Será Otra Cosa: Deuda, colonialismo y castigo

 

Para mi entrega de #SeráOtraCosa en el periódico Claridad esta semana, he decidido traducir (con el debido permiso) un segmento de una conversación importante que sostuvieron recientemente dos expertas sobre la economía política de la deuda: Hannah Appel y Frances Negrón-Muntaner. Esta traducción es un fragmento relativamente breve, e incluye algunas ideas, conceptos y ejemplos que me parecen particularmente útiles para pensar el caso de Puerto Rico y la conexión entre deuda, capitalismo y colonialismo. La transcripción original en inglés, así como el audio de la conversación completa, están disponibles en la revista Social Text, y pueden encontrar el enlace al pie de la columna.  — @RimaBrusi 

Pregunta: Para comenzar, hablemos de la forma en que la deuda impagable funciona como un instrumento para perpetuar la opresión, la explotación y la extracción en este momento nuestro. ¿Pueden ilustrar esto con algún ejemplo que nos diga algo acerca de los sistemas más amplios que movilizan la deuda (y en particular, la deuda impagable) de manera punitiva?

Hannah Appel: Me gustaría presentar un mapa que, por sí solo, ilustra tanto la historia como el presente de la supremacía financiera blanca. Este mapa representa las clasificaciones de riesgo crediticio asignadas a distintos países por Standard & Poor en el 2019. Fíjense en cómo las colonias de asentamiento más poderosas–Canadá, Estados Unidos, Australia–tienen las clasificaciones más altas, junto a Suecia, Noruega, Francia, Alemania y Finlandia. En el lado opuesto del espectro tenemos una representación desproporcionada de países ubicados en América del Sur, el Oriente Medio y África, incluyendo treinta y tres naciones africanas cuyo riesgo es considerado tan alto que no admite clasificación. Este es un mapa de las infraestructuras financieras del capitalismo racial: un mapa de la forma discriminatoria en que las tasas de interés le dan forma a los destinos de pueblos y naciones; un mapa que apunta hacia los términos contractuales extractivos que se le imponen a estos países cuando buscan inversión extranjera; y un mapa de las jerarquías de soberanía monetaria. Como casi todo el mundo presta y paga en dólares estadounidenses, éste es también un mapa del poder imperial de ese país.

Pero además, es un mapa de intimidades globales. Un mapa de la deuda como una forma de familiaridad intergeneracional, de la deuda de hogares y comunidades. Un mapa de la transferencia intergeneracional de la riqueza para beneficio del mundo blanco. Esta transferencia incluye la deuda que Francia le impuso al Haití revolucionario en 1825, así como la deuda que los colonos ingleses (con la ayuda del Banco Mundial) le impusieron a Kenia antes de partir, justificándola, en ambos casos, como una forma de compensar a los colonizadores por la pérdida de su “propiedad”: tierras y personas. Éste es, entonces, un mapa del robo histórico de tierra y riqueza. 

Aquí en los Estados Unidos, donde trabajo junto al Debt Collective [@StrikeDebt], los patrones de deuda familiar también revelan las intimidades intergeneracionales del capitalismo racial. Nosotras nos organizamos alrededor de temas como deuda estudiantil, deuda carcelaria, deuda hipotecaria y deuda médica, y vemos que en todas esas categorías, las mujeres negras están desproporcionadamente endeudadas.

Las preguntas que tenemos que hacernos son, ¿quién “debe” realmente, qué debe, y a quién? 

Frances Negrón-Muntaner: En la región que yo estudio–el Caribe– hablar de deuda en “nuestro momento” es complicado. La deuda ha sido una forma de gobernanza colonial punitiva desde el inicio mismo de la colonización europea en la región, y la coyuntura actual no es una excepción. El ejemplo más documentado es, como anotó Hannah, Haití. Allí, la deuda fue impuesta a modo de venganza, para castigar el atrevimiento que representaba una revolución liderada por esclavos (1791-1804) y la fundación de la primera república negra en las Américas.  En 1825, el gobierno haitiano accedió, bajo la amenaza de barcos cañoneros, a indemnizar a Francia con el pago de 150 millones de francos, cantidad equivalente al menos al 270% de su PIB. Esta indemnización infame, que se convirtió en una deuda odiosa, fue representada en aquel momento como un intercambio que buscaba compensar a Francia y a la vez lograr el reconocimiento político internacional de Haití. Pero la transacción hizo imposible que Haití pudiera invertir recursos suficientes en servicios nacionales básicos o independizarse del todo del poder francés, un poder que eventualmente pasó, en gran medida, a manos estadounidenses. Podría decirse que los bancos occidentales han gobernado a Haití por cientos de años. 

