Mujer, divina generosidad de la vida

En esa semana, al conmemorar el día internacional de la mujer, todos, hombres y mujeres del mundo estaremos luchando contra el patriarcalismo que, unido al sistema económico dominante, deshumaniza a mujeres y hombres, además de maltratar a la madre Tierra. Tenemos motivos culturales, sociales y políticos para llevar esa lucha hacia adelante hasta construir un mundo de justicia e igualdad.

Para quien cree en Dios, ese compromiso aún se vuelve más exigente. Aceptar o ser connivente con el patriarcalismo es atentar contra el proyecto de Dios que nos creó hombres y mujeres, iguales y complementarios. Desgraciadamente, esta lucha tiene que darse en el mundo e incluso dentro de las religiones y hasta en las Iglesias cristianas. Como en los años 80, ya afirmaba Leonardo Boff: “Cada vez que una mujer es marginada en la Iglesia, nuestra experiencia de Dios es perjudicada, nos volvemos más pobres y nos cerramos a un sacramento radical de Dios”.

Desde la antigüedad cristiana, hombres y mujeres profundizaron la mística y desarrollaron métodos para vivir la intimidad con Dios. La espiritualidad nos lleva a valorar más la corporeidad y la dimensión afectuosa, incluso erótica de la vida, como camino de intimidad con Dios. En diversos países de América Latina y Caribe, las poblaciones pobres son muy impregnadas por las culturas negras e indígenas. En muchas de esas culturas, la bendición es carisma de las mujeres bendecidoras; la cura, de las sanadoras. En comunidades afrodescendientes, el sacerdocio es ejercido por Ialorixás (madres de santo). Para nosotros, del siglo XXI, la Espiritualidad va más allá del mundo cristiano. Autores como Marià Corbì la denominan como “calidad humana profunda”; Ken Wilber comprende la espiritualidad como “visión integral”, proceso existencial que nos hace pasar de un estado egoico a otro más etnocéntrico hasta llegar a una postura cosmocéntrica.

En 1942, un campo de concentración de los nazis, Etty Hillesum, una joven judía holandesa, Etty Hillesum, escribía: “Voy a ayudarte, mi Dios a no borrarte de mí. Veo con claridad que no eres Tú quien puede ayudarnos y sí nosotros (los judíos) que podemos ayudar a Ti y, al hacerlo, podemos ayudarnos a nosotros mismos. Eso es todo lo que en ese momento podemos salvar y también lo único que cuenta: un poco de Ti en nosotros, Dios mío, tal vez, también podamos hacer que venga à la luz tu presencia en los corazones devastados de tanta gente”.

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