A la compañera Mary Ann Merril Ramírez, por su labor patriótica todos estos años.
Buenas tardes a todas y todos los que hoy se han dado cita en esta, la cuadragésima cuarta edición de la Jornada a Betances.
Quiero comenzar agradeciendo profundamente a todas las manos que durante más de cuarenta años han hecho posible este espacio.
Antes de entrar en materia, quisiera compartir algo personal: mi primer acercamiento a la figura de Ramón Emeterio Betances y Alacán no fue en una sala de clases ni en un libro, sino caminando por estas mismas jornadas, de la mano de mi papá. Él me trajo por primera vez, como quien siembra sin saberlo. Me transmitió un profundo respeto por nuestro prócer caborrojeño. Y quizás sin proponérselo, me sembró también una inquietud que ha ido creciendo: el deseo de conocer y entender la historia de este archipiélago que habitamos.
Ahora bien, hace un par de semanas, se me asignó una tarea nada sencilla. Una “tremendísima” empresa historiográfica: identificar el pensamiento de Betances sobre la naturaleza. Sí, así mismo: ¿qué pensaba Betances sobre la naturaleza? Una pregunta sencilla según Mary Ann Merril Ramírez. Ella me lo dijo con una confianza muy bonita en mí, pero también con la firmeza de quien no acepta objeciones. Lo que ella llamaba “una idea sencilla” era, en realidad, una orden disfrazada de elogio.
De ahí me surgió la siguiente pregunta: ¿Cuál era la visión particular sobre la naturaleza y su relación con el ser humano, enmarcada en el contexto caribeño y antillano, que desarrolló el hombre más insigne de Puerto Rico? Es esa la pregunta tesis que intentaré contestar esta tarde. Y bueno, aquí estoy, cumpliendo la orden y compartiendo con ustedes lo que he encontrado.
Así que, empecemos por ahí, Betances nació a pocos metros de donde nos encontramos esta tarde-noche, en un pueblo costero, rodeado de un entorno natural rico en biodiversidad. Desde su infancia, desarrolló un vínculo afectivo con el paisaje de su tierra natal, como lo demuestra su evocación nostálgica en una carta que le escribió al también caborrojeño Salvador Brau y Asencio en 1889 y cito:
“Mi patria es Puerto Rico cuyo recuerdo me obsesiona, y crea usted, que no me resigno a morir sin volver a aquel Cabo Rojo inolvidable, para ver de nuevo Los Guayabos, donde correteaba cuando niño, y remojarme en las aguas de La Pileta…”[1]
Hoy no quedan Guayabos como tampoco las aguas prístinas de La Pileta, que han sido encajonados en cemento en aras del progreso y la modernidad y se han convertido en un canal de las aguas pluviales del casco urbano. De forma similar, con añoranza, en una carta de diciembre de 1882, a su siempre amiga, Lola Rodríguez de Tío, Betances escribía sobre Cabo Rojo y cito:
“¡Mi pobre Cabo Rojo! Se me llenan los ojos de agua, de pensar en él. ¡Tan hermoso país tan desgraciado! Me acuerdo cuando salimos, Segundo y yo, huyendo de aquellas tinieblas, fue a parar el bote a una playita de arena blanca, por el Boquerón. Yo tenía una calentura furiosa. Así saltamos a tierra y arrastrándome llegué primero a la sombra de un uvero del mar donde descansé y luego trepándome en cuatro pies a un cerrito que nos separaba del resto de la isla, eche una mirada y le mando… un beso a Patria. ’’[2]
¿Playa de arena blanca en Boquerón y “un cerrito que nos separaba del resto de la isla”? ¿Dónde será eso? ¿Acaso no será en Los Pozos? Bueno, no creo necesario especular, porque me parece que es claro que se refiere a Los Peñones de Melones, donde se pretende construir el llamado Proyecto Esencia, pero lo cierto es que, en ambas cartas, Betances describe los paisajes de Cabo Rojo con un tono nostálgico, resaltando la belleza de sus costas y quebradas. Esta conexión emocional con la naturaleza no era solo personal, sino que también influyó en su pensamiento político y social. Para Betances, el territorio no era un mero espacio geográfico, sino un elemento constitutivo de la identidad nacional y antillana. En su visión, el territorio antillano es parte de la libertad misma. Su constante ir y venir entre islas—como médico, revolucionario y exiliado— marcó su biografía, pero también ejemplifica una forma de habitar el Caribe como espacio político compartido.
