Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
Yo no soy yo
Juan Ramón Jiménez
En estas últimas semanas he comenzado a leer para el primer capítulo de mi tesis y aunque redactar –más aún escribir una disertación– parece una empresa lejana todavía he ido acumulando información que mi advisor considera esencial. He ido también recopilando otra, una sarta de minucias, distracciones y bochinches literarios que tal vez no me sirvan directamente pero que me entretienen y a la vez retrasan. Pero sarna con gusto…
Mi enfoque académico son los movimientos migratorios y de exilio transatlántico (especialmente, desde España al Caribe y a la costa este de Estados Unidos) durante las primeras décadas del siglo pasado. Parte de mi investigación se centra en el estudio de los archivos y del material documental que los escritores (emigrados o exiliados) dejaron. El primer caso que atiendo es el de Juan Ramón Jiménez, de su archivo original en Madrid (saqueado y medio destruido durante la guerra) hasta la sala que armó en la Biblioteca Lázaro de la UPR en 1955, con su esposa, Zenobia Camprubí Aymara. En estos días me encuentro en plena búsqueda de pistas que señalen cuándo Juan Ramón Jiménez comenzó a desarrollar una conciencia de archivo, para eso acudo a diarios suyos y de otras personas, como editores y amigos cercanos, que puedan proveer transcripciones o detalles de primera mano. Se me ha ido desvelando, por ejemplo, la relación que Jiménez trabó entre su archivo y su trabajo: su producción literaria es preservada en su archivo y a él vuelve para rehacer su obra. Es decir, Jiménez corrige su obra impresa una y otra vez, creando versiones de esta y para ello su archivo es imprescindible y hasta es una suerte de modus vivendi –como él mismo señala: “corregir es revivir” (119)–.
Mientras más leo más me doy cuenta de que registra como una aflicción el hecho de que para él su fuerza creativa superara su capacidad de revisar. Visto de otra manera, que su senectud o su muerte se interpusiera en su trabajo. Ya desde finales de los años 20, cuando es un escritor de mediana edad y ya reconocido en España –por títulos como Platero y yo o Diario de un poeta recién casado– verbaliza su obsesión con poder armar y rearmar su producción y a la vez curarla para la posteridad. El exilio y la guerra dispersaron muchos documentos, pero no impidieron que reorganizara (incluso recuperara parte de) su archivo que fue a concretarse en la sala Zenobia. Su archivo como lugar pensando es así mismo una obra muy bien corregida o editada. En su sala se conservan cartas, fotos, muebles –reproducciones de aquellos que tenía el matrimonio en Madrid-, objetos personales, libros y revistas. Todo el material documental que permite ver su trabajo (y borradores de proyectos), justificar sus enemistades, su influencia en escritores más jóvenes y su importancia en el canon literario.
El contenido del archivo es más amplio y tal vez interesante que estas líneas temáticas que trazo, pero me interesa, para las breves líneas que quedan de esta columna, notar que antes y después del exilio – etapa que comprendería los últimos 20 años de su vida- Jiménez privilegió que se conservara este tipo de material: su obra en marcha, su influencia, sus enemistades y su importancia literaria.
Ahora bien, más allá de Juan Ramón Jiménez o a causa de estas curiosidades (que me desvían de mi tesis), me doy una y otra vez con la realidad del archivo que se forja a diario sin mucho afán. Ya no tanto un espacio –como la sala Zenobia– pero una serie de presencias en el tiempo que son registradas en la misteriosa web. El internet es una suerte de caldero gigante de redes y de comunidades en el que dejamos huellas –a veces parecerían indelebles– año tras año. Basta con una búsqueda en Google para darse cuenta. Sin embargo, si tomamos el ejemplo de Jiménez, en tanto a las obsesiones, líneas temáticas y los rastros que dejamos, me pregunto cuántas tijeras o curaduría hacemos hoy día en nuestros propios perfiles, esos archivos personalizados. ¿Qué narrativas creamos? ¿Cuánto participamos en ellas? ¿Qué queremos preservar y por qué? ¿Ha cambiado nuestro trabajo de autoedición y corrección después de María? ¿Cuáles son nuestras líneas temáticas? Y,¿qué dirá la posteridad de nosotros por nuestros archivos?
Gullón, Ricardo. Conversaciones con Juan Ramon. Madrid: Taurus, 1958. Impreso.