Navidades con acento

 

Rafael Pabón

Todo el mundo me dijo que con el tiempo me acostumbraría.

Han pasado 8 años y no me acostumbro. Todavía me deprime el frío y las canciones navideñas gringas. No quiero seguir en este país. No soporta las gringas en licra y abrigo de pieles, cargando regalos por la quinta avenida, con su perrito acicalado y el culo con cerquillo.

Tampoco tolero los macharranes  del “God Bless America” que se reúnen a ver football en el frío, escupir el piso y agarrarse e los huevos en grupo.

Prefiero mil veces estar en Puerto Rico celebrando otro día de Reyes, repartiendo regalos vestido de Gaspar, sancochado pero feliz, encima de un caballo de caserío perteneciente a un muchacho que se llame Bryan o Juniol.

Igual no me molestaría llamarme Epifanio y celebrar la Epifanía en una fiesta de campo rodeado de muchas doñas y doños que caminan agarrando el plato de lechón con una mano mientras con la otra se sacan el canto de cuerito que se les quedó pegado en una muela. O celebrar las festividades bailando bachata en Guavate, junto a una familia numerosa de boricuas de Wisconsin que se visten iguales para no perderse.

En fin, me toca resistir un poco con lo que tengo; un encendido navideño soso y desabrido, sin plena ni borrachos, con guantes y abrigo, una cena navideña con gandules importados y pasteles ciegos y finitos, una parada de Reyes en el barrio, a son de güiro y pandereta y unos Reyes jinchos que cantan con acento.

No me debo quejar, pudiese estar viendo una parada navideña en Patterson New Jersey, con un Boricua de Levittown vestido de  Santa, escoltado por un club de Yaris que tienen los venados amarrados al bumper y un Alfa, a todo volumen, cantando Jingle bells, jingle bells a son de bachata y Dembow.

Ni la parada de Turin en la Parquera superaba eso.

 

 

 

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