Jorge Plard Fagundo:  un soldado de a diario

 

En Rojo

Jorge Plard Fagundo afinó el oído cuando era apenas un muchacho correteando por las calles del barrio Campo Alegre.  Escuchaba música, por supuesto. Pero también estaba atento a la radio y a las conversaciones de los mayores. Conversando con este soldado de la lucha por la independencia, podemos trazar una historia de toma de conciencia similar a la de quien se aprende una tonada o una canción porque está atento y tiene una cierta sensibilidad.

Dice Jorge que escuchaba. No es que su familia fuese muy activa políticamente. O que tuvieran tertulias diarias sobre asuntos políticos. Sin embargo, en el momento en el que el Partido Independentista Puertorriqueño(PIP) era el segundo partido electoral -y en medio de la represión y la Ley de la Mordaza- sus parientes habrían votado por ellos. El plomero del barrio, que visitaba su casa cada vez que se aflojaba una tubería era pipiolo. Además, vivía cerca de un solar baldío que se usaba como espacio para que los políticos de aquellos años -1940,1950- fueran a dar sus discursos. “Hasta Muñoz y García Méndez estuvieron en aquel solar”. De este modo, Plard Fagundo fue interesándose en la política.

En pleno 1950, en aquel 31 de octubre, a eso de las dos y treinta de la tarde, llegó a escuchar por radio aquel desigual encuentro en el que el barbero de Pedro Albizu Campos, Vidal Santiago Díaz, enfrentó a decenas de guardias nacionales en su Salón Boricua. El día anterior había ocurrido la Revolución Nacionalista, la prensa, radial y escrita, así como las conversaciones en la calle, versaban sobre aquellos acontecimientos. Pero aquella tarde en la 351 de la calle Colton, esquina Barbosa en Santurce hubo guerra.  Y Jorge lo escuchó por la radio. “Aquello era como estar allí. Se narró como si fuera un juego de pelota. Se escuchaban los tiros, las maldiciones y los insultos de los guardias”, dice. Aquel asalto contra el Salón Boricua, en el que los esbirros sospechaban se encontraba un comando armado de nacionalistas, fue transmitido en vivo a través de WKAQ (580AM) y WIAC (740AM).  “Aquello se me quedó en la cabeza para siempre”.

A finales de esa década -1958-, Plard entró a la Unoversidad de Puerto Rico en Río Piedras y se integra a la Federación Universitaria Pro Independencia (FUPI) fundada apenas dos años antes. Su militancia se hace mayor cuando se traslada a Mayagüez en el 1959 a estudiar ingeniería. Es justamente el año en el que triunfa la Revolución Cubana haciendo huir al dictador, Fulgencio Batista. Plard ha seguido las incidencias de ese levantamiento en Sierra Maestra a través de la prensa. El triunfo revolucionario es contagioso. Pocos días después varios sectores, incluyendo algunos miembros del PIP descontentos con la burocratización del partido, nacionalistas, y comunistas, se reúnen en la ciudad de Mayagüez el día del natalicio de Eugenio María de Hostos.  Se crea el Movimiento Pro Independencia(MPI). “La organización estrecha lazos con la FUPI desde el inicio, nos dice Jorge,  y ya en las luchas posteriores, contra la Guerra de Vietnam, contra el Servicio Militar Obligatorio, son organizaciones hermanas”.

Mientras estudiaba en Mayagüez entra la banda del ROTC -obligatorio- junto a varios compañeros y comienzan a hacer travesuras, a estudiar y a luchar, madurando como militantes. Esa militancia es causa de la persecución de las autoridades. Él lo sabe, pero ya es un independentista comprometido.  Una enfermedad le impide tomar exámenes finales en su último año de bachillerato y se le niega el recurso de reposición. Plard decide buscar trabajo.

Los años Sesenta le sorprenden haciendo trabajo cultural y musical en hoteles. Mientras, sigue su labor política. Son duros años de represión y de respuesta Así, por ejemplo, desde 1967 los Comandos Armados de Liberación (CAL), comenzaron acciones en contra de los intereses norteamericanos en la Isla. En un comunicado durante la celebración del Centenario de Lares (1968), denunciaron el monopolio imperialista del comercio, la tierra, la industria y condenaron la emigración de los puertorriqueños hacia los EEUU forzados por las condiciones precarias del país.

