Especial para En Rojo
Como una ola, la tela caía al suelo mientras mi madre, sentada en su silla de hierro con su máquina, también de hierro, cosía. La Sínger era mi hábitat íntimo. A sus pies vivía inmersa en un mundo donde sólo parecían existir telas, hilos y agujas al vaivén del pie de mami sobre el pedal. Vengo de una tradición de mujeres costureras en el espacio doméstico. Me inicié en este noble oficio cosiendo los retazos que mi madre desechaba.
Durante mi infancia a la orilla del río Naranjito aprendí a moldear el barro, amasando tortitas de tierra, y mis primeros encuentros con el hierro fueron los clavos mohosos enterrados en mis pies. Pienso que de ahí viene mucho de lo que hago.
Más de una década después llegué a la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras.
En el Departamento de Bellas Artes, en una clase de pintura con el Profesor Lope Max Díaz, escuché hablar sobre la mezcolanza del Constructivismo por primera vez. Descubrí la belleza de obrar con objetos desechados y con los de las ferreterías.
Trabajo con lo que heredo del espacio geográfico que habito. Colecciono objetos encontrados, erosionados y desgastados por el tiempo y el azar. Observo estos materiales, sus posibilidades individuales y de asociación, su potencial de convertirse en otra cosa. Su origen y uso, las más de las veces, es insospechado, y aunque parezca que no tienen nada que ver el uno con el otro, llegan siempre a mis manos en el momento oportuno.
Una lata mohosa deja una marca en la superficie sobre la que reposa. Esta impresión, su textura, color y diseño, es una mancha que embelesa. El óxido esculpe lo que corroe, troca el hierro, y en su ruina posee una belleza como de otro mundo. Sobre la tela se imprimen patrones que se transforman sin mi intervención, a su propio antojo. Otras veces me entremeto, los manipulo y los dirijo. Enrollo las telas con hierro oxidado y en su herrumbre surgen formas que parecen enhebradas por la naturaleza y sus elementos. Presto atención a los bordes cortantes del hierro. Hay formas que se repiten y aspectos complejos que concurren. Quedo amarrada a la experiencia y a lo que queda buscando el final. El resultado es mi colaboración con los objetos y materiales que destruyo, traspaso y altero, y aunque parezca contradictorio, acato sus identidades.
Celebro el óxido y la tela, el barro y la madera, su fuerza y claro mensaje: la belleza es inherente a mucho de lo que desechamos con su carga de desolación. Admiro su longevidad y su afinidad estética. Convido sus infinitas posibilidades. Vale la pena juntarlos y romperlos y volverlos a juntar, coserlos y descoserlos para ver qué acontece al vaivén de su transformación y permanencia.
Esa ola fundamental todavía me abraza.
El trabajo textil de la artista Edna Román será parte de la exposición «Rastros», abierta al público desde el próximo 16 de julio hasta febrero del 2025 en el Museo y Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad Ana G. Méndez.