La discursividad respecto a Estados Unidos y los usos de su imagen por los proponentes del Informe sobre la abolición inmediata de la esclavitud en la isla de Puerto Rico de 1867 presenta problemas interpretativos. Una alianza entre los abolicionistas radicales procedentes del separatismo y los del liberalismo reformista gradualista, no podía ser duradera. La Junta Informativa había sido convocada para, en lo social, discutir la situación laboral y no la abolición. Desde mi punto de vista había algo de maniobra en el reclamo común. Es posible que los representantes imaginaran que exigiendo lo máximo podrían conseguir lo mínimo. En realidad, la proposición esperaba colocar al esclavismo español y a su institucionalidad contra la pared a sabiendas de que su objetivo no se cumpliría.
Fragilidades: ¿Cómo alcanzamos la modernidad?
La alianza entre los liberales reformistas y los separatistas planteaba una serie de contradicciones. Utilizaban a Estados Unidos como modelo modernizador a la vez que lo esgrimían como un arma para chantajear a España al mostrarlo como una amenaza a la permanencia de aquella en el hemisferio. Suponer que al abolir la esclavitud en Puerto Rico se evitaría la intervención de aquel país en los asuntos españoles no era creíble. No fue la única ocasión que se recurrió a ese argumento trivial. La situación recuerda la de 1897 cuando muchos autonomistas y conservadores imaginaban que, imponiendo a toda costa y sin el debido proceso parlamentario una carta de derechos, una ley electoral y una autonomía colonial moderada, se evitaría la intervención de aquel país en el conflicto cubano.
La alianza táctica de 1867 era tan quebradiza como las bases en la cual se sostenía. El afán modernidad de unos y otros era el mismo. Los abolicionistas liberales reformistas o especialistas confiaban en alcanzarla al lado de la España liberal monárquica o republicana, y en que esta nueva entidad, una vez consolidada, reconocería la igualdad con la que aquel sector ideológico fantaseaba. Los abolicionistas separatistas independentistas sostenían que, al lado de España, monárquica o republicana, nunca seríamos modernos y por eso confluían en invocar la amenaza estadounidense para espolear el cambio. No empece reconocían al menos dos cosas. Por un lado, que la abolición no era todo el contenido de lo “moderno”; y, por otro lado, que esa y cualquier otra reforma sería más accesible fuera del control de España. La representación que cada sector se había elaborado sobre España estaba en los extremos opuestos. El contraste entre españolizar (asimilar) o desespañolizar (separar) era el núcleo del diferendo y un dilema sin solución.
Betances Alacán apostaba a la “desespañolización”, una metáfora razonablemente parecida a la “descolonización”, como respuesta a la incapacidad de España de adelantar el progreso de Puerto Rico.[1] En cierto modo, la “desespañolización” material y espiritual, ante el fracaso de los proyectos rebeldes de 1868 en Lares y Yara, acabó por vincularse a la confederación antillana, un proyecto compartido por separatistas independentistas y anexionistas que apenas germinaba en 1867. Para los independentistas aquella meta se garantizaría intensificando las relaciones con la Europa avanzada. Para los anexionistas intensificando las relaciones con Estados Unidos. La representación de aquel país en uno y otro territorio era disímil.
Rupturas de un proyecto de liberación
La convergencia ideológica entre reformistas liberales y separatistas terminó poco después del fin de la Junta Informativa de Reformas por cuestiones que no se circunscribían a la cuestión de la esclavitud y su abolición. Las porfías tuvieron que ver con un desacuerdo en cuanto a la táctica y la estrategia a seguir a la hora de adelantar ese y otros cambios. En cuanto al asunto de la esclavitud, los separatistas acabaron por asumir que la abolición solo sería posible de la mano de la independencia. En cuanto al cambio político se consideró que, para concretar el rompimiento con España, habría que recurrir a la lucha armada. Como era de suponerse, usaron el fracaso de la Junta para estimular, sin éxito, la radicalización de los liberales reformistas. Aquel era un sector resiliente que confiaba en la España liberal y cuyos postulantes no estaban dispuestos a confrontarla fuera del marco de la legalidad. La mítica reunión en la finca “El Cacao”, propiedad de Luis Gustavo, hermano de José Julián Acosta en el verano de 1867, fue el escenario de una ruptura que dejó a los separatistas aislados de un importante segmento de los liberales.[2]
La vigilancia sobre los firmantes del Informe… y el hecho de que Ruiz Belvis tomase la decisión de evadirse del país a fin de articular con Betances Alacán una conjura separatista independentista, opción de la que hicieron depender la abolición radical de la esclavitud en adelante, abrió un abismo entre ambos sectores. El nacionalismo político de la década de 1920 y 1930, ante el imperialismo estadounidense, trató sin éxito de subsanar aquella fisura. Tras el rompimiento, cuando los separatistas llamaban la atención sobre la esclavitud, lo hacían con el propósito de adelantar la independencia y, de paso, confirmar la distancia que los separaba de los liberales reformistas. Ese sector acabó por rechazar cualquier colaboración con los separatistas por su disposición a apelar a la violencia y no porque estuviesen menos comprometidos con la abolición.
