Un proxeneta activo en tiempos de crisis

 

 

CLARIDAD

Como la mayoría de los y las boricuas, no sabía quien era el tal “Sixto George” y ahora resulta que, también igual que otras personas, todos los años aportaba dinero para que este personaje recibiera $23 mil mensuales de uno de sus contratos con el gobierno, el del Departamento de Hacienda. Sí, el mismo Departamento que se pasa metiendo la mano en nuestros bolsillos para supuestamente financiar la “obra pública”, le pagaba la mencionada suma para que promoviera al secretario Raúl Maldonado, como si se tratara de una marca comercial.

Ese no era el único contrato gubernamental que tenía el personaje. Escondido en otro nombre corporativo disfrutaba de un segundo acuerdo con la Oficina de Presupuesto, que en aquellos tiempos también dirigió Maldonado. De ese segundo contrato aún no sabemos cuánto dinero se desviaba hacia el individuo. Sí sabemos que, además de los contratos pagados de la nómina pública, recibía dinero del comité de campaña del entonces gobernador Ricardo Rosselló que llegó a darle $100 mil, también paraque ayudara a mejorar su imagen.

Debido a esas funciones de supuesto promotor de imagen, el tal Sixto George tenía acceso directo al círculo que controlaba el gobierno puertorriqueño y bastaba una llamada para que alguno de los principales asesores del gobernador fuera a reunirse con él. Las dos instituciones más importantes del aparato administrativo, la Oficina del Gobernador y el Departamento de Hacienda, mantenían relaciones y comunicación regular con este individuo.

¿Quién de verdad era el tal Sixto George? Según la evidencia presentada durante un juicio público en el Tribunal Federal estamos ante un manipulador burdamente torpe que cualquiera con inteligencia normal podía identificar. Es, además, una persona vulgar, de esos que en nuestro país alguna gente llama “cafre”, que exhibe su vulgaridad sin tapujo alguno. ¿Cómo alguien así puede venderse como protector de imágenes de figuras públicas? La clave está en el “acceso”. El personaje tenía comunicación directa y alegaba controlar otros parecidos a él que han logrado establecerse en programas de radio y televisión que, también gracias a la vulgaridad y el chisme, logran una buena audiencia. Es decir, el tal Sixto era un auténtico proxeneta que vivía de un nuevo tipo de prostitución, la que ejercen quienes explotan la chismografía. Una vez establecen su audiencia, estos individuos se venden, unos a cambio de $6 mil y otros a $50 mil, según la prueba presentada. Como buen gigoló, Sixto los mercadeaba, pero los del burdel son los otros.

No es raro que estos personajes aparezcan en tiempos como el que vivimos cuando la descomposición del aparato gubernamental se torna evidente. No es el primero ni será el último.

Cuando los cuerpos empiezan a descomponerse aparecen sabandijas y gusanos que aceleran la degradación. Lo mismo sucede con las instituciones sociales y políticas. Una vez comienzan a declinar generan situaciones y atraen personajes que ejemplifican y simultáneamente estimulan la decadencia. En momentos de esplendor o de mera normalidad esas sabandijas serían rechazadas por mecanismos institucionales de defensa, pero en la decadencia, avanzan y hasta se vuelven esenciales.

Los países, y hasta los imperios, aunque son instituciones más complejas, participan del mismo proceso. Su decadencia produce personajes extravagantes y absurdos como aquel dictador ya reducido a escombros que describe García Márquez en El Otoño del Patriarca; o como el monje Rasputín, quien llegara a acumular enorme poder en los últimos tiempos del decadente imperio zarista. Tanto poder acumuló, que miembros de la aristocracia lo asesinaron en un intento de sobrevivencia cuando ya la ira popular se volvía revolucionaria.

En el caso puertorriqueño la decadencia del gobierno colonial viene manifestándose desde hace mucho más de una década, pero es evidente que esa tendencia se ha acelerado en los últimos cinco años. Y cuando hablamos de decadencia no sólo nos referimos al número creciente de funcionarios incompetentes y/o corruptos, sino a la inoperancia de la estructura pública y la realidad de que esta ha sido invadida por un escuadrón de individuos que, aparte de busconear, nada aportan. Quienes en medio de ese pantano se esfuerzan por ser honestos terminan marginados y anulados.

En los últimos cuatro años hemos vito dos piezas de evidencia que comprueban ese proceso de descomposición incontenida. Uno apareció en 2019 y otro al año siguiente, en 2020.  El primero es el ya famoso “chat de telegram” entre los individuos que conformaron la cúpula del gobierno colonial entre 2017 y 2019, año en que desaparecieron de sus funciones como resultado del mismo chat. De aquel documento se recuerdan los epítetos más altisonantes y gráficos, pero como pieza de evidencia explica muy bien la decadencia de que estamos hablando. Aquel grupo de ejecutivos, algunos con título de “honorables”, eran tan vulgares y pequeños como Sixto George y, sin embargo, controlaban y mandaban sobre todo un gobierno.

La segunda pieza de evidencia vino después, una vez aquel grupo se vio obligado a renunciar. Entonces apareció Wanda Vázquez quien, además de ser un derroche de incompetencia, terminó “vendiéndole” una agencia pública a un mafioso. Desde entonces nada indica una mejoría, más bien lo contrario.

Finalmente, debemos agradecerle a tal Sixto George que optara por defenderse en un juicio público, rechazando llegar a un acuerdo de culpabilidad como sucede con la gran mayoría de los acusados por corrupción. Cuando esto último sucede la evidencia queda oculta en el expediente fiscal, pero en el proceso judicial tiene que divulgarse y entonces podemos conocer, sin asombrarnos, el alto nivel de podredumbre que arropa los gobiernos del bipartidismo.

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