Altamira desde el cielo

Por Elena Pagán Montano

La nave se estrelló en uno de los planetas aún no estudiados. No tenía ninguna preparación ni apuntes de su funcionamiento. El choque no solo dejó el transporte sin posibilidad de reparación, sino que en el proceso había colapsado el suelo y me había dejado en una formación subterránea, probablemente una caverna.

En la oscuridad era casi imposible buscar una salida. Tropecé tantas veces que terminé con las rodillas púrpura. Caminé hasta que vi las estrellas y un poco después divisé las luces de un poblado. Aprovechando la claridad amarillenta de las luces, leí el nombre: Altamira. Observé las vitrinas que adornaban el camino.

El lugar del que vengo es muy parecido a este. Por supuesto, algunas cosas son diferentes y no siempre las entiendo. Un letrero frente a una biblioteca decía “Conferencia llega hoy. Abre a las 8 am.” . Mientras miraba el afiche caí en cuenta de que ya los habitantes se estarían levantando porque su estrella más cercana, el Sol, estaba apareciendo en el horizonte. Me dispuse a esperar a que abriera la biblioteca. Así tal vez pueda tener un conocimiento más claro de dónde me encuentro.

Entre los compendios de este sector conocido como Altamira, se destacó la expresión artística de las pinturas rupestres. Se hacían en las cuevas en colores grises y rojos, generalmente en carbón vegetal, cinabrio y magnetita. Una de las más conocidas era el bisonte agazapado en las cuevas, no demasiado lejos de la biblioteca, relativamente hablando. Justo donde ocurrió el accidente.

¿He arruinado un patrimonio humano? Posiblemente. ¿Hay algo que pueda hacer? Aparte de aprender a sentirme muy muy culpable, absolutamente nada. Aprender.

*Pagán Montano es estudiante de Historia del arte en la UPRRP. 

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