Rafa Rivera Rosa Raul González Cruz y Jorge Plard en la redacción de CLARIDAD. Foto: Archivo CLARIDAD

En esos años Jorge era miembro del MPI y percusionista en un grupo llamado Los Versátiles. Luego de terminar el guiso, el músico ve un extintor que le parece útil. El MPI ha sido atacado varias veces, le vendría bien tener ese. Lo expropió. Justo ese día – 7 de noviembre de 1969- en el que el las turbas del general Palerm, los cadetes del ROTC y sus padres, así como agentes encubiertos -con un pañuelo amarrado a la muñeca, organizan una escalada de ataques incendiarios y disparos de armas contra el edificio que albergaba al movimiento. Plard llegó al lugar, frente a la Plaza de Río Piedras, y se apostó en el balcón dispuesto a ayudar a repeler el ataque. Desde allí, junto a Pedro Baigés Chapel, observaron cómo desde el Cuartel de la Policía varios hombres vestidos de civil preparaban cocteles molotov. La policía, la Fuerza de Choque, y los detectives no estaban allí para garantizar y salvaguardar la vida y la propiedad de quienes estaban allí. En un momento en aquel el local del MPI había 40 personas. Era una masacre en preparación. Plard nos dice que con aquel extintor que sacó del bulto en el que guardaba las congas trataba de controlar febrilmente el fuego que aquellas botellas llenas de gasolina causaban. Los disparos eran continuos. Pensaron que eran sólo desde la plaza, pero luego, durante la investigación, se comprobó que dispararon hasta desde la iglesia.

Entre las cuarenta personas allí atrapadas -estaban los dirigentes del MPI- había uno en particular -William Tapia- que resultó ser un agente encubierto. Entregó información y listas de personas. Por supuesto, las fuerzas policiacas alegaron que el ataque lo habían iniciado los ocupantes del edificio. Plard buscaba salidas posibles pero el lugar estaba rodeado y el helicóptero de la policía volaba sobre el tejado. No había escapatoria.  El director de la Comisión de Derechos Civiles les propuso rendirse (¿?). Una comunicación con la escritora Rosario Ferré (hija del gobernador entonces, Luis A. Ferré) quizás salvó la vida de muchos. Al parecer ella intervino, convenció a su padre de que la situación era caótica. Lo cierto es que, en diálogo con las autoridades, la mediación de la escritora y la Comisión de Derechos Civiles, se acordó que un autobús de la Autoridad Metropolitana de Autobuses llegaría para llevar a los sitiados al Colegio de abogados. Cuando llegó la transportación entraron entre macanazos y pedradas.

Archivo CLARIDAD

Para Jorge Plard, aquel día pudo convertirse en una enorme tragedia. Hubo varios heridos, entre ellos, Carlos Padilla, el pintor Fran Cervoni, el historiador Félix Ojeda. Enterados de la situación, varios grupos del MPI en la isla decidieron salir hacia San Juan armados para repeler aquel ataque. Uno que siempre fue valiente y solidario -y que fue administrador del periódico CLARIDAD-, Domingo Vega, venía desde Mayagüez.

El grupo fue llevado a la sede de la Comisión de Derechos Civiles y se intentaba arrestarlos y formularles cargos. Se decidió, a petición de Mari Brás, que las citaciones se harían posteriormente y que podían regresar a sus casas, con el entendimiento entre el grupo que nadie respondería a tales citaciones. Plard recuerda que Alberto Pérez y Juan Ángel Silén fueron muy vocales y activos ese día.

Otra experiencia en la vida de Jorge fue El Cinematógrafo. Aquel experimento intentaba crear una empresa en la que generar ingresos para el partido y su órgano periodístico. Un cine de arte. Se encontraba en la calle Cañada en Puerto Nuevo. Estaba adornado con un mural de Lorenzo Homar. Y quedaba frente a un punto de drogas. Plard recuerda que se exhibían películas internacionales, organizándose festivales como el de Cine Brasileño, al que asistió Ferré cuando “Orfeo Negro” estaba en cartelera. Sí, el mismo Ferré bajo cuyo gobierno se atacó el MPI. Se le garantizó su seguridad. Al Festival de Cine Italiano asistió Muñoz Marín, que había vivido en Roma. Según el recuerdo de Plard Fagundo la empresa comenzó a decaer cuando se organizó el Festival de Cine Argentino en el que el cónsul de ese país ayudó en cierto modo a conseguir algunos films. “No eran películas políticas. Eran buenas películas. Pero allí llego Kalman Barsy a alegar que estábamos apoyando al gobierno dictatorial, militar, argentino. Tratamos de convencerlo de que éramos una empresa comercial solidaria, que si fuera propaganda a favor de los militares no las exhibiríamos, pero él insistía en que no podía hacerse y que sabía que no era una empresa privada sino una empresa del PSP. Ya la comisión nos había dicho que si había protestas por el hecho, tendríamos que piquetear también”.  Fue una experiencia fugaz, pero grata. Plard administraba pero hacía de todo, hasta de chofer para llevar algunos empleados a sus casas al cerrar el cine. Allí trabajaron el cineasta Mario Vissepó, Pilar Gaztambide, Maribel Franco, entre otros. Y todos vendían dulces, taquillas, buscaban películas. Se hacía de todo. “El proyeccionista era un viejito cuyo nombre no recuerdo. Lo llevaba a su casa cuando cerrábamos. Yo salía con el dinero y saludaba a los del punto. Con una mano agarraba el bulto con el dinero y con la otra un revólver porque uno nunca sabe la necesidad. Pero nunca tuvimos problemas. De hecho, cuando por aquel problema comenzó a decaer el cine, ellos propusieron una solución: mire, Jorge, pongan películas porno para que vean cómo se llena, me decían. Claro, no les hicimos caso”.