En cierto modo, la abolición de la esclavitud en 1873 desmintió a los separatistas al demostrar que una abolición gradual y conservadora era posible. El acto estimuló la reanimación de la fe en la España liberal y su capacidad para conducir a la colonia por la ruta del progreso y los moderó aún más redirigiéndolos del asimilismo al autonomismo. La diferencia de estas tendencias en el seno del liberalismo no eran muchas. Una y otra asegurarían que Puerto Rico seguiría siendo español y mantendría una distancia segura de Estados Unidos, considerado un excelente socio económico del cual había que mantener cierta distancia política. El “autonomismo asimilista”, que fue lo que se impuso en 1897, fue una expresión política más del integrismo de buena fe que caracterizó al liberalismo en general.[3]
El hecho de que el Informe… de 1867 se hiciera público en 1870 en Madrid en un impreso del Establecimiento Tipográfico de R. Vicente y que circulara entre el exilio antillano confirma su transformación en una pieza de carácter propagandístico.[4] El volumen, que fue producido por un editor respetable, demuestra que la abolición radical era un eje fundamental para la cohesión del separatismo en general, fuese este defensor de la independencia o de la anexión. La presencia de dos voces liberales reformistas en la portada solo servía para recordar que la alianza con aquellos había terminado.
Otro punto de disenso entre los abolicionistas liberales reformistas y separatistas entre el 1867 y el 1873 fue el asunto de la indemnización. Dentro del lenguaje liberal la “indemnización” no era otra cosa que una compensación por la pérdida de una propiedad reconocida como “legítima” por un orden que procedería a “ilegitimarla”. Desde la perspectiva del derecho la abolición no era más que una expropiación forzosa. Dado que se asumía que la retribución por la pérdida de un bien de capital (el esclavo) se reinvertiría en la modernización de la industria para hacerla más competitiva en un mercado en el cual los azucareros iban en retroceso, el estado debía estar dispuesto a concederla y los ex-esclavistas dispuestos a recibirla. Es probable que, incluso los abolicionistas más convencidos de que la emancipación era un acto humanitario o filantrópico estuviesen tan ansiosos por obtenerla como los conservadores. Pero la “indemnización” equivalía a aceptar que el esclavo era una res o cosa, un bien de capital más. La compensación serviría para comprar tecnología, adelantar la centralización de la producción cambiando las condiciones del mercado y mitigar los costos de la mano de obra en el marco del trabajo libre, plazas que habrían de ocupar los libertos, un nuevo jugador en el entramado de la sociedad puertorriqueña.
Al recorrer aquel proceso dos asuntos han sido pasados por alto una y otra vez. Primero, la tendencia de los liberales reformistas y separatistas en 1867 a idealizar la mano de obra libre como signo de progreso de carácter igualador y benefactor. Segundo, la propensión a edulcorar las condiciones de vida social de los trabajadores libres en el contexto de Estados Unidos, así como a celebrar su vida económica y social. En cierto modo, daban crédito a un tipo de “sueño americano” propio de su tiempo.
Este no es el lugar para discutir la situación de la clase obrera en aquel país en el último tercio del siglo 19. Solo haré un par de observaciones al respecto. En un valioso estudio sobre la historia del terrorismo el historiador alemán Walter Laqueur (1921-2018), al comentar la evolución de la violencia y su relación con el anarcosindicalismo y los conflictos laborales en aquel país, no vacilaba en afirmar que “casi desde sus inicios, las disputas laborales en Estados Unidos fueron más violentas que en Europa”.[5] El apunte se hacía a la luz de la experiencia de lo Molly Maguires irlandeses en la década de 1870 vinculados a la industria minera y la bomba de Haymarket en 1886 en Chicago. De otra parte, la movilización de las fuerzas armadas contra trabajadores en huelga era común. Ya se sabe la tarea que en ese ámbito cumplió el General Nelson A. Miles (1839-1925) entre mayo y junio de 1894 en medio de un conflicto en la industria ferroviaria Pulmann a las afueras de Illinois que tanto afectó el tráfico ferroviario en el medio oeste de Estados Unidos[6]. En general la utopía moderna, en lo que al trabajo y los trabajadores se refería, poseía dos rostros.
