Especial para En Rojo
- Presentación de la presentación
Hubiera querido estar allí. Ése era el plan. Después de una larga espera (¿dos años, Nora?) el libro, caja de poemas, haría su entrada triunfal por la misma puerta, en el mismo sitio, que aquel Viaje y viraje de 2006. Oficiaría, como en aquella ocasión, el estupendo amigo y editor, Eugenio Ballou, que con el mismo cuidado de la otra vez y la complicidad de nuestra amiga Emma Rivera Rábago, en la excelente diagramación de Sofía Sáez Matos, había convertido aquellos papeles en este hermoso libro, caja de poemas.
Ése era el plan, pero entonces se interpusieron los calendarios y debía estar en Mayagüez, cumpliendo un compromiso.
Nora me había pedido que improvisara, no quería una presentación de libros al uso, solemne y ceremoniosa, y en sustitución de lo que yo hubiera escrito (que no es esto) se le ocurrió la lectura de poemas que se celebró en Casa Aboy el jueves 17 de octubre. Manoseando el libro nos dimos cuenta de que por ningún lado – ni en la solapa ni la contraportada, ni en el blurb que yo misma escribí, ni entre sus páginas, nos presentaban a Nora, así que propuse preparar unas notas para acompañar la lectura, y esto fue lo que escribí.
- Esto no es una presentación
A manera de «presentación», en lugar de una nota sobre la autora, la solapa tiene tres breves poemas que, a mi juicio, funcionan realmente como prólogo: nos dicen (realmente nos sugieren) qué libro es éste, porqué se escribe y cómo hay que leerlo.
Son tres los textos: alerta roja – firmada por nora dávila, así, en minúsculas; advertencia amarilla – firmada por ida montes, también en minúsculas; y finalmente un cadáver exquisito firmado por ambas, ida y nora.
La alerta roja (¡deténgase!) nos habla del asombro de la labor completada y de la amplitud de su contenido: no sé cómo lo hicieron para caber aquí / contorsionistas del tiempo / perdido / robado / fuego cuadrado.
Hay mucho más de lo que parece en estas cajas.
La advertencia amarilla (¡precaución!) nos aconseja ser audaces, pero también perspicaces: use navajas / cuchillas o tijeras para abrir esta caja / yo tomé una llave.
Esa que firma, ida montes, la de la llave, es ella misma una clave en todo este asunto, y es la que firma con Nora el tercer poema. Se funden ambas (Nora e Ida) en la voz durmiente del impreso, la que sólo revive en la lectura, la que consolida la exquisitez de ese cadáver y se vuelve en más misterio: de noche todas las cajas son pardas, y en esa perplejidad nos deja para que entremos al libro.
Ésa es, pues, la autora de estos poemas. No sé si se dio cuenta, pero de esta forma asume ella la misma carnalidad que su Ida Montes, ese personaje especular que ya aparecía en Viaje y viraje (Fragmento imán, 2006) y la ha acompañado en esta vuelta.
- No hace falta decir quién es Nora
Todos los presentes sabrían quién era Nora. Por eso irían, la conocen, la quieren, la leemos. No hace falta decir que estudió en el recinto de Río Piedras de la UPR, que luego se fue a vivir a Boston, que estudió en UMass Amherst, que allí coincidió con nosotros (con Carlos Alberty y yo), y publicamos juntos el Aguinaldo de 1984 y el Álbum de 1996; que eran tiempos difíciles para la edición impresa, y también fueron difíciles para ella, pues se hizo madre muy joven, y pese a ello nunca dejó de escribir poesía; que sus poemas salieron publicados como parte de una nueva «sospecha» en la selección de poesía puertorriqueña que hizo Joserramón Melendes para Casa Las Américas en 1990; que ha publicado desde entonces en otras revistas, las últimas ocasiones en el Puerto Rico Review y el En Rojo de Claridad. Sabrán que regresó a Puerto Rico, pero se volvió pronto una vez más a Estados Unidos, donde trabajó como maestra por dieciocho años y siguió escribiendo, hasta que decidió establecerse acá para siempre, y siguió escribiendo.
* * *
Se supone que improvisara, que no escribiera una presentación, pero les dejé mis notas sobre la noche en la que Nora me presentó el libro, mis impresiones después de leerlo muchas veces, y el blurb que terminé escribiendo para la edición del libro, para lo que pudiera servir.
La noche en la que Nora me presentó el libro
Nora sacó las cajas y las miró una vez más. Volvió a mirarlas como si fueran viejas conocidas y recordó la mudanza más violenta de todas: la que no necesitaba cajas: la mudanza propia de la propia palabra y el propio cuerpo, la que no cesa. No hay pirueta metafórica que la represente a cabalidad, por eso lo han intentado tantos. Tampoco cesa esa insistencia de la poesía.
