Memoria viva de la represión

 

 

Especial para En Rojo

 

La marea está alta. La marea está baja. El olor a salitre lo impregnaba todo. Los alcatraces sobrevolaban muy cerca de la arena. A veces a los lejos se veía el chorro de agua de las ballenas que atravesaban esa parte de una de las fosas marinas más grandes del mundo. Los pescadores llegaban con sus redes por la mañana temprano. Mi escuela quedaba frente a la bahía de Aguadilla y podía verlos bajar  su carga marina cuando iba de camino. El mar, siempre el mar está en mi vida en este archipiélago del Caribe que también mira al Atlántico.

Cuando era pequeña mi madre nos contó sobre la Revuelta Nacionalista de la que no se podía hablar. El pueblo de Aguadilla estaba acordonado por la presencia de la base militar llamada Ramey, construida mediante el desalojo de agricultores y agregados, como ha destacado el historiador Carlos Hernández.  Los soldados hacían ejercicios militares y pasaban por el centro del pueblo haciendo alarde de poder. Nadie podía asomarse a los balcones. La escritora Mayra Montero representó el  terrible despojo del pueblo de Vieques en su novela El capitán los dormidos, similar al de Aguadilla. Los dormidos eran los muertos que eran traídos para sepultarlos en la Isla.

Durante mi adolescencia me di cuenta de la vigilancia que tenía mi tío Orlando Añeses de la Rosa, quien era independentista, asambleísta municipal  por ese partido y piqueteaba contra el militarismo desde la década de los cincuenta. Siempre había un agente velando la casa de mi abuela donde él vivía. El periódico CLARIDAD se leía en mi casa y mi padre pertenecía  a un círculo de lectores que se ubicaba en el laundry pobre que vendía este periódico. Poco antes de morir Andrés Figueroa Cordero lo visitó por petición de él.  Mi familia lloró la muerte del líder nacionalista Pedro Albizu Campos y varios acudieron a su entierro sin importar la posibilidad de represalias que esto podía representar.

Ser parte de la resistencia contra el colonialismo era defender la cultura del país. Por eso mi tío organizaba actividades culturales como la Fiesta Comunitaria de Reyes Magos, el Festival de la Chiringa y el dedicado a Rafael Hernándes junto a sus amistades.  Pertenecía desde muy joven  al Partido Independentista Puertorriqueño en años en que la represión política era constante. Tener una bandera de Puerto Rico era casi un acto delictivo. En las carpetas se colocaba como evidencia criminal una banderita puertorriqueña para que los niños la colorearan. Mi carpeta decía que no se le conoce novio, obvia evidencia de  que las mujeres eran asechadas sexualmente.

Las carpetas imponían una censura. Leer CLARIDAD en la calle era considerado un acto criminal. Los teléfonos estuvieron interceptados por la policía, lo que fue denunciado por muchos.  Una de mis hermanas fue fundadora de la Federación de Maestros de Puerto Rico y por poco pierde su empleo en el Departamento de Educación Pública. Así por igual mi tío Orlando Añeses de la Rosa era visitado por el FBI. Otros ttenían carpeta y a uno de ellos lo amenazaban con botarlo del banco donde trabajaba. En el libro Las carpetas: derechos civiles y persecución política en Puerto Rico de Javier Colón Morera  y Ramón Bosque se documenta que hubo maestros perseguidos, sindicalistas y feministas  junto a ambientalistas. Todavía no se han descubierto todos los expedientes.

Fui miembro de la Federación de Universitarios Pro Independencia en mis años en la Universidad de Puerto Rico. Participaba entre cosas, como redactora del periódico Poder Estudiantil. Después de una fiesta de este grupo llegué al apartamento donde vivía y al otro día por la mañana me di cuenta de que me habían abierto la puerta del vestíbulo e intentado entrar a donde dormía con mi hermana Rosa Elena. Evidentemente, me habían perseguido.

En el 1985 leía CLARIDAD camino a casa donde residía con mi exmarido Rafael Aponte Ledée. Iba por la Avenida Américo Miranda cuando se me acercó un carro con tres hombres. Uno de ellos me apuntaba con un arma grande. No llevaba cartera. El móvil era político, pero cambió la luz y aparecieron otros carros que hicieron que se alejara. Yo seguí caminando lentamente hasta llegar a mi domicilio sin ser vista por ellos. Salvé al padre de mi hijo.

En mis años universitarios yo leía teología de la liberación con mi madre: El evangelio según Solentiname de Ernesto Cardenal y la Biblia Latinoamericana. El Centro Católico Universitario fundado por el beato Charlie fue parte de mi vida desde esa época. Leí las encíclicas papales de Juan XXIII a comienzos de mis años en la Universidad de Puerto Rico. Viví un cristianismo práctico que me permitió entender el ecumenismo y los artículos que publicaba Monseñor Antulio Parrilla en el periódico CLARIDAD. Asistía tanto a las actividades en solidaridad con Cuba como aquellas que apoyaban a los que combatían a los militares en Chile.

Tras mi denuncia de un caso de hostigamiento sexual en College Board donde era Directora Auxiliar, fui perseguida por distintos  extraños que no pude identificar. Denuncié esto en la Comisión de la Mujer, en el Instituto de Derechos Civiles y en la Comisión de Derechos Humanos.  Desde ese entonces he tenido diversos incidentes que han sido amenazantes.

Escribo de derechos humanos desde hace tiempo sobre distintas violaciones en diferentes periódicos. Estar comprometido con esta causa representa un desafío muy grande que todes debemos asumir. Por eso pertenezco a Amnistía Internacional de Puerto Rico y sigo contemplando el mar de esta zona archipiélagica del Caribe. La marea está alta. La marea está baja. La marea está alta.

 

La autora es Catedrática de la Universidad de Puerto Rico en Bayamón.

 

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