El pensamiento de Betances en torno a la naturaleza debe entenderse en su debido contexto histórico del siglo XIX. En la segunda mitad de ese siglo, las discusiones sobre la naturaleza en el Caribe y en América Latina se desarrollaban en torno a dos grandes corrientes:
- La primera corriente la llamo la visión colonial y extractivista: que supone la perspectiva de las potencias europeas y las élites locales que concebían a la naturaleza como un recurso a explotar ilimitadamente, especialmente en el contexto de las plantaciones, que dominaron las economías de las Antillas desde colonización. No es casual que el Caribe aparezca hoy entre las regiones con mayor deterioro ecológico en las Américas, debido a la prolongada explotación de monocultivos, en particular el azúcar. Sin embargo, esta perspectiva lamentablemente continua, pues muy pesar de lo que quisiéramos, el Caribe sigue siendo una plantación, hoy enfocado en el turismo de resort y, su función dentro de la economía mundial sigue siendo una muy parecida a la que vivió Betances.
- Ahora bien, la segunda corriente en torno a la naturaleza que se desarrolló en el siglo XIX fue la del romanticismo, en la que la naturaleza se representaba como un reflejo del alma humana: viva, emocional y poderosa. Donde la naturaleza no era solo un escenario, sino un personaje más—cómplice del dolor, del amor o de la rebeldía. Se le atribuía un carácter sublime, misterioso, incluso espiritual. Era un refugio frente a la corrupción de la incipiente civilización industrial. Por eso, tormentas, montañas, ríos o selvas eran formas simbólicas de expresar estados del alma. Y es desde este marco donde muchos intelectuales y revolucionarios—como Betances—comenzaron a asociar la naturaleza con la identidad nacional, y con la resistencia anticolonial desde los territorios antillanos.
Ahora bien, en el caso específico de Betances, esta idea romántica de la naturaleza no puede separarse de su formación intelectual en Francia ni de su exposición a los ideales liberales y científicos de la época. Su visión crítica frente al modelo colonial de explotación de la tierra y de los cuerpos fue también una expresión de esa formación. Para que tengamos una idea, Betances, llegando a París y con tan solo 20 años le tocó presenciar la revolución de 1848. Pero allí, Betances no fue un mero contemplador de aquel proceso, sino que participó activamente en la revolución antimonárquica del 24 de febrero del 1848, en la que se declaró la Segunda República Francesa y se abolió la esclavitud negra en las colonias, incluyendo en el Caribe. Al respecto, escribió Betances tiempo después:
“Yo soy también un viejo soldado de la República francesa. En 1848 cumplí con mi deber. Cuando se trata de la libertad todos los pueblos son solidarios.”[3]
Este proceso revolucionario moldeó significativamente sus ideologías políticas que definieron su postura abolicionista y anticolonial, que puede evidenciarse en su “Diez mandamientos del hombre libre’’ de (1867, en el que plantea que el primer paso para lograr la igualdad en Puerto Rico frente al gobierno colonial era, precisamente, la abolición de la esclavitud. Betances partía de una premisa ética y filosófica inquebrantable: la libertad es inherente a la condición natural del ser humano. Según él: “La naturaleza no ha hecho esclavo a nadie, sino a todos libres.”
La mirada de Betances no se limitó a Puerto Rico y miró hacia Las Antillas. En esta visión antillana, se concebía a las islas como un espacio interconectado, como un ecosistema. En ese sentido, el antillanismo de Betances era visión territorial y ecológica de soberanía compartida. Betances entendía a las Antillas como una unidad natural, histórica y cultural que debía defenderse del colonialismo español y del expansionismo estadounidense bajo la consigna: “Las Antillas para los antillanos”. Por eso promovió la idea de la Confederación Antillana. En este proyecto, la soberanía territorial de las Antillas se entrelaza así con la soberanía ecológica: el derecho de los pueblos a controlar y preservar sus propios recursos naturales.
Algo de esto se puede ver en la novela “Los dos indios. Episodio de la conquista de Borinquén” (1855) donde se refleja el interés Betances por las raíces indígenas y la resistencia ante la dominación extranjera, expresando una conexión entre la tierra y la lucha por la libertad dentro de una identidad antillana.[4]
En esta novela, Betances representa la naturaleza como un ser viviente, casi cómplice y doliente del drama humano. La selva, los árboles, los arroyos, los animales—todos actúan con agencia, como si compartieran el dolor, la lucha, y la memoria de los pueblos indígenas. Uno de los momentos más reveladores es al inicio, durante la tormenta y cito: “La naturaleza gemía. ¿El huracán sobre la montaña y bajo el bosque el huracán!”
Aquí Betances describe el entorno y lo anima con emociones humanas, lo convierte en un personaje más que padece y resiste junto con el pueblo indígena. La tormenta no solo era un fenómeno meteorológico, sino un agente de protección y ocultamiento para los protagonistas. Y más adelante, cuando se menciona cómo el paisaje ha sido alterado por la violencia colonial Betances con su voz narradora nos dice: “El hacha de los cristianos abatía los álamos y los plátanos de la selva. Solo el roble permanecía de pie.”
