Editorial:Recordando el sacrificio en el Cerro Maravilla  

 

El mes de julio, y particularmente el 25 de julio, evocan momentos espinosos de nuestra historia. El 25 de julio del 1898, las tropas militares de Estados Unidos al mando del general Nelson Miles atacaron y desembarcaron por Guánica  para tomar posesión de Puerto Rico, su nueva colonia obtenida como  parte del saldo de su victoria sobre el reino de España en la llamada Guerra Hispanoamericana.  Ese 25 de julio significó el inicio de una nueva etapa colonial para las islas caribeñas de Puerto Rico, las cuales habían sido ocupadas y conquistadas por España en el 1493, tras el segundo viaje de Cristóbal Colón al llamado “Nuevo Mundo”.  A la llegada del nuevo invasor,  Puerto Rico comenzaba el proceso para la instauración de un gobierno autonómico, tras la otorgación por el gobierno de España de la Carta Autonómica de 1897 que fue el resultado de importantes conquistas políticas alcanzadas por nuestro pueblo.

El nuevo amo colonial llegó e impuso sus reglas del juego: un régimen “puro y duro” con claros rasgos de barbarie, que el 25 de julio de 1952- 54 años después de la invasión-  recibió una “lavada de cara” con la instalación de un gobierno electo por el voto directo del pueblo puertorriqueño y la aprobación de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico (ELA), el engendro jurídico que ideó el gobierno de Washington para aliviarse  la presión de la Organización de Naciones Unidas, en un momento de repliegue del colonialismo en el mundo. Tras la fachada,  en lo sustantivo Puerto Rico continuó sujeto a la cláusula territorial del Congreso de Estados Unidos, bajo la cual se gobiernan  todas  las posesiones coloniales del entonces nuevo imperio.  Estados Unidos en ese momento se cimentaba como la principal potencia económica y militar del mundo, tras su papel fatalmente protagónico en la Segunda Guerra Mundial al haber lanzado por primera vez las temibles bombas atómicas, de las cuales era entonces el único poseedor. En su colonia puertorriqueña, Estados Unidos tenía su principal base estratégica y militar para el control del hemisferio americano, y particularmente, de la región de las Antillas y El Caribe, las cuales ha considerado siempre como su traspatio.

Sería precisamente otro 25 de julio, el del año 1978, el cual le quitaría para siempre la máscara al descarnado colonialismo  de Estados Unidos en Puerto Rico. Ya para esas fechas, la podredumbre de la corrupción pública, los vicios y las guerras de poder, comenzaban a apoderarse  de las claques de colonialistas del patio, que bajo el palio de dos partidos políticos- el Popular Democrático (PPD) y Nuevo Progresista (PNP)- se han turnado en el gobierno de Puerto Rico. Era un momento político álgido, con un resurgir vigoroso de la lucha de amplios sectores del pueblo puertorriqueño por la independencia nacional y un cambio social que hiciera justicia y trajera mejores condiciones de vida y trabajo a nuestra gente. Al coloniaje estadounidense- y a sus sucursales del patio- ya se le veían claramente las grietas del desgaste y la decadencia.

En el contexto de aquella lucha que se libraba por las reivindicaciones del pueblo ante unas fuerzas coloniales decadentes y corruptas, alcanza  significancia heroica  el martirologio de Carlos Soto Arriví y Arnaldo Darío Rosado, dos jovencísimos luchadores independentistas, que fueron entrampados, maniatados y asesinados a sangre fría por efectivos de la División de Inteligencia de la Policía de Puerto Rico frente a dos torres de telecomunicaciones en el Cerro Maravilla, en el área montañosa de Toro Negro. Al feroz asesinato siguió la mentira, y el intento por destruir sus reputaciones imputándoles una falsa intención terrorista,  y aún peor, un operativo oficial para  la defensa y el encubrimiento de los asesinos, orquestado y ejecutado  a los más altos niveles del gobierno de Puerto Rico con la complicidad de personeros del gobierno de Estados Unidos.

La ignominia de un 25 de julio que representa lo peor de la colonia y sus mascaradas, fue  transformada en un tramo luminoso del camino hacia nuestra libertad por el sacrificio de los dos jóvenes patriotas en el Cerro Maravilla. Desde entonces y hasta la eternidad serán siempre recordados con admiración y agradecimiento por los suyos.

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