Larra, mi amigo

Por Zahira Mabel Cruz/Especial para En Rojo

He estado pensando en que Mariano José de Larra, escritor español del siglo XIX, ha de ser, aunque muerto, uno de mis mejores amigos. Lo he leído, estudiado y he escrito algunos pocos trabajos sobre él en distintos momentos de mi vida universitaria. Nunca ha dejado de parecerme fascinante —por eso lo de la amistad—. Pero debemos recordar que para los gustos los colores. 

Se trata de un escritor moderno de ideología liberal al que con el pasar del tiempo le reconocemos en su obra un cambio de pensamiento que se refleja, quizá, con el deterioro de su ánimo y el tono pesimista que marca mayormente sus últimos años. Nunca se mostró como el liberal más optimista y alegre del mundo, pero en un principio había esperanza en su discurso. Luego vino el desengaño y por consiguiente el desencanto ante la realidad histórica y política de España en tiempos de grandes oleadas revolucionarias en Europa. Muchos otros artistas europeos compartieron con Larra ese desencanto, conocido también como moral pesimista, y establecieron a partir de ella una crítica moderna de la modernidad. Nada era lo que pareció ser. Ni la democracia, ni la justicia, ni la libertad. Se descubren todas palabras vacías. En su lugar, derramamiento de sangre, encarcelamientos, represión, oportunismo y progreso que destruye lo que debía ser salvaguardado. Entonces mi amigo Larra fue cada vez un hombre más triste, un perdedor —como algunos podrían considerarle— (que no supo, no pudo o simplemente no quiso acomodarse a su tiempo) pero al menos un perdedor de esos que saben reír —en eso y en muchas otras cosas se me parece a nuestro Nemesio Canales—, aunque sea por no llorar frente a “La gran verdad descubierta” (título de un artículo suyo de 1834). La verdad, por ejemplo, como dice en este artículo, sobre la gran “diferencia que hay de las verdades físicas a las verdades políticas”. 

Algunas veces, mientras lo leo, me descubro diciéndole: “I feel you, brother”, y en otras, siento deseos de taparme la cara —y me la tapo— porque me hace pasar vergüenza ajena. La vergüenza es porque al ser Larra un escritor de gran ingenio, su tono satírico es agudo, políticamente incorrecto —que me encanta—, quevedesco, dicen muchos de sus críticos y yo coincido, aunque valga recordar que Quevedo era, tal vez, bastante, mucho más prosaico y de otra época. Pero, para cierto tipo de lector, algunas de las cosas dichas por Larra en algunos de sus artículos podrían resultar ofensivas. A mi me dan risa y un chin de vergüenza por lo directo de las indirectas, pero, como ya dije, me tapo la cara y de vez en cuando le hablo: “vamos, Larrita, contrólate que, ¿qué pensará la gente? Y cuando me vuelven los colores al rostro continúo la lectura porque lo entiendo, a veces habla desde la rabia, la impotencia y por supuesto, desde el desencanto. Pero, ojo, hay que leerlo con detenimiento porque maneja una fina ironía.

Larra era un joven crítico que luchaba en sus escritos contra los usos y costumbres del “castellano viejo”, aquel tipo de hombre que —nuestro amigo— muy bien dibuja en su artículo de 1832 titulado así mismo: “El castellano viejo”. Se trata de la caracterización del hombre castizo puro, que no duda de sí ni de sus compatriotas, vanidoso, ciego ante los males de su propio país; en palabras de Larra, es el hombre “que defiende que no hay vinos como los españoles, en lo cual bien puede tener razón, defiende que no hay educación como la española, en lo cual bien pudiera no tenerla;… . Llama a la urbanidad hipocresía, y a la decencia monadas; a toda cosa buena le aplica un mal apodo; … cree que toda la crianza está reducida a decir “Dios guarde a ustedes” al entrar en una sala, y añadir “con permiso de ustedes” cada vez que se mueve”. Pero Larra, sobre todas las cosas, en escritos luchaba contra la censura, contra la represión, contra la ignorancia, la hipocresía, y en favor de la civilidad. Podemos confirmar que en mayor medida su obra era un reclamo de libertad. Quería ser libre, tenía un ideal y lo perseguía desde la escritura pública, desde los periódicos, exigiendo siempre libertad de imprenta y de expresión. Además, la escritura era su sostén, su forma de ganarse la vida, por eso, su obra periodística es, podríamos decir, inmensa si consideramos su corta vida. Dejó cinco tomos de artículos periodísticos que él mismo clasificó entre dramáticos, literarios, políticos y de costumbres. De esos cinco tomos, los últimos dos aparecieron póstumamente, y confirman los estudiosos que el cuarto también fue preparado por Larra. Del quinto no se sabe. 

El desencanto de Larra no podemos decir que únicamente se debió a asuntos políticos, Larra llevaba el desencanto en el carácter y en el gesto —era un dandy—. Y aunque parecía saberse fuera de todo lugar, desarraigado, inconforme se pronunció como tal, como quien era y en contra de todo lo que atentara contra su ideal existencial. Ni en la sociedad, ni en la política, ni en el amor, ni en la gente, ni en los espacios que le rodeaban y en los que se desenvolvía hallaba correspondencia. Esto queda claro en sus artículos. Esa subjetividad negativa, tan característica de muchos de sus textos, nos revela no a un Larra trágico y únicamente melancólico, sino a un Larra desafiante. La escritura era su mayor gesto de rebeldía y también el mayor gesto afirmativo de su ser creador. Construye cosas con todo lo que es y con todo lo que tiene o le constituye. De su inconformidad, de su carácter desarraigado surge su potencial crítico, su ojo, o como en ocasión del artículo “Varios caracteres” (1833) le llama “su lente”, detrás del cual se coloca “para ver pasar el mundo todo delante de [sus] ojos, e imparcial, ajeno de consideración que a él [le] ligue, [lo ve] tal cual se presenta en cada fisionomía, en cada acción que [observa] indolentemente”. 

Para concluir esto, hagámoslo con el dato de cómo fue que Larra concluyó con lo suyo. Pues mi amigo Larra se metió un tiro el día 13 de febrero de 1837, faltando algunos días para su cumpleaños número veintiocho. Algunos dicen que el disparo fue en el pecho y mirándose al espejo, otros que fue en la cabeza. En 2008, un periódico del cual es mejor no acordarse, dijo que el motivo principal del suicidio fue que a Larra “ya no le quedaba ningún clavo donde agarrarse”. 

A decir verdad, podríamos especular sobre este particular de forma muchísimo mas seria, pero ya será en otra ocasión.

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