Este simbolismo del roble como último árbol, resistente, es un eco de la resistencia indígena y su conexión profunda con el entorno natural. La naturaleza aquí es parte del conflicto, testigo del genocidio, y símbolo de la tenacidad. Así que cuando Betances representa la tormenta, “el bosque que gime, el arroyo que murmura,” está en modo romántico caribeño, pero usando la naturaleza como testigo y eco del conflicto humano con su entorno natural. ¿Acaso sus palabras en esta novela no son una crítica a la sociedad de plantación, de la que sus padres eran partícipe? ¿Acaso ese conflicto inherente en esta novela por el control de la naturaleza no sigue aún vigente?
Así que, para Betances, la naturaleza era un escenario activo en la historia de resistencia de los pueblos antillanos. Esta relación de Betances con la naturaleza también se puede ver su actividad masónica, particularmente en los márgenes de la masoneria convencional. Según el fenecido profesor Mario Cancel Sepúlveda, Betances fue uno de los fundadores de la Logia Yagüez No. 10, junto a su compañero de lucha Segundo Ruiz Belvis. A diferencia de las logias tradicionales, la Logia Yagüez practicaba una “masonería forestal”, sin templo físico, en lo que los comentaristas describen como “templo abierto”, una modalidad influida por los carbonarios europeos, que recurrían al bosque como espacio simbólico y operativo.[5] Esta práctica sugiere una lectura de la naturaleza como espacio sagrado y político, donde se gestaban visiones de libertad fuera del alcance de la vigilancia colonial. Así, la naturaleza se convierte en una escenografía revolucionaria, donde se conjugan los ideales ilustrados de la masonería con la espiritualidad romántica de Betances. Más que un entorno, el bosque era el templo vivo de una ética libertaria: un lugar donde se hermanaban la conspiración, el ritual y el compromiso por la justicia antillana.
Todas esas relaciones de Betances con su entorno, también las podemos muy bien documentar en las experiencias de la resistencia taína, las de las personas esclavizadas y cimarronas a lo largo de la historia en nuestras Antillas y en el Caribe. Es decir, como para Betances las Antillas era un ecosistema, los problemas estructurales tenía una misma raíz. De ahí la importancia de su crítica a la esclavitud y al sistema de plantaciones implicaba una denuncia al modelo de explotación que degradaba tanto a los seres humanos como a la tierra.
Porque no olvidemos: el sistema de plantación ha sido, desde sus orígenes, uno de los mayores responsables de la degradación ambiental en nuestra región. Hoy lo llamamos crisis climática, pero sus raíces están en siglos de monocultivo, de tala masiva, de agotamiento del suelo y apropiación de los recursos. Y aunque los trópicos—con su riqueza ecológica—son los más afectados por el cambio climático y la actual crisis climática, también es cierto que esto ha sido también consecuencia de siglos de explotación y de un modelo de desarrollo económico que se ha basado en la explotación infinita de sus recursos naturales, como fue el sistema de plantación y el monocultivo de la caña de azúcar en Las Antillas.
Por eso Betances nunca dejó de pensar en el mejoramiento social de los pueblos antillanos. Desde su formación médica en Francia, Betances adoptó una perspectiva científica sobre la naturaleza, influenciada por el positivismo y los avances en la medicina higienista. Consideraba que el estudio de la naturaleza y la salud pública eran fundamentales para mejorar las condiciones de vida en Puerto Rico, denunciando la insalubridad y las enfermedades como problemas agravados por la pobreza y el sistema colonial. Un ejemplo concreto de lo anterior fue su desempeño durante la epidemia de cólera que llegó a las costas del oeste de Puerto Rico en julio de 1856, afectando especialmente a la región de Mayagüez, donde Betances fue uno de los médicos que atendió a cerca de 24,000 residentes y donde destacó por su compromiso por la salud pública, pero sobre todo por las personas pobres de esta región, incluyendo a las personas esclavizadas. [6] De ahí que a Betances también se le conociera como el médico de los pobres.
Reflexiones finales:
Si bien es cierto que Betances no fue un ecologista en el sentido moderno, su pensamiento integró una visión de la naturaleza como parte de unas interseccionalidades que tenían que ver con la identidad, la libertad y la justicia social. Las Antillas eran entendidas como parte de un ecosistema. Por eso para él, la lucha por la independencia de Puerto Rico y de las Antillas no solo era solo política, sino también una reivindicación del derecho de los pueblos a vivir en armonía con su entorno. Esta visión se expresa también en su poesía. En su poema «Plegaria al sol», Betances representa al sol como símbolo de vida, igualdad y emancipación. Lo describe como una “chispa que fulges inmortal”, una fuerza que “da luz al cautivo” y “despierta al arbusto dormido”, con una potencia que bendice y fecunda sin distinción. A través de esta imagen luminosa y cósmica, Betances proyectó una naturaleza activa, generosa y moralmente superior a las jerarquías humanas. Sin embargo, cerraba el poema afirmando que ni siquiera el sol posee “la fuerza de un rayo de amor”, lo que subraya la dimensión ética de su pensamiento: la naturaleza es poderosa, pero el amor —como principio de justicia, libertad y solidaridad— es aún más transformador. Así, Betances combina el romanticismo, la ciencia y lucha política para ofrecernos una visión profundamente humanista y ecológica del mundo natural.
