La noche que Residente cerró su gira en suelo patrio

Residente y su mamá, la actriz Flor Joglar. Foto Valeria Cotto

 

En Rojo

 De lejos, se asemejaban a las partes de una máquina enorme. Como pequeñas siluetas que pululaban y trabajaban en un andamiaje de luces, bocinas y monitores. De cerca, eran personas trajinadas. Algunas, moviendo equipo, cubrían sus oídos con audífonos; otras daban y recibían órdenes en micrófonos y auriculares de igual tamaño. Conformaban y afinaban, en este embrollo, los detalles de la última función de un espectáculo tan asegurado como ansiado: el concierto La letras ya no importan, de René Pérez Joglar, Residente. El detalle de esta función, distinto al de otras, es que cerró la exitosa gira en el país del rapero. En la tarima amplia, la máquina alistó las congas, los pianos, los güiros, los bajos y otros instrumentos. Por alguna razón, acomodó dos podios idénticos mirando a la misma dirección. Uno decía “Residente”; el otro “René”. Detrás de cada uno, se habilitaron dos áreas de trabajo con pisos de papel.

La espera era tensa y acalorada. Van seis años desde la pasada vez en que el artista se presentó, en este mismo lote trasero del Distrito de Convenciones, frente al país. Sus fanáticos, en la última espera que les separa de verlo en vivo, aguardaban con cervezas Residente en mano, chanteaban su nombre y, horas antes del comienzo, ambientaban la actividad. La máquina les rugía, entre otros éxitos y ruidos, música tecno y remixes de Juan Luis Guerra que no gustaron entre el público.

La noche siguió adentrándose. El cantante no llegaba, pero de momento, la máquina entera enmudeció. No hubo luces, sonidos de prueba ni más ajetreos. El silencio era casi inalterado, pero se quebró cuando, del lado izquierdo, un bullicio andante arrastró a Bad Bunny, PJ Sin Suela, Álvaro Díaz y otros artistas del género urbano al área del público. Como una estrella fugaz, el desfile encandiló a quienes lo vieron y, después, se perdió entre el público.

Cuando los vítores desaparecieron, dos mujeres se sentaron en las áreas de trabajo de la tarima. La primera preparó una maquinilla y sus papeles; la segunda despejó el escritorio para dibujar a acuarela con pincel. El silencio se perdió entre El canto a la muerte, de Rubén Blades, y otras canciones alusivas al amor de madre. El silencio murió cuando, casi susurrando, René apareció para saludar.

“Hola, Puerto Rico”, y entonces agarró un papel que una de las mujeres le dio, asió un frasco transparente, sorbió un aparente whiskey y se situó en el podio con su nombre de pila.

La fanaticada del rapero, que lo esperó por poco más de un lustro, bramó toda la lírica del tema René. Fue bello. René cantó René en un podio que leía “René”, junto a un público que clamaba lo mismo. Aproximadamente 30,000 personas se dieron cita para formar este coro multitudinario, que acompañó al intérprete en distintos medleys que incluyeron El pecador, Baladista, Pa’ divertirme y Yo no sé, pero sé. Entre los integrantes de este gentío cantor se encontraban Juan Dalmau Ramírez con su familia, Manuel Natal Albelo y otros conocidos del cantante.

Tras los mosaicos musicales y los aplausos, Residente tomó un descanso para hablar de su experiencia conociendo la realidad continental. “Tan pronto empecé a salir de Puerto Rico, empecé a conocer el continente latinoamericano y empecé a entender que nosotros, como puertorriqueños, formamos parte de ese continente también. Somos latinoamericanos orgullosos”, y un estallido de aplausos, silbidos y gritos asintió a las palabras de René. Con este preámbulo, prosiguió a cantar Latinoamérica.

Aunque no ya no importaban, las letras de Residente no se limitaron, el sábado pasado, a los abusos que se dan en América. El autor de Hijos del cañaveral denunció el exterminio de los palestinos en Gaza, los conflictos en Sudán, Burkina Faso y Mali, las masacres en el Congo, la represión violenta en Myanmar y la guerra en Ucrania. Ahí cantó Guerra.

Entre tanta solidaridad y riqueza poética, hubo un momento muy memorable. El pianista del evento, Leo Genovese, armó una sarta rítmica que comenzó con La Borinqueña, incluyó Soñando con Puerto Rico y, en un desenlace afectivo, acabó con Verde luz, del recién fenecido Antonio Cabán Vale “El Topo”. Cuando la “moña” se agotó, la audiencia continuó el breve homenaje hasta terminar en las tibias arenas, las riberas y las estrellas solas del himno pueblerino.

En un momento, el fiestón del Lote 4 contó con la participación del rapero Ñengo Flow, cuya carcajadita chirriante y notoria generó otras risitas entre los oyentes. Todo acabó con Fiesta de locos, Vamo’ a portarnos mal y, al final, 313. A pesar de no importar, las letras de René Pérez Joglar fueron muy palpables entre su pueblo que, junto a él, cerró la gira musical.

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