Especial para CLARIDAD
Las elecciones celebradas ayer, 5 de noviembre de 2024, tuvieron un impacto muy profundo en el escenario político puertorriqueño. No debe sorprendernos que ese sacudimiento haya estado plagado de intensas contradicciones. Cuando un mundo nuevo intenta abrirse paso desde lo que podría ser la crisis económica y política más compleja que ha sufrido Puerto Rico en toda su historia, la nueva sociedad surge desde el duro cascarón de la vieja sociedad dispuesta a organizar todas sus fuerzas para no dejarla nacer. La ventaja de la vieja sociedad se articula con su propia existencia. Desde la realidad social vivida, se aferra a los hábitos, intenta organizarlos y fortalecerlos. Ante la urgencia del cambio, utiliza la pega más fuerte que encuentra a su paso: el miedo.
Por eso, en estas pasadas elecciones, todavía sin resultados finales, podemos afirmar que hubo una fuerte tensión entre el miedo y la audacia, entre la irracionalidad paralizante y la movilización de la esperanza. Ninguna de estas dos fuerzas en tensión se debe subestimar. Si se pretende hacer un análisis desde la perspectiva de la esperanza, no podemos apoyarnos en las metas no conseguidas para alimentar la desilusión y la desmoralización. Debemos controlar el hábito de la prisa. Por el contrario, nuestra tarea en el intento de entender lo sucedido debe adoptar la calma y permearla de reflexión, pensamiento, para poder actuar con inteligencia en un campo minado por intensas contradicciones. Lo importante es no permitir que la ilusión no satisfecha con algunos resultados erosione la esperanza.
Veamos primero los logros provisionales obtenidos por la vieja política bipartidista en estas elecciones. El Partido Nuevo Progresista, por su parte, consiguió una victoria innegable en dos niveles: la gobernación y la legislatura. Tendrá control del gobierno, podrá consolidar su hegemonía en la Corte Suprema, y no podrá culpar a nadie por sus fracasos. Pero también los logros, si los tuviera, serán suyos. Jenniffer González obtuvo algo que debemos reconocer. Detuvo la línea de descenso, con una historia visible, del porcentaje de votos obtenidos por el candidato a gobernador del PNP desde 2012 hasta 2020. Mientras Pedro Pierluisi apenas obtuvo 33% de los votos emitidos en 2020, González podría terminar con un alrededor de 39 o 40%. La cifra sigue muy lejos del 52.8% de los votos emitidos lograda por Luis Fortuño en 2008. Pero no puede negarse que, por el momento, González revirtió una tendencia que se había manifestado con notable visibilidad en tres elecciones consecutivas. Y lo hizo con la fuerza suficiente para lograr una victoria legislativa contundente.
Sin embargo, esa victoria lleva en su interior síntomas contradictorios. El bipartidismo sufrió un severo golpe en las recientes elecciones. El candidato del Partido Popular Democrático colapsó de forma alarmante. Obtuvo apenas alrededor de 22%. Es decir, los votos bipartidistas, considerados en conjunto, que hasta 2012 oscilaban entre 94 y 95% del total de votos emitidos, ha seguido descendiendo. Si González alcanzara el 40%, sumados al 22% de Jesús Manuel Ortiz, el porcentaje de votos obtenidos por el bipartidismo seguiría su curso de caída comparado con el total conseguido en 2020. Con una aguda contradicción: el candidato a Comisionado Residente del PNP fue derrotado de una manera decisiva por el candidato del PPD. El significado de la victoria PPD al puesto de Comisionado fue estremecedor. Acabó con 20 años de monopolio PNP en esta posición. La anomalía no es poca. El PNP perdió el puesto ocupado por González durante los últimos ocho años, donde ella afirmó en 2016 que haría temblar el Congreso con su avance hacia la estadidad, en el momento de una victoria electoral de Donald Trump. Como puede observarse, el terreno bipartidista, en conjunto, no puede verse con mucho optimismo. Sobre todo, por la ausencia de un proyecto en las dos piezas que lo forman. Ambos siguen con la misma política neoliberal que los ha llevado al deterioro histórico.
