La estatua de Jaresko junto a la de Hoover

 

CLARIDAD

Si los anexionistas puertorriqueños se atrevieron a erigirle una estatua Herbert Hoover, fácilmente le pueden levantarle otra a Natalie Jaresko atendiendo el pedido del presidente de la Junta de Control Fiscal, David Skeel. Después de todo, la única explicación que dio el liderato legislativo del PNP para el monumento a Hoover frente al Capitolio es que una vez pisó suelo boricua, y Jaresko lleva cinco años pisando tanto el suelo como a los boricuas. A razón de una estatua por semana de pisotones, podría haber unas cuantas.

A Hoover se le recuerda en su país no tanto por su presidencia, que se limitó a un cuatrienio, sino por la miseria que dejó. Luego que el resultado electoral de 1932 lo obligó a dejar el poder, por todo el territorio estadounidense quedaron repartidos muchos “monumentos” a su memoria, que la ironía popular bautizó como “Hoovervilles”. Eran villas miseria, arrabales levantados por desempleados y marginados, víctimas de la gran depresión que comenzó en 1929. Aquellos “monumentos” perduraron por mucho tiempo y todavía son parte del imaginario histórico de Estados Unidos.

A diferencia de Hoover, quien desde la presidencia personificaba el poder, Jaresko fue solo un instrumento de un grupo que también tenía poderes delegados: la Junta de Control Fiscal impuesta a los puertorriqueños por el gobierno estadounidense al amparo de su poder como como “dueño” de la posesión colonial. (Recordemos que según la jurisprudencia vigente en gringolandia Puerto Rico “pertenece” -“belong to”-, pero no es “parte” de Estados Unidos). La Junta encargada de administrarnos y dirigirnos escogió a Jaresko como su directora ejecutiva, es decir, para que cumpliera la misma función de los verdugos cuando son seleccionados para ejecutar sentencias. Ella cumplió plenamente el libreto que le dieron y en ocasiones fue un poquito más allá. Por eso David Skeel quiere que le hagamos una estatua. Noten que no la manda a hacer él, sino que espera que se la hagamos nosotros.

Resulta irónico que Jaresko se vaya de Puerto Rico (o del cargo, porque tal vez se quedará haciendo dinero y disfrutando del calor tropical) precisamente cuando el país del que supuestamente vino, Ucrania, está siendo despedazado por la invasión de Rusia. Ella es uno de los exhibits que puede presentar Vladimir Putin para probar su alegación de que Estados Unidos y la OTAN habían convertido a Ucrania en un instrumento de sus intereses. Nació y se crio en Illinois y fue enviada al país de sus padres como oficial del gobierno de Estados Unidos, específicamente como directora de “asuntos económicos” de su embajada. Luego estuvo a cargo de manejar un fondo, también creado por Estados Unidos a través su Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID), para influenciar la economía ucraniana. Desde la USAID saltó al rango de ministra de finanzas, recibiendo la ciudadanía ucraniana el mismo día que juramentó en el cargo.

Sobre cómo fue su ejecutoria y por qué tuvo que salir de Ucrania conocemos poco, pero aquella experiencia como agente de Estados Unidos en la exrepública soviética le valió para que el entonces presidente de la JCF, José Carrión, dijera que era de “clase mundial” cuando fue nombrada al nuevo puesto caribeño. Claro está, si comparamos la importancia estratégica de Ucrania, según estamos viendo ahora tras la invasión rusa, con la de la colonia puertorriqueña, habría que concluir que a Jaresko la bajaron de rango, pero no sabemos cómo se mueven los hilos en Washington.

De lo que no tenemos duda es que Jaresko cumplió con las nuevas tareas que sus empleadores le dieron cuando la movieron al Caribe, y por eso se entiende que el presidente de la JCF le quiera hacer una estatua. Generó y ejecutó estrategias que lanzaron trabajadores públicos a la calle, congelándole los salarios a los que se quedaron, mientras los contratos siguieron fluyendo como siempre hacia los empresarios y amigos de la casa. Esas son las recetas que dispensan los portavoces del neoliberalismo, que fue lo mismo que la ciudadana de Illinois fue a hacer a Ucrania. Aquí se añadieron otras tareas, tales como forzar la privatización de la única universidad pública, a la que se le amarraron las finanzas al nivel de casi estrangularla, para que los negocios educativos privados prosperaran.

Gracias a que los empleados púbicos fueron despedidos o “congelados”, a que se liquidaron los planes de pensiones y se estranguló la Universidad, entre muchas otras cosas, se pudo garantizar que los tenedores de bonos pudieran recibir enormes ganancias a pesar de que los compraron su acreencia a precios de chatarra. Esa fue la tarea de la JCF y Jaresko, que ahora parece encaminada. Ya puede irse a otros lares.

El próximo destino de Jaresko no se conoce. Tal vez con esta última encomienda concluyan sus destaques y pueda regresar a su Chicago natal dejando atrás la Ucrania despedazada y el Puerto Rico quebrado. O tal vez se quede aquí, moviéndose entre los círculos de los llamados “20-22”, los millonarios que quieren comprar pedazo a pedazo nuestro país. Su experiencia puede ser de gran valor para este grupo de grandes buscones. A estos, además, les sobra el dinero y pueden mandarle a hacer la estatua que quiere David Skeel, sino es que antes la mandan a hacer Tatito Hernández, Rivera Schatz y Dalmau, para ponerla detrás de la que nos recuerda a Herbert Hoover.

 

 

 

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