En un siglo marcado por la explotación colonial e imperialista, el antillanismo de Betances anticipó debates contemporáneos sobre la soberanía ambiental y justicia climática en el Caribe. Dicho eso, y extrapolando las ideas betancinas previamente discutidas cabría preguntarse, ¿qué diría Betances sobre las problemáticas ambientales que enfrentan nuestras Antillas? Definitivamente sería crítico. Repasemos un poco algunas problemáticas que aquejan nuestras Antillas y que de seguro serían de preocupación para Betances.
- Cuba, la mayor de las Antillas, arrastra la degradación de sus suelos tras siglos de monocultivo azucarero, incluso después de la Revolución Cubana. La industrialización acelerada también trajo consecuencias ambientales severas, visibles en lugares como la bahía de La Habana o la de Cienfuegos, donde se instalaron complejos petroquímicos sin contemplar los impactos ecológicos
- Haití, la primera nación antillana libre y negra del mundo, sufre aún las secuelas de una explotación colonial brutal que agotó sus suelos y provocó una deforestación masiva, resultado directo de la economía de plantación.
- República Dominicana enfrenta hoy múltiples luchas: el turismo masivo en costas como Samaná, Punta Cana o Boca Chica ha desplazado comunidades enteras y a privatizado de facto el acceso a las playas, y la minería—impulsada principalmente por capital extranjero—contamina suelos y ríos en zonas como Bonao, La Vega o Cotuí, afectando gravemente a comunidades campesinas.
- Mientras que, en Puerto Rico, enfrentamos múltiples conflictos ambientales: la contaminación incesante en las comunidades del sur por la carbonera AES, a la que el actual gobienro le extendió el contrato a costa de los residentes aledaños, la privatización y acceso limitado a playas, el desplazamiento de comunidades costeras, los proyectos de construcción descontrolada en zonas costeras, agrícolas o protegidas por su valor ecológico, así como la amenaza constante del turismo masivo e insostenible.
Ejemplos reciente es el llamado Proyecto Esencia en el Cabo Rojo de Betances o Punta Moncayo, en el Fajardo de Antonio Valero de Bernabe, que ejemplifican estos conflictos: mega desarrollos residenciales y turístico para multimillonarios que amenazan directamente a los ecosistemas costeros, que restringen el acceso a la playa, que fragmentan el hábitad de especies en peligro de extinción, como el Guabairo y la Marquita, que ponen en riesgo el suministro de agua potable para los residentes y amenazan con desplazar a las comunidades aledañas, un proceso que definitivamente debemos llamar colonialismo de asentimiento, que no es exclusivo de Puerto Rico pues este modelo de saqueo tiene varios ecos históricos en el Caribe y el Sur Global, donde los paraísos turísticos son solo la cara amable del ecocidio.
Ante todo esto, Betances nos dejó un principio contundente: “¡Las Antillas para los antillanos!” Este llamado implica que nuestros territorios—y sus ecosistemas—no deben estar al servicio de intereses externos ni del capital depredador que nos ha conducido a donde nos encontramos y que nos obliga, hoy más que nunca, a entablar vínculos con nuestras vecinas islas y sus luchas, como un acto de resistencia y de existencia. Esto también es urgente: defender lo nuestro, cuidar la vida, y garantizar que el desarrollo no se construya sobre la destrucción.
La visión betancina sobre la naturaleza sigue viva como una invitación a defender nuestros territorios, preservar nuestra biodiversidad y asegurar que nuestras Antillas sean, verdaderamente, para sus pueblos. Por eso Betances no formuló una pregunta retórica sino un desafío urgente: “¿Y qué hacen los puertorriqueños que no se rebelan?”. La respuesta late en las trincheras del presente: ¡NO A PUNTA MONCAYO! ¡NO AL PASEO CILCISTA DE RINCÓN! ¡NO A THE CLIFF EN AGUADILLA! ¡NO A COLUMBUS LANDING EN PLAYUELA! ¡NO A LA CARBONERA DE AES! ¡NO A LA CANALIZACIÓN DEL RÍO PIEDRAS! ¡NO A PUNTA BANDERA! Y vamos, repitan conmigo ¡NO AL PROYECTO ESENCIA!
Palabras pronunciadas en la 44ma Jornada a Betances,sábado, 12 de abril de 2025