Blind date con un libro

 

La enigmática invitación de la Biblioteca José M. Lázaro estaba en la pantalla de mi teléfono. Era un blind date con un libro. Al parecer una lectura inesperada o un libro que pasé por alto. No creo que fuera El diario de un snob de Francisco Umbral, ni Yo, el Supremo de Roa Bastos, del que vi tantos ejemplares en el anaquel y que, sin embargo, no se me ocurrió leer cuando andaba por aquellos lugares con María.

De pronto, en 1989, embalaron un enorme cargamento de ejemplares de La Guerra del Fin del Mundo de Vargas Llosa y que pude ver enladrillando la antesala de Bell, Book and Candle. Leí la novela, que es la historia de un illuminatti brasileño, y si mal no me acuerdo Roberto Net me mostró un bien riguroso tratado histórico sobre el tema de los flagelantes o visionarios. ¿Cómo es que un tema que apasiona a los raperos no causó el menor interés cuando lo auscultaba la pluma del peruano? La vida no me dará para entender los reparos que tenían con Vargas Llosa, al que incluso conocí en persona, el único del Boom que nos vino a visitar.

La coqueta invitación en el celular me dio qué pensar. ¿Existía todavía la base de datos de los estudiantes repudiados por la escuela de pedagogía? ¿Se fundó en realidad el banco de verdad? Roberto Net, que regentaba con más que circunspecta modestia la Biblioteca Municipal de Puerto Nuevo, acababa de ser invitado a recitar por gente que me parecía del Internet Archive. Lo que está sobre el tapete es la nube de los autores y la controversia en torno a los derechos de autor. ¿Es una tranquilla para la libre difusión de ideas seguir con la noción de originalidad que heredamos del Romanticismo? Para Descartes, como para Borges, buen sentido y razonada imaginación tenemos todos los seres humanos. La nube data del año 2009, es algo así como sacar al aire la retaguardia de la obra de cada quien, no sé si peor o mejor que abolir los derechos de autor.

Sin embargo, el libro que no vi me lo iban a recomendar o quizá a prestar este verano que no sé si María volverá a conmemorar con otra semana en las cabañas de Hau. ¿Quién podrá ser la persona del libresco blind date? Sé que la única bibliotecaria adscrita al Internet Archive sale a buscar libros decomisados en los pulgueros de Amsterdam, sólo que ya no se pide dinero por ellos. El poema más importante de Browning se lo inspiró al poeta un libro decomisado en la Roma de Garibaldi, sobre el sonado caso de Franceschini. Aravind llevó a escena en El Paseo de Diego una obra sobre alguien que decomisa libros.

Se advierte cierta escéptica reserva en el mundo de las bibliotecas, en relación a la idea de dar a conocer la copiosa retaguardia de cada artista. Para algo sirven en todas partes los editores y los críticos literarios, lo mismo que los traductores. Confiar en la selección que hace un editor es conocerlo en persona y me parece que la nube tiene el defecto de causar el desconocimiento de las personas que tratamos inmediatamente y al lado de nosotros. Comoquiera que sea, pasé por la Farmacia Walgreens a ver qué novedades me son cercanas. Una de Vargas Llosa sobre Sendero Luminoso, titulada Lituma de los Andes, y un tratado sobre el Méjico de hoy de Carlos Fuentes, titulado Tiempo Mexicano. Creo haber visto allí mismo las Memorias de Cabrera Infante. Arturo Pérez Reverte ha dejado un poco las Aventuras del Capitán Ala Triste para practicar algo parecido al soft science fiction, en un libro titulado La carta esférica. Por la línea de la soft science fiction va The desert of stolen dreams de Robert Silverberg, publicado en Science Fiction and Fantasy en 1981. Es un número de esa publicación que me obsequió Roberto Net. No he olvidado el relato gracias al profesor Kerkoff, que nos enseñó el mito de Acteón, The black hunter, del que este relato es una versión nueva. Recuperado de un pulguero, que me regalaron a cambio de mi bitácora del fin de año, es una versión parecida del libro de Pérez Reverte, El catalejo lacado de Phillip Pulman. Por último, del mismo pulguero es la historia de la malograda adopción de un niño mejicano, Detour de James Siegel, que me cautivó nada más leí las primeras páginas.

 

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