Pero estas dinámicas están presentes a través de todo el Caribe. Un ejemplo menos conocido es la República Dominicana. En 1869, el gobierno dominicano obtuvo el infame préstamo Hartmont, a través del cual tomó prestados $250,000 de una firma inglesa y terminó pagando, a lo largo de veinticinco años, un monto mucho mayor: 7.5 millones. Más adelante, a principios del siglo XX, la República Dominicana se convirtió, nuevamente, en la víctima de una deuda odiosa, en esta ocasión con Estados Unidos como prestamista. Durante este periodo, Estados Unidos estaba experimentando con una nueva estrategia llamada “diplomacia del dólar”, diseñada para asegurar su dominio político en las Américas usando la deuda como un mecanismo de control. Entre 1905 y 1907, Estados Unidos puso a la República Dominicana en sindicatura, tomando el control de sus aduanas y reclutando firmas en Wall Street para proveer préstamos al gobierno dominicano. Menos de una década más tarde, Estados Unidos ocupó la República Dominicana militarmente (1916-1924) para forzarla a pagar el dinero debido a prestamistas europeos y de paso aplastar la disidencia, o lo que el presidente Theodore Roosevelt llamaba “los núcleos de revolución”. Como resultado, Estados Unidos se convirtió en el único acreedor de la República Dominicana, el dólar reemplazó al peso durante décadas, y el pasmoso acuerdo de sindicatura siguió en pie hasta 1940. Al día de hoy, la deuda dominicana equivale al 69% de su PIB y se proyecta que en el 2026 superará los 81 billones de dólares. 

El caso de Puerto Rico parece más reciente pero, nuevamente, sirve para ilustrar que el pasado no es, propiamente, “pasado”. En Puerto Rico, la deuda también tiene una larga historia como mecanismo de extracción capitalista y gobernanza colonial. Además de procesos continentales tales como la esclavitud y la desposesión indígena, el gobierno español impuso el “régimen de la libreta” (1849-1873), así llamado porque los trabajadores estaban obligados a cargar siempre con una libreta detallando sus características personales, para quién trabajaban y qué tipo de trabajo realizaban. Así, además de la extracción de mano de obra, el régimen buscaba minimizar la capacidad de organización y movilidad personal de los trabajadores, e imponer la obediencia política a través de la deuda. 

Bajo el dominio colonial de Estados Unidos (a partir de 1898 y hasta el presente), la deuda se ha utilizado para remover, castigar y empobrecer. Inicialmente, el capital utilizó la deuda para presionar a los terratenientes criollos a vender sus tierras y expulsar campesinos de sus hogares.  Durante la segunda mitad del siglo veinte, sin embargo, la deuda neoliberal (en su mayoría en manos de bancos estadounidenses) se fue convirtiendo en la nueva forma que la extracción colonial capitalista asume en Puerto Rico. Durante los setenta, mientras la mayoría de las personas puertorriqueñas tenía ingresos bajos al tiempo que conformaba un mercado cautivo para productos estadounidenses, la industria financiera comenzó a extenderle crédito a casi todo el mundo, para así generalizar el consumo de mercancías. Esto resultó en el endeudamiento generalizado, no solo de “individuos” deudores, sino de toda una sociedad que comenzó, básicamente, a vivir para pagar.  Dos décadas más tarde, el capital financiero estadounidense endeudó, progresivamente, al gobierno de Puerto Rico con préstamos baratos, proceso que culminó, en el 2015, con una deuda nacional de tal magnitud (72 billones, además  de 54 billones en obligaciones de pensiones) que el gobierno la declaró “impagable”. 

Para muchas personas puertorriqueñas, este régimen de deuda es un régimen de muerte que ha aumentado la pobreza, el hambre y la pérdida de vidas como resultado de la negligencia del estado y del deterioro de todo tipo de infraestructura, incluyendo salud, vivienda y educación. Ha erosionado además la autonomía, ya limitada, de importantes instituciones, y desatado la migración en masa de mayor tamaño en la historia reciente del archipiélago, expulsando, desproporcionadamente, puertorriqueños jóvenes, a la misma vez que atrae al país números sin precedentes de millonarios blancos. Este asentamiento blanco, a su vez, le hace cada vez más difícil a los puertorriqueños poder vivir en Puerto Rico, debido al aumento dramático en el costo de vida y bienes raíces que trae consigo. En un futuro cercano, vivir en Puerto Rico podría convertirse en un lujo, disponible solamente, en su mayoría, para el disfrute de gente que no es puertorriqueña. 

  1. de la T.: Puede leer el texto completo en inglés (que incluye sobre discusión sobre algunas formas de resistencia contra la deuda en Puerto Rico y otros países)  y escuchar el audio de la conversación en:https://socialtextjournal.org/periscope_article/the-vengeance-of-unpayable-debts-art-activism-and-agitation-in-puerto-rico-and-the-united-states/

 

 

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