Especial para En Rojo
¿Cuánto puede un cuerpo?
Resulta que mucho.
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Hoy es 7 de octubre de 2025 y un hombre en Grecia me espera. Luce una incipiente barba espartana y tiene los ojos almendrados color de olivos. Olivos como los de su país, Palestina, bajo casi ochenta años de asecho estadoisraelí y dos años de holocausto donde su hermano, Raed, y su hermana, Doaa, residen en diferentes puntos de la minúscula mas poderosa franja sufriendo los estragos de la guerra junto con sus hijos, cuyos nombres conozco y recito cual plegaria y oración: los de Raed, Mohammed, Jude, Hussam; los de Doaa: Tariq, Yasmina, Selina.
A veces envían vídeos y fotos, sobre todo el esposo de Doaa, mi querido amigo Bassem, y reconozco ya la cadencia de mi nombre en sus labios. Intento escribirlo «أريانا» en el aire, con el dedo. Me hablan en árabe y yo en inglés, a veces yo en español entrecortado y ellos en inglés, y nos entendemos con el gesto, la mirada y la traducción automatizada en redes. Con H., son más bien audios en WhatsApp a fuerza del huso horario entre Creta – San Juan.
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«Si algún día Alá me regala una hija, le pondré tu nombre, Aryana».
De momento entra una llamada de trabajo, o alguien toca bocina fuerte y me espabilo y mi cuerpo regresa a San Juan, pero todos los días, desde hace año y medio, una parte de mí está difusa cual cirrocúmulo entre Gaza y Egipto con las familias que conforman el tejido de mi vida extraoficial. Nunca fui de familias grandes, ni de muchos primos conocidos. No obstante, y en tiempos recientes, cuento con una constelación de seres a quienes cuento visitar cuando se acabe esta pesadilla.
«No digas eso, H., que voy a llorar».
«Continuemos. ¿Qué podemos hacer hoy? ¿Cómo nos movemos?»
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Empecé a notar su nombre en los diferentes enlaces GoFundMe a familias gazatíes y me decía a mí misma: «este tipo es un héroe». Recién me unía a esto de poner mi propio nombre, apellido y cuenta bancaria a los enlaces para aportar mi granito de arena con la recaudación directa a familias palestinas a lo largo y ancho de la Franja.
Nada de intermediarios; ningún lugar a dudas: con pruebas de órdenes médicas, fotos, vídeos, audios, números de teléfono, cuentas bancarias y videollamadas ―como si ello realmente hiciera falta a estas alturas― y a un año ya de recorrido hablando y siento testigo del genocidio desde este aparato y desde la cercanía-lejanía con algunas familias (como las de Mohamoud, Maryam y Rawan, a quien he mencionado en escritos anteriores en esta columna), sabía que debía hacer más. Cada vez más desde aquella primera protesta ante el Capitolio en 2023.
Lo que nunca supe es que se lo debería al engendro de aplicación de Instagram que me ha permitido fungir de puente, portavoz y escuchar de aquellos que padecen de la barbarie de bombas, desplazamiento, hambruna y desidia y que, a la vez, sigue siendo portal de risas, a veces, entre todos, fotografías del día a día, pero sobre todo puente para conocer, escuchar y recaudar fondos para familias de Gaza a pesar de la letanía e intentos de censura del algoritmo.
¿Cómo?
* Contestando los DM (mensajes directos) de las familias gazatíes con la misma dedicación con la que abría las cartas de mis penpals en sexto grado.
- Compartiendo el contenido de las familias: fotos, vídeos, ocurrencias y súplicas junto con sus enlaces de recaudación.
- Grabándome cual influencer recordando a diario, con o sin filtros, vía stories de que atestiguamos un genocidio en vivo y abogando cada día por donaciones (¿hasta el momento? $3 mil que van de $5, en $10, en $50, a veces más).
- Creando enlaces vinculados con mis cuentas bancarias con destino directo a las familias (vía transferencia bancaria o vía PayPal). Hay muchas a las que le hace falta esta gente puente (¿ése, eres tú? Hazlo.)
- Fungiendo de puente siempre: contando historias, inventando reels, y simplemente escuchando y leyéndoles a diario y al margen de las noticias, las columnas y el bullicio geopolítico.
Las palabras lo pueden todo; el dinero, sí, también, pero… las palabras. Las palabras siempre pueden.
Al principio, con mis dudas, y con síndrome de impostora, como casi toda mujer milenial, me abalancé y caí en sus brazos. Jamás lo sospeché, caer a tantos brazos. No toqué el suelo. No lo toqué. Cada día siento un peso terrible, y una esperanza.
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- un día me pidió mi número de teléfono, y confié. De eso se trata en muchas ocasiones esto: de confiar en mí a pesar de lo insólito de la situación, posible gracias a la tecnología; de confiar en H. y de él confiar en mí. Que las familias cuenten con que las aportaciones y los mensajes llegarán siempre a buen puerto, desde el respeto y con las mejores intenciones.
Y llegan. Llevamos meses en ello; a cuentagotas, a veces muy lentamente, pero la ayuda llega desde los rincones más inhóspitos e inesperados. Los días pasan: los eventos, las reuniones de trabajo, los encuentros sociales, la vida simplemente. Siempre, entre tanto, envío y recibo mensajes, acompaño, escucho, aprendo, intento enseñar; lo intento, se le digo a H. casi todos los días. Intento ayudar a cuantas más familias posibles a diario. Y me preocupo por Raed, por Doaa, por Bassem, y mucho por él, por H., con sus dolores repentinos en el corazón, con la gran ancla que tiene sumergida en su pecho y que él arrastra e intenta elevar para seguir con su trabajo como cocinero de contrato temporero.
