En honor a su memoria
Se danza siempre al borde de la vida. Se captura el movimiento de los cuerpos en cercanía. Se escucha la música en el color. Es el baile de un mundo que se construía de día para vivirse en la noche, entre brazos y mascaras. José Rosa plasmo el mundo de las horas tardías, de barras, de humo y música y en ello, legó un patrimonio artístico, de reivindicación inigualable para Puerto Rico.
Su niñez se dio en la barriada de Hoare, en San Juan. Un espacio pantanoso, donde los vecinos hacían puentes, como una red que conectaba las estructuras, por donde los niños corrían en balance precario. Ahí empezó a pintar, a la luz de una vela, haciendo su pincel del mismo cerrillo, mordiendo su extremo hasta crear cerdas que cargaran el pigmento.
Su primer maestro fue Rafael Tufiño, quien lo lleva a trabajar a la División de Educación de la Comunidad (DivEdCo). Luego, ingresaría en el Taller de Gráfica del Instituto de Cultura Puertorriqueña, encabezado por Lorenzo Homar. Me relató cómo había llegado allí “de presantao”, hasta que lo contrataron como asistente del taller. Seria la mano derecha de Homar. Hacia un tiempo, restauraba un bloque de imágenes del taller del Instituto de Cultura, del 1973. Se habían pegado con el tiempo, pero al despegarlas, se revelaba el taller en movimiento, las pinturas de aceite, unas sobre otras, las mesas llenas, los tamices, José concentrado, activo, absorto en la creación.

En 1978 conoce a una joven artista llamada Analida Burgos, con quien contraería nupcias y haría una familia, compartiendo sus caminos, su arte por el resto de su vida. A veces, incluso, podemos encontrar su nombre en diversas obras, o el de sus hijos antes del suyo propio.
Su obra gráfica es constante, utilizando las letras, cubriendo el espacio negativo con palabras, refranes típicos. Hace unos días, hablaba con un amigo sobre José. Este recordaba su fuerza casi magnética al entrar a una exposición de arte, sus chistes, su carisma. Envolvía al mundo con sus palabras, igual que su obra. Rosa tiene una distinción peculiar, es, con toda probabilidad, el artista puertorriqueño que más practicó el autorretrato. Aparece una y otra vez en sus lienzos, su obra gráfica, sus esculturas. Un personaje que cursa a través de todo el legado pictórico, como en la tradición de la inclusión propia en la obra renacentista.
José Rosa ha partido de la vida terrenal, pero no deseo hacer hincapié en eso, sino a una vida bien vivida, a la memoria de esta. Supo danzar con la vida misma, una en la que, pasando por un autorretrato suyo, en algún museo, podemos mirarle a los ojos. Este escrito no es un epilogo a su memoria. Los hombres así, realmente, no mueren nunca.