Los avatares de la palabra bellaco: la ruina sonora de Jennifer González

 

En Rojo

 

  1. No vi la fiesta del domingo 22 de septiembre en la que el PNP celebró la puesta en escena de la Mujer Maravilla en versión criolla: Jennifer González, vestida de rojo con el fondo musical de “to’ el mundo bellakeando”. Sin embargo, en la tarde me enviaron cinco o seis enlaces a clips del evento con comentarios jocosos sobre el espectáculo. Por supuesto, también disfruté de ese acceso al ridículo público que no es tan raro en la clase política tradicional.
  2. ¿Qué busca la comisionada residente? Digamos que contrarrestar la influencia en nuevos votantes que puede haber tenido el slogan de Bad Bunny, “Jennifer mentirosa, Jennifer embustera, muerte al PNP”. O quizás congraciarse con una cierta demografía que hace una década escuchaba “Mucho Under” y seguía a Polaco, Jowel y Randy, Falo, OG Black, Maicol y Manuel, Don Chezina, DJ Playero, etcétera. Eso que, en un arranque que desafía la cronología, llaman vieja escuela. La frase “to’ el mundo bellakeando” se ha repetido en muchas producciones del reguetón y hace menos de un año hasta Peso Pluma y Anitta le sometieron al Bellakeo alejándose del corrido tumbado.
  3. Como decía, los acercamientos a la cultura popular de parte de individuos con voluntad de joder, digo, de poder para administrar presupuestos no es nueva. Y en cierto modo, como la política se trata de formular fantasías, la cultura popular ofrece personajes y narrativas que moldean ciertas aspiraciones, deseos y nociones de éxito. A través de películas (sufre, Gal Gadot) , series (sufre, Linda Carter) y música, se presentan modelos de comportamiento y estilo de vida que pueden ser emulados.

Sin embargo, si las representaciones en la cultura popular a menudo reflejan y refuerzan normas sociales y valores, ¿qué ofrece el maleanteo, la misoginia, la violencia como representación? ¿Esto puede influir en cómo percibimos lo que es deseable o aceptable en nuestras propias vidas?

¿Estas narrativas populares crean imaginarios colectivos que afectan cómo nos vemos a nosotros mismos y a los demás? ¿Estas representaciones pueden dar forma a nuestras expectativas y percepciones sobre realidades sociales y personales? ¿La cultura popular también está ligada a la economía de consumo, donde los productos y tendencias son presentados como objetos de deseo? ¿Esto puede generar fantasías relacionadas con la posesión y el estatus? No me atrevería a afirmar que ese es el producto que mercadean los publicistas de González: la jodedera sin consecuencias, sin límites. ¿O sí? ¿Acaso la cadena de políticos corruptos del PNP sentenciados en las dos pasadas administraciones no son suficientes para objetar ese “estilo de vida”?

  1. Creo que junto a Cubazuela -este mítico lugar que sintetiza todos los pecados del fantasma comunista-, este intento fracasado de perreo combativo es otro modo de no hablar de los problemas que aquejan al país. Sobre algunos problemas, digamos la cuestión del servicio de energía, la candidata a la gobernación ha dado más giros que el globo terráqueo.

Podría pensarse que el autor de estas ligeras reflexiones no disfruta de algunos ejemplos del reguetón (hispanizo la palabra por joder). Está claro que algunos géneros musicales pueden estar asociados a imaginarios de grupos específicos y subculturas. La música puede ayudar a los individuos a construir su identidad y a conectarse con comunidades que comparten valores y creencias similares. Por otro lado, la música puede ser divertida y hasta con eso bastaría. Eso aunque, como consumidor de música, no comparto valores y creencias similares a Peso Pluma o Chino Nino, por dar dos nombres separados por los años y los estilos. No soy de los que exige que las canciones tengan mensajes de empoderamiento, igualdad y resistencia para inspirar cambios de actitud y fomentar movimientos sociales. Salvo excepciones notables, los panfletos no quedan bien.