A veces lo imagino de espaldas con la humareda en la cocina y el olor de las especies rodeándolo. Ante sus ojos, y a nuestro alrededor, el caos, los gritos, el fuego a los que están sometidos los que siguen en la Franja. El fuego interno de quienes lo viven un poco más lejos, en exilio en Egipto, como es el caso de muchos. Conozco a cinco hermanas a quienes le he cogido un cariño especial (Samar, Afnan, Hanine, Ansam, Aseel, en orden de edad), cuyas historias merecen otro escrito y quienes aguardan la apertura de la frontera de Rafa para recibir a sus lánguidos y afectados maridos relegados en Gaza.
«Muchas veces, H., no sé cómo lo haces».
«Pensando, pensando, pensando…. Hasta reventar».
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La joven esposa de H., Hala, sigue en Gaza. Se casaron antes de la guerra y no pudieron disfrutarse. Allí aguarda ella nerviosa y atenta noticias de su esposo, quien apoya a varias familias y a la vez es fuente de ingreso principal para los suyos desde la isla. Tiene una foto suya con su keffiyeh. Ella también tiene los ojos color de olivos y los labios redondos, perfectos.
«No puedo con todo, Ariana». «Por supuesto que no, H. No debes cargar todo esto solo».
Hay días de risas y otros de lágrimas en nuestros intentos de engendrar ideas, contenidos de redes y contactos para ayudar. Necesitamos dinero, mucho. Una nueva casa de campaña, por ejemplo, cuesta alrededor de $1.000 USD, y se avecina nuevamente el invierno en Gaza. El regreso a los hogares para los del sur de Gaza ya comenzó con el recién cese al fuego, ¿pero por dónde empezar cuando tu hogar es un montículo, o escombros, o cablería suelta, o una suerte de bloques que alguna vez te acogió y protegió de la tempestad?
Cruzar la frontera, encontrar auspicio, o visado, fuera de Gaza es asunto complejo y caro: son casi $10.000 – $12.000 por familiar, y la gran mayoría no ha logrado ejercer su oficio en estos pasados dos años de genocidio, sin contar el papeleo y ristra de requisitos burocráticos. En el Oeste, de momento, podemos aportar directo al asunto financiero.
Yo sobrellevo los fondos de cuatro familias, pero H. carga a sus espaldas a más de 10 miembros de su familia, los gastos de estudio de su esposa, y su propio quehacer y alquiler griego.
Como yo, también tiene la edad de Cristo, y la vida lo crucificó.
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De vez en cuando se excusa para el rezo en regla, y luego retomamos la conversación; yo me excuso para lo anodino: y me quedo pensando en maneras de ayudar. Le insisto que soy una sola mujer, una sola persona. Que no sé muy bien qué estoy haciendo, pero que lo intento, lo intento. Lo repito, y lo repito.
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Le cuento a H. que soy editora e intento escribir. Le prometo que mi próxima columna será dedicada a él. En una ocasión pensé simplemente en incluir los nombres de todos los hermanos y hermanas de Palestina que me acompañan casi a diario: Safaa, Tariq, Iman; Mohamed; Shahd; Saba, Tasneem, entre tantos otros, sin más. Con sólo eso ya bastaba.
Pero pensé en nosotros, los editores, las manos e hilos invisibles detrás de los libros. Y luego en nosotros, los varios facilitadores que, a través de las redes e internet, conformamos la humilde legión que acoge, apunta, recibe, distribuye y organiza para familias palestinas. Una, dos, tres familias a la vez. Las que hagan falta.
Hay días en que logro que toda una familia coma, compre medicamentos, ropa. Envío audios y pregunto quién está y quién no está bien. Embriagada por el alivio de ver resultados en un mundo descerebrado, continúo, continúo, continúo.
Hubiese sido mucho más fácil, quizá, anotar los nombres en una lista con sus respectivos enlaces, pero los escritores somos visores y cargamos este gran peso y responsabilidad de contar historias, las que importan. Y cada una de ellas importan.
A H. quise dibujarlo con lujo de detalle (dentro de lo que puedo en este humilde espacio): con dimensión, con sensualidad, y con respeto. Porque el Sino quiso que me encontrase con un héroe en la modernidad, porque me he hecho cada vez más humana de sangre y hueso a su lado. Porque cada día que le pregunto qué tal está, contesta tajante y honesto.
H., Raed, Lamis, Doaa y Bassem nos necesitan.
Antes pensaba en cómo era posible que ocurriesen los genocidios bajo nuestras propias narices. Durante mi primera juventud, hojeé varios libros de la Segunda Guerra Mundial. Hace poco, pensé en esos héroes, personas del día a día que no figuran en libros de texto ni en los anales más importantes. Cada día es una decisión, cada día una oportunidad para hacer algo. Cada cual en su trinchera.
H., sudoroso y a veces malhumorado, mantiene la suya trabajando para sus familias y distribuyendo fondos. Yo, en las redes, contesto, observo, grabo vídeos absurdos en búsqueda de donantes y donaciones. Y escribo.
Y tú, ¿qué harás?
Con un sólo dedo, puedes contestar las llamadas. Las llamadas perdidas de Gaza.
Para donaciones directas: @husamabujami ([email protected], PayPal).
Ariana Rosado Fernández ([email protected], PayPal). Correo de contacto: [email protected].


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