Me gusta que el muchacho a mi lado cierre la ventana abruptamente durante el despegue, tumbándome el momento pendejo de sentimentalismo que estaba cuajándose entre la vista al mar (siempre esa sensación aterciopelada) y mi asiento en este avión. Viajo por trabajo y regreso en tres días, no tengo por qué estar con tanta changuería. Regresaré justo a tiempo para los próximos apagones, para los mosquitos, para los tapones infernales y las filas, para la brega de los enseres dañados, cargar bombillas, baterías, todos los back ups para cuando vuelva a irse la jodía luz.
Esta azafata gringa nos habla con esa condescendencia insoportable de ciertos ciudadanos estadounidenses. Nos está tratando mal, creo que porque piensa que yo ando con el chamaco que tengo al lado y quien, a su vez, se ve demasiado caco para el gusto de una azafata como ésta. Ella le decía que no había raviolis, que había que comerse la carne con papas, que qué quería tomar, todo junto, todo rápido. Era evidente que él no entiende inglés, por lo que entré a la conversación tal vez con demasiada naturalidad, traduciéndole todo lo que ella decía. A la larga pareció que andábamos juntos cuando no. Ni siquiera nos hemos dicho hola. Él tiene sus audífonos y yo los míos. Escucho a Juan Gabriel mientras trato de escribir esto que no sé lo que es. ¿Será una columna de consuelo? ¿Alguna ilusión de regreso?
El otro día, ya un poco tarde en la noche, me senté en la terraza con Miguel y Juanfe y dije algo que creo no había verbalizado hasta entonces (aunque lo pensé muchas veces, incluso antes del huracán). “Esto se jodió”, les dije. Es mi veredicto light. Veredicto de cerveza en la terraza post María. Es decir, sin lustre. Sí, yo pienso que el país se jodió pero tampoco es tan sencillo como eso. Y tampoco me refería a las casas sin techo, a la destrucción, a la falta ya no solo de energía sino de un sistema eléctrico más o menos digno y funcional. Me refería a otra cosa.
La azafata mejora en el trato pero es a fuerza de violencia. No nos preguntó si queríamos algo más de tomar (como hizo con el gringo de al lado) y entonces encendió mi fuego. Me dio la oportunidad de pedírselo yo a ella, clavándole los ojos como si tuvieran pólvora: “Otro vino por favor”. Como vi que se iría sin preguntarle al muchacho de al lado, añadí: “Y el joven quiere otra coca cola”. Últimamente siempre aprovecho cada pendejada que me pasa para hacer política. Soy insoportable, lo sé. Pero esta azafata va a pagar por lo que hizo.
Cuando dije “esto se jodió” me refería a mucho más que los efectos del huracán María que, por supuesto, nos jodieron. Me refería a la ya temible doctrina del shock, ahora en todo su apogeo, revelándosenos día a día: evento catastrófico, estupefacción general, ofensiva neoliberal. Ésa es más o menos la fórmula que se repite por todas partes donde ha habido situaciones extraordinarias como nuestros huracanes (Nueva Orleans, por ejemplo; Detroit con la crisis financiera; Haití). La nuestra fue una catástrofe sobre otra. Justo lo que necesita el poder capitalista para plantarse sin ambages. Según Naomi Klein, la autora de The Shock Doctrine y otros libros importantes sobre el capitalismo del siglo XXI, el shock lo incitan desde desastres naturales, invasiones o golpes de estado hasta asuntos menos letales como problemas de presupuestos o cambios en la bolsa de valores. Lo importante es observar el patrón: Evento catastrófico o extraordinario, estupefacción general, ofensiva neoliberal, despojo de bienes colectivos, desigualdades, miseria. A partir del shock llega el debilitamiento del estado, privatización salvaje, pérdida de derechos, empobrecimiento, desplazamientos. Ya con la crisis financiera teníamos que habernos aprendido el libreto. Ahora post huracán María la situación es doblemente extrema. Música para los oídos de los Whitefish, del clientelismo político, de la desregulación en la otorgación de contratos, de las escuelas charters o la educación con fines de lucro, la cooptación de las propiedades más valiosas del País, el desplazamiento de gente, de familias y comunidades.