Estados Unidos desde el separatismo
La representación de Estados Unidos entre los separatistas no era homogénea. El asunto de “desespañolización” material y espiritual antedicha tenía un significado particular desde la perspectiva de los separatistas anexionistas. Para estos la integración de Puerto Rico a las demás Antillas y en las corrientes del progreso era un objetivo loable pero su éxito debía garantizarse mediante un acercamiento a Estados Unidos y la incorporación de las dos Antillas como un estado más de aquella unión. La confederación anexionista fue un tema común hasta principios de siglo 20 tal y como lo demuestra un olvidado panfleto de J. J. Bas publicado en 1903 que discutiré en otra ocasión.[7] El 1898 le dio un segundo aire que pocos han investigado con calma que, incluso, penetró a José de Diego Martínez (1866-1918) como un componente de sus “independencia con protectorado”.
Para Betances Alacán, separatista independentista confederacionistas, en 1898 Puerto Rico era o debía ser considerado como una “provincia de Cuba”. El asunto también tenía que ver con estados Unidos. En un ciclo de cartas cargadas de inquietud dirigidas a Julio J. Henna Pérez, Eugenio María de Hostos, Manuel Guzmán Rodríguez, Bonocio Tió Segarra y Lola Rodríguez de Astudillo, redactadas entre el 14 de abril y el 22 de julio de 1898, insistió en ese asunto. Las afinidades y la identificación de Puerto Rico con Cuba de las cuáles él había sido uno de los arquitectos, tenían un fuerte contenido histórico social, pero también involucraba consideraciones geopolíticas que tenían que ver con el lugar de Estados Unidos en su futuro.
La idea de que Puerto Rico era una “provincia de Cuba” resultaba crucial para evitar la anexión de Puerto Rico y su transformación en territorio. El hecho de que en Puerto Rico no había un levantamiento armado separatista activo lo convertía, según Betances Alacán, en un escenario en posición de ser anexado. En la carta a Lola del 30 de junio se sincera con ella y, lo que sugiere a los otros corresponsales, se concreta en un reclamo. A la poeta le pide que influya en las autoridades cubanas para que se incluyese a Puerto Rico en cualquier negociación o solicitud política que se hiciera para Cuba porque “abandonarlo es renunciar a una provincia cubana.”[8] La independencia de Puerto Rico se aseguraría solo por medio de Cuba. La queja de “¿qué hacen los puertorriqueños?” en una nota sin fecha a Henna Pérez, debe corresponder a eso días.[9] Para Betances Alacán la pregunta tenía mucho sentido porque desde su punto de vista “una gran parte del pueblo desea salir de los españoles y aspira la independencia” y el país “por pequeño…puede ser feliz con la independencia.”[10] Ese conjunto de cartas, por todo lo que informa sobre la representación de Estados Unidos en Betances Alacán entre los días de la declaración de guerra y la invasión de 1898, merecen una revisión cuidadosa que voy a completar en otro momento.
Independentistas y anexionistas en el preámbulo de Lares
En general, la relevancia de anexionismo en el seno del separatismo era notable desde 1850.[11] Las disputas entre ambos sectores eran comunes, pero nunca llegaron a frenar la colaboración hasta el 1898. El periodo comprendido entre la Guerra Civil de Estados Unidos (1861-1865) y la abolición de la esclavitud en Puerto Rico (1873), fue uno lleno de complicaciones para las relaciones entre ambos sectores. La Junta Informativa de Reformas (1867) y los eventos de Lares y Yara (1868), pusieron en peligro las solidaridades al interior de un separatismo unificado alrededor del común rechazo a España en Puerto Rico.
El separatismo independentista puertorriqueño, que había perdido en el verano de 1867 sus vínculos con el liberalismo reformista por cuenta de la apelación a la violencia, vio en la primavera de 1868 como sus relaciones con los anexionistas corrían peligro. El separatismo aspiraba articular una insurrección y hacer la independencia por medio de un frente amplio que incluyera liberales reformistas, anexionistas e independentistas. La reunión de “El Cacao” deslindó el territorio con los primeros por cuenta del uso de la violencia.
