciclón o terremoto”.

“Los hilos eléctricos, telefónicos y telegráficos deben colocarse en instalaciones subterráneas para seguridad del servicio público correspondiente y para impedir daños a la propiedad o peligros a la vida”.

“Este es el momento propicio para esa innovación, ya que todos los postes están en el suelo y hay que hacer nuevas instalaciones. Ningún ciudadano debe permitir que se levante un poste frente a su hogar, porque será el centinela de la muerte que caerá sobre su familia en la primera ráfaga ciclónica”.

“Estas reformas están en vigor en todos los países adelantados”.

“Este horroroso atraso en esas instalaciones con postes le cuestan al país una fuerte suma de dinero en cada ciclón; constituye un peligro para la vida y la propiedad y resulta un estorbo cuando más se necesita”.

“Estas reformas de los servicios públicos más necesarios son urgentes. No se pueden aducir razones de economía para eludir esta responsabilidad porque la suma que se invirtiese en esas instalaciones subterráneas estaría compensada por la inmunidad perpetua contra ciclones y terremotos que nos castigan con frecuencia inexorable”.

*El Mundo, 17 de octubre de 1932, pp. 2 & 4. Los artículos reproducidos en esta serie son de la autoría de Manuel Rivera Matos, miembro de la Secretaría General del Partido Nacionalista de Puerto Rico.

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