De eso a creer que en una campaña política en la que se nos va la vida reduzcamos la discusión al delirio del fantasma comunista -en una colonia intervenida en todos los aspectos por instituciones norteamericanas- o a la repetición hasta la náusea de ciertos temas y comportamientos en la música y en la cultura popular hay un trecho largo. Llámenme elitista, eso no me afecta a mi edad, pero seamos honestos. En una discoteca suena cualquier cosa, pero, en na campaña electoral, ¿todo el mundo bellaqueando puede servir como un medio para la reflexión personal y colectiva?

  1. Me veo tentado a hablar del lumpen proletariado porque no quiero repetir el clasismo racializado del sicario del PNP, Edwin Mundo, que llamó a la candidata de su partido “cafre”. Prefiero el término «lumpen proletariat», porque no quiero coincidir con Mundo ni en eso. Este concepto fue popularizado por Karl Marx puede abarcar a criminales, vagabundos, y otros que se encuentran al margen de la economía formal. Marx y Engels lo veían como una clase desorganizada y sin conciencia de clase, lo que lo diferenciaba del proletariado «clásico», que era considerado un agente potencial de cambio social y revolución.

Y este populismo ridículo de nuestra clase política, es la caricatura de un sistema capitalista que asume la crisis de su forma neoliberal con características de lumpenato. Porque se trata de aspirantes a burgueses en una colonia. Jennifer pertenece a una clase dominante no hegemónica, dependiente de los intereses del capital extranjero y de la ideología de los más retrógrados dominadores. Es trumpista. Eso es lo que Gunder Frank llamaba hace años lumpenburguesía. Buscan controlar a las masas trabajadoras con ese populismo burdo mientras activan una economía punitiva sin justificación racional: lo privado es mejor y nos vamos por la libre sin regulaciones. El pueblo que se joda mientras sigue bellaqueando. Por eso, como no tiene nada que argumentar recurre a discursos polarizadores, democracia versus comunismo, sin vínculo alguno con la realidad material. Y para eso tienen los medios tradicionales de información con el discurso lumpen en la legión de comediantes, guitarreños, muñecas, plumas liberales devenidos en sicarios de la derecha como Ferdinand Pérez, es decir, creando una discursividad política dominante que sólo puede enfrentarse de modo creativo a través de los medios no tradicionales y las redes sociales. Y no digo nada de las vallas publicitarias de un funcionario público como Rivera Schatz, que ante la expresión de un ciudadano particular, Benito Martínez, lanza su fijación oral al mundo. Cada vez la campaña electoral se parece más a una tiraera.

  1. Y así, el PNP no ofrece nada a la existencia de un grupo de trabajadores desempleados o con empleos precarios sino que presiona a la baja los salarios, ya que los empleadores pueden ofrecer menos, sabiendo que hay personas dispuestas a trabajar por un salario más bajo. Permite a los capitalistas ajustar rápidamente la fuerza laboral en función de las necesidades del mercado, aumentando o reduciendo la cantidad de trabajadores según las condiciones económicas, como ya hizo en otras administraciones, despidiendo miles de empleados públicos. Ofrecen mantener la precariedad y la dependencia creando un ejército de reserva que puede desestabilizar la cohesión del proletariado como clase, ya que los trabajadores empleados pueden sentirse amenazados por la competencia de aquellos que están desempleados. Ofrece la permanencia de tasas de desempleo y subempleo lo que genera inseguridad entre los trabajadores, y puede disuadir la organización colectiva y la lucha por mejores condiciones laborales ya diezmadas con legislación antiobrera. Eso y más esconde el absurdo grito de guerra “to’el mundo bellakeando”. Una distracción tras otra. La verdad es que quien ha sido un ruin bellaco, en el sentido castizo de la palabra: malo, pícaro, astuto, sagaz, canalla, rufián, desleal, traidor, despreciable, perverso, tunante, ha sido la cadena de políticos que se han enriquecido con nuestras desventuras como Fortuño, los Rosselló, algunos amigos del chat, Pierluisi, y to’s los que han robado el país.

 

 

 

 

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