Después de esa mirada rápida sobre los logros contradictorios del bipartidismo, visto en conjunto y con cifras electorales incompletas, podemos considerar las nuevas fuerzas electorales que han irrumpido. La Alianza tuvo resultados contradictorios también. Veamos primero su logro principal. Su candidato a gobernador, Juan Dalmau, desde la columna del Partido Independentista Puertorriqueño, obtuvo alrededor del 32% de los votos emitidos. La cantidad de votos recibidos sobrepasará los 365,000. ¿Quién hubiese imaginado una cifra de esta magnitud hace una década? Además, hay que tener en cuenta la campaña de miedo llevada a cabo por los tres partidos opositores a la Alianza. La campaña de las tres organizaciones parecía el corifeo de una tragedia griega. Ni el Proyecto Dignidad, ni el PPD se dieron cuenta que se acomodaron en un trío donde la voz principal era, sin duda, González. No solo por su agresividad en el ataque, sino porque era la candidata con una gran cantidad de dinero y recursos de propaganda. El resultado, sobre todo para el Proyecto Dignidad, fue que propiciaron el traslado de gran parte de sus votos hacia el PNP. Los recursos del miedo operaron en contra de ambos partidos. El Proyecto Dignidad vio evaporarse su crecimiento.
Por otro lado, el Movimiento Victoria Ciudadana no obtuvo los resultados esperados. Fue el movimiento más centralmente atacado con las campañas del miedo. Llevó a cabo campañas notables y bien articuladas, pero las perdió por márgenes mínimos en varios lugares. Con toda probabilidad, las campañas de miedo, al desplazar votos del Proyecto Dignidad, e incluso del PPD, hacia el PNP, tuvo un efecto negativo sobre los candidatos y candidatas del MVC. De todas formas, aun cuando no logren representación legislativa o la alcaldía de San Juan, constituyen una fuerza política muy destacada en la capital y otras partes de la isla. Paradójicamente, las dos organizaciones políticas nuevas, surgidas en las elecciones de 2020, fueron las que salieron en peores condiciones en las elecciones de 2024. ¿Significa este retroceso un fracaso de los partidos emergentes? En el caso del MVC, como pieza clave de la Alianza, no debe ser así. Su destino podría depender de dos factores importantes: 1) de la capacidad de transformación de la vieja estructura del PIP; 2) de la capacidad de autocrítica del MVC y de la profundidad de su introspección en la situación difícil en que se encuentra.
Por un lado, el viejo Partido Independentista no tendrá la posibilidad de fortalecer el inmenso logro electoral del 2024 si no se transforma internamente. Mientras, por otro lado, el MVC tampoco será una alternativa si en su autocrítica, si en su proceso de evaluación, no concentra su mirada en sus propias debilidades. El peligro que vive el MVC consiste en la fácil tendencia a buscar explicaciones fuera de la organización, ver las fallas en el exterior, cuando los problemas más difíciles de resolver están en el interior de la estructura. La Alianza, como una combinación de dos organizaciones, si quiere consolidarse, debe evitar las viejas nociones sectarias de la autosuficiencia y de la prepotencia. La forma en que se construyó la Alianza, la amenaza real que constituyó, con el evidente temblor que provocó en las filas del bipartidismo, objetivamente favoreció al PIP. ¿Tendrá el PIP la capacidad de entender que el fortalecimiento de la enorme conquista lograda, con el evidente quebranto del bipartidismo, exige la persistencia de la solidaridad y el desprendimiento? ¿Entenderá lo mismo el MVC en su difícil situación actual? Las ilusiones no cumplidas no deberían debilitar la esperanza. Es evidente que la campaña anticomunista y antisocialista hizo daño. Fue viciosa y malintencionada. Asustarse ante ella sería dar pasos hacia atrás. Los cerca de 400,000 votos de Dalmau son prueba de la fuerza y la audacia del cambio que necesita Puerto Rico. Organizar esa fuerza, hacerla perdurable, es el reto de las dos organizaciones.