El fútbol femenino es revolucionario

Por Santiago Delgado

Especial para Claridad

 

A principios de mayo el político español Pablo Iglesias, ex vicepresidente de España, dijo en la radio catalana Rac1 que “el fútbol actual seguramente no traslada valores progresistas” a la sociedad, y este escrito pretende afirmar lo contrario: a través de la integración de una cantidad mayor de identidades nacionales, étnicas y de género en el deporte (en tanto actividad deportiva y espectáculo a ser vivido de manera lúdica y política), el fútbol contribuye a construir una sociedad más integrada y más igualitaria, sirve para propiciar diálogos entre diferentes y aporta a la construcción de una sociedad pacifista y democrática.

Comencemos con una obviedad: el fútbol femenino se encuentra muy lejos de su homólogo masculino, algo que no debe sorprender a quienes miren la realidad con las gafas del feminismo. El fútbol masculino cuenta con mayor número de personas que lo practican y que lo consumen, recibe mayor nivel de inversión pública y privada, recibe mayor cobertura mediática y, a nivel ideológico, los hitos del deporte que habitan la imaginación de la mayor parte de los habitantes del Planeta Fútbol están protagonizados por varones. Y a pesar de todo lo anterior: el fútbol femenino no para de crecer. Según un informe publicado en el 2022 por la UEFA titulado “The business case for Women’s football”, el fútbol femenino es seguido por 144 millones de seguidores y estiman que ese numero crecerá hasta los 328 millones; además de que las asistencias a los estadios para partidos a nivel clubes rompieron varios récords (siendo particularmente notables las cifras de aficionados a los partidos de la UWCL entre el Wolfsburgo y el Barcelona Femenino, que superaron los 91,000 presentes en el Camp Nou). Otro hallazgo del informe es lo bien que funcionan las retrasmisiones de los torneos que organiza la UEFA y el crecimiento vertiginoso de seguidores en redes sociales respecto de 2021. A esto último se añade que la mayoría de los aficionados del fútbol femenino (más de la mitad) son seguidores que llevan 5 años o menos consumiéndolo y una tercera parte son nuevos. A nivel de selecciones la situación del fútbol femenino es muy parecida: en el Mundial de 2019 ( con Francia de país anfitrión) hubo estadios totalmente llenos, se duplicaron los premios económicos respectos del Mundial anterior (Canadá 2015), Panini comercializó su álbum de estampitas con todas las jugadoras mundialistas y para ese entonces hubo publicidades denunciando el trato desigual que recibían las futbolistas por parte de la prensa y afición del fútbol “tradicional”, es decir, el fútbol jugado por hombres. En la Copa del Mundo que se está disputando en estas semanas en Nueva Zelanda y Australia (ambos países anfitriones) se estrenó un nuevo formato ampliado con 32 selecciones, con más récords de ventas de boletos, más inversión, más seguimiento mediático y por redes sociales y, por primera vez desde 2011 (cuando Japón levantó la Copa) tendrá una selección campeona inédita.

Marta Vieira, la más grande futbolista del fútbol femenino latinoamericano (y una de las leyendas de este deporte) acaba de disputar su última Copa del Mundo. Ella es la máxima goleadora en la historia de los Mundiales masculinos o femeninos, con goles anotados en cinco Mundiales y con seis Copas del Mundo disputadas dentro de una larga y ejemplar carrera deportiva. Somos multitud los que nos conmovimos con las declaraciones de la jugadora en su última rueda de prensa:  “Saben qué es lo bueno? Cuando empecé no había un ídolo femenino. Ustedes no mostraban fútbol femenino. Cuándo iba yo a pensar que llegaría a la selección y a convertirme en una referente? Ahora salgo a la calle y la gente me para, los padres me dicen ‘mi hija te adora’, quiere ser como usted. Nadie conocía a Marta, ahora me convertí en referencia para muchas mujeres, no solo en fútbol. Acabamos abriendo muchas puertas para la igualdad.”

La creación de las condiciones de posibilidad para que cada vez más identidades (en este caso de género pero también nacionales y étnicas) se vean representadas como protagonistas de los acontecimientos sociales (y ningún evento social tiene más audiencia planetaria que una Copa del Mundo de Fútbol) contribuye a la construcción de una sociedad más igualitaria y democrática. De la misma manera en que el fútbol femenino es mejor cuando cada vez mas niñas quieren practicar el deporte, el deporte es mejor cuando lo practican hombres y mujeres y la dimensión lúdica del deporte también es mejor cuando la afición es cada vez más diversa.

El nuevo formato, con 32 selecciones, es la novedad más importante de esta Copa del Mundo y no fue una decisión libre de críticas. Históricamente cada vez que la FIFA decide ampliar la cantidad de países participantes del máximo torneo de selecciones hay un sector del periodismo especializado y de alguna parte de la afición que se opone al mismo utilizando dos argumentos fundamentales:

  1. Esta decisión sólo beneficia a la economía de la propia FIFA y no redunda en ningún beneficio deportivo.
  2. Incluir tantas selecciones necesariamente resultará en partidos con poco interés para la afición.

Ambos argumentos son demostrados como equivocados con cada torneo mundialista, no solo con la mejoría progresiva del nivel de selecciones que no son consideradas potencias (Jamaica, Marruecos o Australia en el torneo en curso) pero también con el solo hecho de tener a esas naciones siendo representadas en este evento. Esas niñas jamaicanas, marroquíes y australianas se vieron representadas y muchas de ellas seguramente sentirán algo parecido a lo que sienten las niñas brasileñas cuando miraban a la gran Marta cansarse de anotar goles con todas las camisetas que vistió.

Dicho todo lo anterior, no quiero que algún lector se lleve la impresión de que el fútbol femenino se puede pensar como un proyecto desarrollado y maduro; como dice la periodista argentina Natalia Maderna: “el fútbol femenino está por hacer”. Falta compromiso de clubes y federaciones, falta inversión de los equipos, de los estados y de las marcas comerciales, falta infraestructura a todos los niveles, falta la profesionalización del deporte en todos los países afiliados a la FIFA, faltan protocolos que protejan a las atletas ante situaciones de violencia de género, faltan más periodistas comprometidos en mostrar el deporte, faltan más medios de comunicación que cubran los torneos y a sus protagonistas, etc.. Y a pesar de todo lo que queda por hacer, el espectáculo que nos han regalado todas las futbolistas participantes en Nueva Zelanda y Australia ha sido maravilloso e inolvidable. Oh, y Pablo Iglesias estaba equivocado.

 

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