Y Nora trata.
Las cajas de la madre, del padre, de la muerte de la sobrina que había regresado en una caja, todas vibraban en su cabeza, así que volvió a encerrar ese dolor en otra caja, en los poemas que le iban saliendo uno a uno como si fuera de una caja nueva.
Una isla, un libro, un cuerpo, un límite, y el contenido
encerrado
guardado
protegido
custodiado
delimitado.
Y entonces vino a este apartamento que también era una cajita nueva, pero cerca de mí que también vivía en una caja, una caja de aire con ventanas abiertas al mar por un lado y a la montaña por otro, y le pedí que viniera ese día a mi caja a visitarme, y me trajo sus poemas, y uno por uno los fue leyendo, fue sacando de cada cuadrado de papel un dolor nuevo, una emoción, una memoria, una ironía del mundo; fue sacando aquellos papeles como criaturas fantásticas, simples tiernos alebrijes que se posaban en mi sala, dentro de mi caja, y hasta llegó a asustar a mi gata que nos hacía la corte tratando de llegar a las aceitunas, pasando entre nosotras, celebrando que todo estaba fuera de sitio como cuando se acomoda una mudanza.
Y escribí esto aquella madrugada.
Lo puse en esta otra cajita que llevo ahora conmigo a todas partes.
Lo escribí para que no se me olvidara y ahora voy a guardarlo aquí encima de la mesa de noche, y me tiro en mi cama angulosa y pienso: Nora esto también es una caja, mira.
- Después de leer
He leído el libro de Nora por enésima vez. Mi amiga Nora, compañera de poemas y de vida, buen corazón, amiga muchas veces, poeta. Sus cajas, digo, sus poemas, han estado en cajas con otras cosas, como está la poesía generalmente, o como sé que ha estado la poesía, ahora puedo decirlo, en la vida de Nora, siempre. Hay cierta tristeza en su libro, que es la misma que la mía, que es la de la pérdida, emoción contradictoria porque es confirmación de una felicidad anterior: quien no arriesga no gana, nosotras, las felices, siempre tenemos algo que perder. En esta isla, en este momento en el que hemos perdido y perdemos tanto, y todo lo debemos, el libro, este libro, salda una deuda personal, para seguir con el juego de palabras, que hemos tenido con nosotras mismas: la de la palabra exacta (o intelijencia, danos su nombre exacto a nosotras también). Esa tristeza tiene además una veta de alegría (ya dije que era paradójica) porque nos confirma que la belleza no sólo es consuelo travieso, es también promesa (de la buena, la verdadera, la esperanzadora) de redención, de más allá, de más belleza: descubrimiento, sorpresa, maravilla. No es una caja, acaso es una jaula abierta de la que escapan los pájaros, como poemas, para decirlo casi en sus mismas palabras.
Tres poemas de ese libro
a Cliff Sanders
1945-2016
gone fishing
te gustaban las plantas pasear por los pulgueros me gustaba verte observar cada cosa darles la vuelta en tu mano como a los discos de vinil que guardabas en cajas donde dejabas tu alma
recordar es mirar sin mirar el lago sacar de tu caja de pescar carnada plomo señuelo anzuelo mientras yo leía sumergida distanciada eras un pirata jubilado disfrutando el aire libre
traje del pulguero una caja donde guardaban sus letras las imprentas deletreamos nuestros nombres me regalaste una suculenta en un pomo de cristal y un pequeño cofre de tesoros hecho en madera
lo colmé de recuerdos: tarjetas taquillas errores pormenores que compartimos no sabías que yo mantenía ese botín escondido entre mis libros
escogí de esa caja los detalles te dejé lo pesado
* * *
conversamos como nunca admitimos que en un momento nos perdimos que el mapa del tesoro se encontraba en ese pequeño cofre
donde
al morir
pusieron tus cenizas y te echaron al lago
espacio después sin querer
cuando
al vivir de vuelta en casa
buscando entre mis poco atentas cosas
recuperé una astilla de ese cofre
que guardo junto a tu caña de pescar
en la ventana
por si muerdes
* * *
con mis propias manos
desataría
uno por uno los papeles
los rastros de papeles
los quemaría
los guardaría en una caja fuerte
los lanzaría al mar
al río
al lago
donde sé que tú estás
entre peces amados
ángeles escamosos
parecen letras
muecas mudas
besos burbujas
plumas señuelos
papelillos carnadas
carnosas recriminaciones
no pongas palabras en mi boca
bien mordería ese anzuelo
me atragantaría
caja de poemas
nora dávila
Folium, 2024