Pero esto no se jodió por eso nada más. Me refiero también al hecho de que la disidencia se ha dedicado a observar esta caída colectiva con pavor y espanto pero sin respuestas robustas ni articuladas. Los movimientos de protesta en las escuelas para provocar su apertura fueron extraordinarios pero aparentemente efímeros. Ojalá hubiesen provocado una movilización más amplia pero eso aún no ha ocurrido y estamos a más de dos meses del desastre. Los más soñadores hacen un ‘post’ en Facebook con una convocatoria convencida para movilizarse y organizar por fin la resistencia. Pero ningún país se moviliza porque un soñador haga un post de Facebook. La movilización requiere no sólo de soñadores sino de un sector cívico y organizaciones con cierta solidez, recursos y capacidades. Esas movilizaciones bellas que se ven en París, en México, en Nueva York, hasta en Egipto, casi nunca se encienden porque una persona hizo un post de Facebook. Como tampoco son manifestaciones “espontáneas” en las que todo el mundo decidió individualmente salir al mismo sitio a la misma hora a pedir cuentas. No. Son comunidades organizadas, sectores, organizaciones con capacidad de dirigir y movilizar a unas partes de esa sociedad. Solo por eso digo que esto se jodió. No porque el eje del mal esté avanzando sino porque lo hace sin suficiente resistencia.
Fue triste decir “esto se jodió”, y por momentos pienso que no, que no se jodió na. Que, por el contrario, ahora sí hay condiciones para imponernos. Y salvarnos.
La tristeza es un asunto curioso. Una experiencia íntima que por tanto no necesariamente hay que manifestar. La gente sin embargo se ve obligada a expresar, a externalizar. Es como el duelo. No basta con tenerlo, con que te rompa los huesos. También hay que exhibirlo. Como una enfermedad de la que casi te enorgulleces. Nunca lo entendí. Me era pornográfico exponer el dolor más profundo, el más primitivo. Cargué mi duelo con el desconsuelo de siempre, con el de todos los que pasan por él. Pero con estoicismo. Y soledad. Pero un día llegué a dar un pésame. La viuda esperaba a sus invitados tendida en su cama, completamente descompuesta; profunda, evidentemente desgarrada, lo más rota posible. Entendí. El duelo no es sólo dolor personal. Exhibirlo, manifestarlo es parte del ritual. Es entonces un sufrimiento colectivo. No tiene nada de íntimo, nada de personal. Ni tiene que tenerlo. Era un mito. Manías. ¿Frigidez emocional?
Resulta que el muchacho, con quien no he intercambiado palabras más allá de la traducción que le ofrecí, es dominicano y parece que arregla techos. Bueno que me joda yo también por haber pensado que era bichote o algo porque viene sentado en primera clase (a mí me tocó aquí por chiripa). Nos está tirando todos los estereotipos al piso con esa conversa que tiene justo al aterrizar. Sí, arregla techos. Bueno, a menos que sean códigos, cosas así. Pero para mí que el muchacho arregla techos de verdad. Tiene un puente entre Atlanta y San Juan. Se pasa un mes allá, otro acá. Es brillante este muchacho.
A veces pienso que a esta masa moderna de indignados nos falta melodrama. En el fondo, asumimos una postura práctica que muy poca gente reconoce. Esa postura de lo natural. Resolver sin grandes dramatismos. Contrario a nuestra vida e historia. Nada de últimas palabras mordaces ni rompimientos tajantes. Nada de grandes gestos ni de demasiadas lágrimas; de acciones grandilocuentes. Como si no hubiesen momentos límite, ultimatums, gotas que colman las copas.
Pero la indignación está ahí, el deseo de matar está ahí, la frustración y la desconfianza están ahí. Habría que exhibirlas como aquella enfermedad de la muerte, como aquel desgarramiento, como lo peor que se nos conglomera dentro. Salir a la calle a manifestar esa ira, a tirarle el auto al primero que se acerque. A quemarlo; todo, en un acto de indignación, en una respuesta a la gran provocación de la vida. A dejar de pagarlo todo, de limpiarlo todo, de escribirlo todo, a declararte combatiente enemiga. A gritar un poco en el piquete, a subirte a un árbol, a amarrarte ahí y manifestar así tu cansancio, tu locura, manifestar así tu rebelión. Tu famosa, tu histórica, tu cíclica rebelión. Tiene su dosis de melodrama esta propuesta de futuro.