Especial para En Rojo
“Si el nombre de Eugenio María de Hostos ha de pasar a la historia o ha de quedar en la rebelde oscuridad que lo ha perseguido en el curso agitado de sus días, lo sabremos pronto. Pero, recompensado por la historia u olvidado por los hombres, su vida será un ejemplo y una lección severa que importa dar a las generaciones que se forman en la América latina.” Así comenzaba Hostos, en mayo de 1874, una de las páginas de lo que fue su Diario. De esta manera, en tercera persona, decidió dar a conocer los atribulados días que caminaba lejos de la que él llamaría su “Madre Isla”. Al volver a leer páginas del Diario escritas durante su estadía en España y Francia, para un círculo de lectura en el que se me invitó a participar en junio pasado, me convencí aún más de lo que pensé hace no sé cuánto tiempo: el Diario hostosiano pudo haber servido, por qué no, de antecedente a la Moral Social. Toda esa lucha individual y hasta cierto punto existencial que destila el Hostos atribulado en lo personal puede ser de utilidad para la lucha colectiva. Todos los pasos, lentos y pesarosos, que dio Hostos antes de darlos a conocer en su Diario, sabemos a la vez, que fueron reflejos de una lucha interna que para otros ojos a veces resulta inexplicable. Me parece a mí. A mí, que cuando adquirí conciencia de lo que mi papá me hizo saber sobre el suyo, que resultó ser mi abuelo, debo admitir que no sabía bien qué tenía qué hacer o qué tenía que decir. No entendía cómo ese ser que tanta gente admiraba podía ser mi abuelo y menos aún entendía, por qué no se me había dado la oportunidad de conocerlo en persona. Sin embargo, fue mi mamá quien me ayudó a aceptar esa demoledora realidad de no poder contar con el abuelo que yo deseaba me tomara de la mano y caminara conmigo para contarme lo que había sido su vida. Cosas tan simples y lógicas para otras nietas u otros nietos, me fueron vedadas y no fue fácil acostumbrarme a ello.
Entonces resulta, que en enero de 2024, ese “desconocido” abuelo, esa figura, lejana y cercana a la vez, esa figura del abuelo que todavía siento a mi lado a pesar de nunca haberlo tenido físicamente junto a mí, cumple la friolera de ciento ochenta y cinco años de haber nacido. Y a esos ciento ochenta y cinco años, se continúa olvidándolo o recordándolo a medias, sin aceptar todo lo que hace más de un siglo propuso para la Educación, y para la Independencia, en su Madre Isla. La educación, o la manera de impartirla, todavía no se ha puesto en práctica, porque hay quien piensa que caducó, que está obsoleta. Así de peligrosa debe ser, así de inmenso debe ser el miedo, no, miedo no, el terror que tiene esa caterva de acólitos que han preferido hacer de la corrupción su guía. Mientras tanto, el faro que fue Hostos, (junto a tantas otras figuras que también han sido faros), permanece apagado o a media luz. Y esa media luz la aprovecho, por ejemplo, porque no puedo dejar de pensar en mi papá, que se desprendió y nos desprendió al resto de la familia inmediata, del mobiliario que tocó Hostos y que yo toqué, no sólo con mis manos sino con mis ojos, para obsequiarlo al pueblo de Puerto Rico. Ese mismo mobiliario que desde hace más de cuarenta años, permanece aparentemente “resguardado” en la que se supone sea la Biblioteca Nacional y que tengo que ir a ver allí, no siempre que quiero. No es lo mismo ni es igual, ver el mobiliario por el que corrió mi infancia; los artículos que poseyó, los papeles que mi padre conservó con el cuidado del deber y del amor, no es lo mismo, puedo asegurarlo, verlos fuera del entorno familiar en un recinto de cuyos directivos no tenemos la total garantía de que obrarán con la responsabilidad y la premura que se requiere. Ahora menos que nunca. ¿Qué garantía se puede tener de quienes “dirigen” la institución cultural más importante del país que ha permitido que hayan transcurrido más de dos meses luego de que el edificio que custodia y conserva el patrimonio documental y bibliográfico de Puerto Rico, se afectara no sólo por la falta de servicio eléctrico, sino por la abundancia de desidia y de desdén? Mi papá no donó lo que quedaba de su padre en su poder para que se pudra: ni el acervo documental de Hostos ni el resto del acervo que allí “reside” merece ese destino. El mobiliario hostosiano no es “digitalizable”, parece que creen que sí lo es quienes consideran que es más importante salir volando a recibir premios mientras la Biblioteca Nacional y el Archivo General del país que es Puerto Rico, no abren al público ni al pueblo.
Durante el año que acaba de finalizar se conmemoraron ciento veinte años de la muerte de Hostos. Y con raras excepciones, no se mencionó ni mucho menos se conmemoró. Y ahora, a partir de este once de enero, se supone que se celebren ciento ochenta y cinco de su natalicio. Harto sabido es que no todo Puerto Rico lo celebrará. Aun así, confío en que no lo lancen más al exilio del olvido. No fue por nada que a Eugenio María de Hostos se le llamó el Ciudadano de América, de la Nuestra, como le llamó otro grande de enero, José Martí. No fue por nada, fue por todo, que dedicó su vida a la independencia de Puerto Rico y a la Confederación Antillana. Estará su nombre fuera del calendario “oficial” pero no así su obra, ni su vida. Por más que tratan de que no sobreviva, Hostos renace y renacerá a pesar de esta colonia que llevamos a cuesta por mucho más de ciento ochenta y cinco años.