Aquel 23 de febrero, por la tarde

 

En Rojo

Quien se haya interesado en la historia de Puerto Rico sabrá que el 23 de febrero de 1933 el jefe de la policía de Puerto Rico, Elisha Francis Riggs fue ejecutado por un comando Nacionalista. Lo que poca gente sabe es que esa tarde hubo otro enfrentamiento entre simpatizantes del Partido Nacionalista y la policía.

Sabemos que el coronel Riggs, de una familia de banqueros y financistas, había servido a su país en el escenario de guerra en Rusia. Cuando Kerenski salió con el rabo entre las patas, Riggs y sus muchachos de inteligencia -otros llaman a eso espionaje-le habían abierto el camino desde la embajada norteamericana en Perogrado. Al final de la Pimera Guerra Mundial estaba en la Comisión del Armisticio en Austria. Se dice que su experiencia en inteligencia militar -recuerden que algunos llaman a eso espionaje- tuvo algo que ver con la muerte de Augusto César Sandino.

Aparte de los acólitos de la iglesia del poder, Riggs no era visto con buenos ojos. Había reprimido a los trabajadores de la caña desde que se organizaron para exigir sus derechos. Pero la gota que colmó la copa fue la Masacre de Río Piedras -unos meses antes de su muerte- que fue en la práctica una declaración de guerra contra el Partido Nacionalista.

Entonces, aquella mañana del Domingo de Ramos, recién llegado de Santo Domingo, recién salido de misa, de camino al Escambrón Beach Club -esa es otra historia- Elías Beauchamp completó lo que no pudo ejecutar Hiram Rosado cuando su arma mascó la bala. Llevados al cuartel de la calle San Francisco los nacionalistas fueron masacrados. Rosado fue llevado a un hospital -sorprendidos los policías de que estuviera vivo- donde preguntó cuantos balazos lo habían herido y le pidió a una enfermera que lo dejaran morir de una vez. Ya era pasado el mediodía.

En Utuado, ese mismo día, a eso de las tres de la tarde murió Angel Mario Martínez a manos de la policía. Resultaron heridos Pedro Crespo -amigo hermano de Ángel- y el jefe de la policía, Francisco Vélez Ortiz. Si usted busca la prensa del momento -a excepción de El Imparcial– o los informes de la policía y el Libro de Novedades del cuerpo castrense -porque era el ejército de Riggs- los responsables del hecho fueron aquellos jóvenes.

Resulta que, según refiere el historiador Fernando Picó -cuya fuente es uno de esos libros de novedades- el jefe de la policía en Utuado, Francisco Vélez Ortiz y el guardia Antonio Marrero, al pasar frente al cafetín Osiris frente a la plaza de Utuado, vieron a varios nacionalistas reunidos allí. Desde la calle parecieron notar que Crespo estaba armado y procedieron a intentar ocuparle el arma. En esta versión de las autoridades, cuando se intentó detener a Crespo este disparó contra el jefe Vélez Ortiz y contra el Guardia Marrero “sin lograr herir al Jefe, causándole una herida en el dedo anular de la mano derecha”. Es decir, no logró herirlo pero le causó una herida. Ante este fantástico hecho el Jefe Ortiz “teniendo que hacer uso de su pistola” golpeó con la culata del arma a Crespo. A todo esto, Angel Mario Martínez disparó a Vélez por el lado derecho de la cara saliendo el proyectil por el lado izquierdo. Entonces el Jefe y el guardia Marrero -placa #283- repelieron el ataque. Angel Mario murió a causa de las heridas. Todos los balazos por la espalda. Crespo sufrió una herida en el brazo derecho. Por supuesto, Picó, que es uno de nuestros historiadores más importantes y cuyo trabajo es paradigma de minuciosidad, no intenta en este libro aclarar esos sucesos en específico, sino presentar los bajos fondos de la sociedad utuadeña en las primeras décadas del siglo pasado. De ahí que los Libros de Novedades se convierten en un relato formidable de la economía subterránea, el alcoholismo, las luchas obreras y políticas en esos años.

Más allá de los documentos que la propia policía redactó, otros datos y testimonios muestran un ángulo diferente. El propio alcalde de Utuado, Santiago González, responsabilizó a los policías a quienes acusó de hostigar y registrar ilegalmente a ciudadanos. Marisa Rosado y Aponte Vázquez complementan la narración de los eventos con un contexto muy particular. En un reciente recorrido histórico por lugar, el amigo Iván Collazo señala varios testimonios de personas que estuvieron allí el día de los hechos. Según Collazo, la refriega ocurrió fuera del Osiris. Pasaban los nacionalistas en el auto de Crespo. No fue un buen día para recoger pasajeros en Arecibo. A eso se dedicaba. Lo acompañaba su amigo Ángel. La policía, exacerbada por la muerte de Riggs, los detuvo. Eran miembros del Partido Nacionalista. Eso bastaba según aquellas mentes. El jefe golpeó con la culata del revólver a Crespo. Este cayó al suelo. El jefe sacó su arma de reglamento. Ángel se lanzó al suelo. Allí recibió los tiros en la espalda y fue herido en el brazo Crespo. Resumo el testimonio de testigos oculares. Añado que fueron llevados al cuartel, no a un hospital. Similar a lo que ocurrió en San Juan unas horas antes. Una vecina del cuartel, al ver como entraban los esbirros con el cadáver y el herido al edificio, insistió en brindar ayuda a éstos. Enfermera, dijo. Insistió. Sin duda le salvó la vida a Crespo. Parecería que la intención era rematarlo allí, sin testigos.