Igual fue su tiempo de trabajo en el periódico Claridad. “Hice de todo, menos redacción”. Administración, emplanaje, venta de anuncios, distribución, guardia nocturno, “hasta sugerí hacer una escalera dentro del edificio en Villa Capri por motivos de seguridad. En esa época los ataques a balazos o con bombas eran bastante seguidos. Hacíamos de todo y siempre pendientes de la seguridad de nosotros y del edificio. El periódico tenía que hacerse”.

Cuando Jorge Plard frisaba los 49 años, en 1979, recibe la encomienda de viajar con otro compañero experto en explosivos a apoyar la Revolución Sandinista. “Ya no era un muchacho, pero esa fue la encomienda. Pensé en que sabía más de lo que podía en ese momento. Pero allá fuimos. Cruzamos la frontera desde Costa Rica. Una camioneta conducida por un compañero venezolano. Llegamos después de la medianoche a la base de operaciones en territorio de Nicaragua y a las cinco nos levantaron para hacer ejercicios. Yo con la misma guayabera y pantalones con los que había llegado. Luego de los ejercicios, en los que pensé iba perder las rodillas, un desayuno de tortillas con unas habichuelas enormes y una bebida de avena. Recibimos entrenamiento en ese día. Tiro, desarmar y volver a armar el arma. Ya yo sabía. Pero como en 48 horas ya estábamos recibiendo órdenes para estar en acción. En el Frente Sur. Necesitaban cinco voluntarios. Pues nosotros nos hicimos voluntarios junto a unos compañeros, me parece que mexicanos. Y cuando llegamos al lugar, un área de la carretera Panamericana por la que no deberían pasar los soldados de Somoza ni el grupo de chigüines, como llamaban a las tropas del hijo del dictador. Allí vimos los cinco cuerpos de los combatientes que habían muerto. Nosotros íbamos a sustituir a esos compañeros”.

Jorge recuerda a una combatiente chilena que arengaba a los voluntarios internacionales con gran elocuencia y energía.  Y comprobó lo que le habían advertido. Aquellas brigadas internacionales incluían un arcoíris ideológico y de clase. Había trabajadores, burgueses en busca de aventuras, lumpen, gente de derecha, de izquierda, socialistas, anarquistas, comunistas, religiosos. “La compañera chilena preguntó qué tendríamos que hacer después del triunfo. Uno respondió, sacar a los comunistas y enviarlos a Cuba. Ella tuvo que explicarle que aquella revolución hubiera fracasado ya sin el apoyo de ese país. Apoyo logístico y material”.  Plard estuvo en Nicaragua un mes. En varias ocasiones tuvo que experimentar ataques de morteros, bombardeos de DC7, metralla, hambre y frío.

Jorge Plard Fagundo, un soldado de este país, ha vivido afanado por la independencia de su país. Lo tuvo como deber. Entregó su juventud a la lucha. Al día de hoy, cuando ya tiene más de ochenta años, trabaja. El estado en Puerto Rico, casi inexistente, no tiene ninguna red de apoyo para los trabajadores ni para la tercera edad. Plard respondió cuando se solicitó poner el cuerpo en donde se ponían palabras. Algún día podremos honrarlo a él y a tantos y tantas que pusieron sus intereses personales en segundo plano en pos de un sueño colectivo. Merecen ser escuchados y honrados. Jorge tiene muchas cosas que contar. Prepara un libro hace años con datos e investigaciones sobre la represión y la resistencia en la colonia. Conversar con él es asistir a una lección magistral. Afable, irradia paz. Ojalá, más pronto que tarde, pueda construirse una sociedad en la que aquellas y aquellos que han sido consistentes con sus ideas en la práctica, reciban el honor que merecen y la vida digna que debe ser premio a la lucha.

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