En el caso de los anexionistas el conflicto no tenía que ver con ese tema. El anexionismo en general siempre había estado de acuerdo en que la separación de España requeriría el uso de la fuerza. Aquella tendencia había levantado cabeza, igual que el independentista, de la mano de militares profesionales y subsistía en un escenario en el cual la promoción de la separación constituía un delito punible y la propaganda de sus fines estratégicos era censurada. La militarización de su discurso era comprensible. Las tensiones entre ambos sectores se desarrollaron alrededor de los fines estratégicos -independencia o anexión-, y tenían mucho que ver con la evaluación del papel de Estados Unidos en el futuro de Puerto Rico.
El conflicto entre independentistas y anexionistas salió a la luz en mayo de 1868 en la ciudad portuaria de Mayagüez. El dato es importante porque aquel, junto a San Juan, había sido el centro conspirativo más visible y diligente desde 1856 al menos. El activismo de tres profesionales influyentes de la ciudad, Ruiz Belvis, Betances Alacán y José Francisco Basora (1832-c. 1882), anexionista el tercero de ellos, sugería que aquella localidad debía alzarse en una fecha aún por acordarse, para una insurrección. Según José Pérez Moris (1840-1881) el levantamiento debía iniciar en Mayagüez alrededor del mes de junio de 1868, no en Camuy o Lares. Los testimonios de Manuel María González de Camuy durante el proceso judicial demuestran que, en efecto, aquel viajaba tanto a Mayagüez como a Lares a informar y recibir instrucciones.
Voy a hacer un juego metafórico calculado. El “Grito de Mayagüez”, cancelado en mayo de 1868, se transformó en “Grito de Lares” porque a esa localidad se limitaron las acciones armadas y los gestos de la independencia el 23 de septiembre de 1868. Todo ello ocurrió luego de que el “Grito de Camuy” que debía ocurrir el 29 de septiembre, fue adelantado tras el desmantelamiento de la célula de González. Una acción militar con aquellos tres focos activos, quien sabe cuántos más, aunque no debieron ser muchos, hubiese tenido más posibilidades de extenderse que la que en efecto ocurrió. La nomenclatura del evento puede ser sometida a revisión, pero ese no es mi propósito ahora.
El choque entre independentistas y anexionistas en mayo de 1868 es comentado con algún detalle por Germán Delgado Pasapera sobre la base de una serie de referencias cruzadas.[12] Su fuente primordial es una acotación de Loida Figueroa Mercado en su Breve historia de Puerto Rico que la autora apoyaba en unos documentos fotocopiados en los Archivos Nacionales de Washington que el historiador nacionalista Juan Rodríguez Cruz había compartido con ella[13]. Aquellas eran tres personalidades muy cercanas vinculadas a lo que entonces se tildaba con un tono despreciativo como “historiografía tradicional”. La otra base documental original era una larga nota al calce del libro de José Pérez Moris (1840-1881) que transcribía un testimonio tardío del citado González incluido en el “Informe del Juez Navascués” en torno los hechos.[14]
El documento citado por Delgado Pasapera era una proclama o mensaje que elementos anexionistas circularon a sus asociados en Puerto Rico en los meses de abril y mayo de1868. Recuperado por el espionaje español, el gobernador Julián Juan Pavía y Lacy (1812-1870) lo remitió al Ministerio de Ultramar con una nota sobre sus implicaciones políticas. El mensaje estaba escrito en papel oficial de las autoridades, había circulado sin problemas por el correo español y era dirigido a un vecino de Guayanilla llamado Adolfo Mazán.[15] Una transcripción de la pieza fue incluida sin notas en el tomo 2 de una importante colección documental en torno a la esclavitud y su abolición prologada por Arturo Morales Carrión en 1978[16]. También Lidio Cruz Monclova lo había manejado en 1957 en uno de los tomos de su historia del siglo 19.[17]
El testimonio de González y la proclama de mayo de 1868 indicaban que los anexionistas de Mayagüez no tomarían las armas en la insurrección que se planeaba para junio porque se oponían a sus fines independentistas y, aseguraban, que solo la anexión haría a los puertorriqueños “hombres libres”[18]. No solo eso. Echaban mano de los argumentos del Informe… de 1867 y afirmaban que aquel país deseaba “apoderarse del último baluarte de la esclavitud” para completar la obra la obra de emancipación de 1865. La gestión de libertad y el camino de la modernización dependía de ello.
¿Cómo se representaba a Estados Unidos en el seno de anexionismo a la luz de aquellas piezas documentales? A ese problema me dedicaré en una próxima columna.
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