Ese remate no es algo que carezca de fundamento. Lo hicieron en el cuartel de la calle San Francisco esa mañana. Lo vio el ominoso periodista Ramírez Brau. En Utuado querían repetir ese libreto. Había animosidad. Pero venía desde hacía meses. Años. No solamente los nacionalistas se la tenían jurada a Riggs. También Utuado era lugar de confrontación entre la agrupación política y la policía. El propio Jefe Vélez Ortiz había participado en varias refriegas que culminaron a tiros. Así, El Imparcial, informó el 27 de enero de 1936, que el joven nacionalista, Luis Baldoni, intercambió tiros con la policía y fue herido no sin antes herir al jefe de la policía y a otros guardias. Según la nota del periódico, Baldoni actuaba en “defensa de la bandera” luego de que se llevaran a cabo dos actividades simultáneas del Partido Socialista (anexionista) y el Partido Liberal. Se reseña que los “liberales” permitieron que la enseña nacional tocara el suelo y Baldoni los recriminó. Se inició una pelea a los puños y la policía llegó desde el primer jab. Baldoni, sosteniendo la bandera con una mano, disparó a los guardias y al Jefe con la otra. Picó refiere el incidente del 27 de enero pero los protagonistas son Pedro Méndez y Luis Cruz Pérez, quienes tratan de arrebatarle una bandera a un liberal. Resultan heridos en la balacera dos nacionalistas, el jefe de la policía, un guardia y un testigo. No se menciona a Baldoni en esa reseña. Pudo ser uno de los heridos. ¿El testigo?

Si, como decía, los lectores de esta nota están interesados en la historia insular, probablemente recuerden ese nombre: Luis Baldoni. Sí. Ese es el mismo técnico de laboratorio que encuentra una carta firmada por el médico Cornelius P. Rhoads olvidada al lado de un microscopio. En ella el científico patrocinado por la Fundación Rockefeller se acredita el haber contaminado pruebas que le hace a sujetos puertorriqueños con el propósito de inocularles células cancerosas. Pero esa es otra historia. Lo traigo a colación porque se trata de situaciones que se relacionan al estado de ánimo de los nacionalistas un lustro después.

Ese cafetín. ¿No les llama la atención el nombre? Osiris. El dios de las regiones fértiles del Nilo. Divinidad de los muertos y la resurrección. Me tomé la molestia de imaginarlo y -para complementar- buscar alguna descripción. La encontré en la pluma del periodista Francisco Ramos. “Crónica de la Montaña”. Puerto Rico Ilustrado. 19 de mayo de 1928. Cito:

Yo, en tanto me quedo en un café, cuyo nombre es un símbolo mitológico: Es el Osiris, el mejor de nuestros colmados, propio para una ciudad de más auge. Hay aquí algunos tipos que ofrecen interesantes apuntes psicológicos. En una y otra mesa husmean perezosamente varios jóvenes enjergados. Conversan. Es otra lluvia espantosa la que vierten labios afuera estos chicos. Cursilerías, nimiedades, rechiflas que solo el chaparrón que se desploma nos hace tolerar. Alguno que otro injerta sus chascarrillos mas o menos graciosos a la conversación, y surge, lógicamente, una risa espontánea que tamborilea al compás de la música rítmica de la lluvia cuyo diapasón aumenta cada instante.

Más allá, es un viejo de cabeza blanca y de sendas barbas. Fuma un habanero de elaboración criolla y mira hacia afuera abstraído en la lluvia incesante que cae y salpica el acento de la acera. No es un viejo torpe. Le he conocido anteriormente y sé que a falta de erudición magulla ciertas originalidades que coinciden con algunos viejos catecismos de filosofía. Pero hoy está mudo, fumando opíparamente. Yo lo miro. Intento turbar su reposo; mas me contengo ante el magnífico ambiente que me ofrecen unos limpiabotas que hablan desde la acera, frente a nosotros. Esta charla ingenua de los que viven sin aliciente alguno en la vida me interesa. Oyéndolos uno no sabe qué apreciar más, si la factura barata de sus frases reunidas con la más elemental cultura, o si el dolor de pensarnos hasta cierto punto responsables del estado ignominioso en que medran estos adolescentes que no conocen más altar que el mísero cajón con el cual centavas, ni más placer en la vida que hundirse en los abismos de los vicios que afeitan el poco pudor que su condición de humanos les hace retener.

Francisco Ramos. Crónica de la Montaña, Puerto Rico Ilustrado, 19 de mayo de 1928.

Ocho años después, aquel 23 de febrero de 1936 el “mejor de los colmados” se convierte en parte del escenario de una tragedia. ¿Estarían allí, enjergados todavía, aquellos jóvenes ahora adultos maduros, haciendo chistes? ¿Sería testigo aquel viejo filósofo de cafetín? ¿Los zapateros?

El guardia Marrero, a quien los testigos señalaban como el que disparó con saña sobre la espalda de Angel Mario fue trasladado días después del crimen a Aguadilla. En marzo regresó al pueblo a testificar en un caso no relacionado. Pensaban que el asunto estaba olvidado y que el terror había triunfado. Marrero se disponía a entrar a un negocio, Utuado Music Shop. Las balas de un pistolero solitario se lo impidieron. Pero esa es otra historia.

Que nadie olvide.

 

 

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