Trump es una fiera herida

La evidente derrota que ha sufrido Donald Trump al verse obligado a concluir el cierre gubernamental federal, sin obtener nada cambio, tendrá consecuencias más allá del tema. El fracaso ha aumentado su marginación política y cuando hay tiburones nadando alrededor de un afectado la debilidad puede resultar fatal. Pero también estamos ante la posible típica reacción de la fiera herida que, al sentirse acorralada, ataca a todo lo que encuentre por delante. Uno de esos dos escenarios estaremos viendo en las próximas semanas.

Movido por su acostumbrada petulancia, Trump pensó que podría imponerse sin mucho problema sobre el liderato demócrata que recién llega al poder en la Cámara de Representantes y que emergería más fuerte de la confrontación. Seguro de esa estrategia no presionó por un acuerdo mientras todavía su Partido Republicano controlaba el Congreso, prefiriendo jugárselas con los Demócratas. Empezando el mes de enero acudió a la táctica acostumbrada de “hombre fuerte”, desafiando al liderato cameral y hasta humillando a la presidenta Nancy Pelosi, a quien literalmente bajó de un avión militar. Su mensaje era que le importaba muy poco que el cierre gubernamental se mantuviera al infinito si los demás no aceptaban sus términos. Después de todo, sus seguidores creen que la estructura gubernamental es de por sí un problema por lo que mantenerla cerrada sería más bien un alivio.

Pero el liderato Demócrata, tradicionalmente algo pusilánime, está ahora impulsado y hasta cierto punto vigilado por el sector más radical del partido, que ganó fuerzas en la última elección. Sabiéndose observado, optó por enfrentar el chantaje presidencial, negándose a ceder en el tema de la muralla en la frontera sur de Estados Unidos. Ese liderato sabe, además, que sus bases jamás le perdonarían el monumental despilfarro de fondos públicos en un tema que fue, precisamente, uno de los que más estimuló las movilizaciones durante la reciente campaña electoral. Si hay un asunto sobre el que no puede haber una negociación fluida entre los Demócratas y Trump, es en cuanto al enorme gasto que representa la caprichosa muralla. Por eso estaban obligados a mantener una oposición firme.

Mientras la confrontación se mantenía los efectos del cierre empezaron a sentirse a lo largo del territorio estadounidense y en sus relaciones con otros países. Ochocientas mil personas dejaron de recibir sus salarios y, al cabo de un mes, el efecto en la calidad de vida y la economía de sus hogares empezó a ser significativo. A los empleados públicos se sumaban las personas que trabajan para contratistas del gobierno que, en su mayoría, también se vieron obligados a detener labores. El efecto en la economía, privada de esos ingresos y torpedeada por la lentitud en la operación de agencias públicas, ya se manifestaba. A esos efectos se añadía la preocupación por la seguridad pública, tema importante para un país que se siente rodeado de enemigos y que ahora mismo conduce guerras en tres distantes lugares del planeta. Al final también se disparó la preocupación por la trasportación aérea, crucial para la economía y la vida social.

Ante ese cuadro el belicoso Trump tuvo que apurar el trago amargo y ceder diciendo que daba un paso atrás de forma temporera nada más y que en tres semanas vuelve a la carga si los Demócratas no lo complacen. Muchos consideran que resulta difícil que ese escenario suceda porque de lo que se habla ahora es de la debilidad presidencial y hasta los tiburones de su propio partido se sienten estimulados a lanzarse al ruedo. Antes del cierre se daba por seguro que Trump no tendría enfrentarse a una desgastadora primaria Republicana antes de las elecciones de 2020, pero ahora ya se mencionan, al menos, dos candidatos importantes dispuestos a enfrentarlo. Entre ellos se señala al gobernador de Maryland, Larry Hogan.

Pero el efecto mayor que este desenlace negativo puede tener para Trump sería con la investigación criminal que viene acechándolo desde que logró la elección como presidente minoritario, gracias al el mecanismo del Colegio Electoral. Antes de las elecciones de medio término, y antes de que comenzara el forzado cierre de las agencias de su gobierno, Trump se sentía tan fuerte que parecía dispuesto a torpedear la investigación que realiza Robert Muller. Entre otras cosas se comentaba que tan pronto el nuevo Secretario de Justicia fuera confirmado por el Senado éste actuaría contra Muller, forzando el fin de la investigación que poco a poco le va tendiendo un cerco al actual habitante de la Casa Blanca.

Ahora, ante el nuevo escenario es muy poco probable que eso ocurra porque a un presidente débil le resulta difícil tomar decisiones tan arriesgadas. Esa carta se la jugó Richard Nixon hace más de 40 años cuando se dispuso a detener a los fiscales independientes que ya le respiraban en la nuca y terminó viéndose obligado a renunciar poco tiempo después. Antes del cierre Trump parecía estar dispuesto a jugarse la misma carta porque se sentía invencible. Ahora mismo el vencido es él y con 34% de respaldo entre la población estadounidense es muy difícil sacar pecho.

Simultáneo con la virazón a la que se vio obligado Trump se anunció el arresto de Roger Stone, un personaje muy parecido al monje Rasputín, que desde hace años opera a media luz en todas las movidas turbias de su amigo y jefe. La investigación de Muller alcanzó a este otro paje de la corte del emperador subiendo un escalón adicional en su marcha hacia el trono. Queda por saber si, ante el nuevo cuadro, Trump se atreve a provocar otra “noche de los cuchillos largos” liquidando a Muller.

El análisis anterior está montado en el supuesto de que a Trump le queda un mínimo de racionalidad y que es capaz de ver la debilidad de su entorno. Sé muy bien que en su caso esa conclusión es arriesgada y que en los próximos meses podríamos ver cómo la institucionalidad de Estados Unidos vuela en pedazos con los últimos desafueros de un presidente herido.

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