En defensa del idioma más allá de su romantización

A inicios de enero el Dr. Raúl Otero me invitó a ser parte de la Semana de la Lengua a celebrarse en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Carolina. Ante su invitación lo primero que pensé fue “¿sobre qué? ¿qué, durante pleno siglo XXI, debería estar diciendo en un auditorio universitario que no se haya dicho?” Las opciones son limitadas, sabemos que el idioma es esencial para nuestro proceso comunicativo, nos han repetido hasta la saciedad que debemos apreciar, valorar, respetar, cuidar – y un largo etcétera – nuestro idioma pero lo que no solemos escuchar es el porqué: y es esto, precisamente, lo que pensé compartir en esta ocasión. Hoy me presento sin pretensiones de compartir apuntes con rigor investigativo, vengo más bien con la intención de abrir un espacio para la reflexión de lo que implica la lengua materna en nuestro día a día. Estar aquí hoy me permite articular una defensa del idioma que trascienda su romantización. En otras palabras, hablar de la importancia del español, en Puerto Rico, para los puertorriqueños, a partir de lo que realmente implica el dominio de la lengua. En un contexto como el de Puerto Rico, la importancia o defensa del idioma suele partir de trincheras político-culturales que ven en su defensa, la defensa de la autonomía del país. Cuando no, este abogar en pro del idioma materno se centra en su asumida belleza, su particular magia para enamorar a quien le lee y para encantar a quien le oye: para conquistar corazones y entretener las mentes. Pero la realidad es que el dominio de la lengua materna trasciende estos asuntos: define, entre otras cosas, nuestra calidad de vida.

Hace aproximadamente cuatro años, presenté ante un Congreso de la UNESCO en Ecuador una ponencia titulada “Enseñando a leer, doce años después”. En ella explicaba cómo había sido el proceso de enseñar el curso de Español Básico a jóvenes universitarios que, dentro del contexto en que me encontraba, solían percibir la enseñanza del español como un espacio desperdiciado dentro de sus currículos. El punto de partida de su pensamiento era el mismo: “¿para qué tomar esta clase si yo sé leer?”. Y, para ser honesta, bien que sabían. La lectura como proceso mecánico de leer letra por letra, sílaba por sílaba hasta formar palabras, frases y oraciones era un asunto que dominaban muy bien. Del mismo modo dominaban la lectura como proceso de memorización. Ante la pregunta, “¿para qué leemos?”, la respuesta les resultaba en extremo evidente: “¡para aprender!”. Sin embargo ese “aprender” lo caracterizaban como un “memorizar” información. Y claro, no me malinterpreten, la memorización como proceso cognitivo es importante en el desarrollo de los estudiantes. El problema está cuando sus procesos educativos se limitan a esto. De hecho, por eso de que veamos que esto no es un problema particular de la enseñanza del idioma, les comparto que hace poco leí un exquisito ensayo del profesor de Física en Harvard, Eric Mazur, donde señalaba que “(la) práctica de memorizar algoritmos y ecuaciones sin comprender los conceptos detrás de las manipulaciones es intelectualmente poco provechoso…”(3). Lo mismo sucede en el terreno de la lengua, la lectura y la escritura. En aquella conferencia planteaba que mi principal reto en el salón de clases era llevar a estos jóvenes a que descubrieran por ellos mismos que no estaban leyendo de una manera competente, tal cual lo define Antonio Mendoza en “Lector ingenuo, lector competente”. La meta era que vieran en la lectura una herramienta de liberación – cuando menos- intelectual pero para eso era necesaria la lectura crítica y para lograrla es necesario, a su vez, el dominio del idioma. En ese entonces, señalé como uno de los problemas tangibles dentro de la enseñanza del español en el país, el asunto de su condición colonial. No lo hice con la intención de que se viera el español como la esencia de los puertorriqueños, en contraposición al inglés, sino que lo trabajé de manera tal que quedara establecido las relaciones de poder que se establecen entre las lenguas, según teoriza Ngũgĩ wa Thiong’o, en espacios territoriales que son o han sido colonizados. Utilizo esta charla como hilo conductor para lo que deseo presentar hoy pues esta realidad sigue mediando el modo en que nos relacionamos con la lengua materna y, sin que nos demos cuenta, el modo en que los estudiantes se relacionan con la educación presentada como epicentro de la creación de nuevos saberes. Como siempre se ha limitado el asunto de la lengua materna a concepciones socio-políticas y culturales, dentro de la discusión entre la importancia del inglés sobre el español o viceversa, hemos pasado desapercibido que – y cito textualmente a wa Thiong’o – “la enajenación colonial interviene de dos formas: un distanciamiento activo de la realidad que nos rodea y una activa identificación con aquello que es más lejano a nuestro entorno” (28). Así pues, nuestro sistema de educación, que ha tenido desde sus orígenes – y cito textualmente memorandos recopilados por Aida Negrón de Montilla – “moldear las mentes de los niños puertorriqueños e inspirarlos con el espíritu americano, transmitir… el espíritu y los ideales del pueblo americano y fomentar un entusiasmo, una devoción y un patriotismo por la República (estadounidense)”(Negrón, 273), ha utilizado como herramienta política el poder discursivo que acarrea la enseñanza del inglés como idioma que promete un mejor futuro pero que, por sí solo, no cumple con esas promesas porque ningún idioma es mágico. Reitero, estas afirmaciones trascienden asuntos políticos, se trata de pensar el modo en que relacionamos a nuestros estudiantes con la lengua materna y los posibles remanentes que esto puede tener en el modo en que se relacionarán con las necesidades del país que los está formando. Así que, ¿por qué traer a colación esta antigua conferencia en el día de hoy? Es bastante sencillo, la educación y el idioma, en Puerto Rico, han sido asuntos peligrosamente politizados y más allá de asuntos político partidistas, lo que se esconde detrás de esto es crítico para nuestro porvenir. En aquella ocasión señalé que para mí era esencial que los estudiantes leyeran críticamente porque solo así serían capaces de relacionarse con su entorno para ir creando conocimientos adecuados a sus realidades de vida. Hoy afirmo que la defensa del español en Puerto Rico es esencial si queremos estudiantes capaces de pensar críticamente las necesidades sociales, políticas y económicas que acechan al país pues solo un dominio pleno de la lengua materna y una comprensión absoluta de sus cualidades como idioma es lo que les permitirá este tipo de lectura y escritura crítica. Y es que queremos jóvenes emprendedores, creativos, ingeniosos pero se nos olvida enseñarles cómo eso se logra.

Continuamente vemos en nuestros salones estudiantes que se expresan – tanto verbal como por escrito – con singulares dificultades. En ocasiones solucionamos el problema sugiriéndoles que desarrollen más el uso y práctica del inglés pero esto pasa por alto que tras ese problema de comunicación lo que se esconde es una educación que ha obviado la importancia del dominio de la lengua materna como herramienta de pensamiento. No es un idioma en específico el que abre las puertas al éxito sino el dominio de este como máquina para procesar el pensamiento: eso no se lo decimos. Así pues, tenemos jóvenes que piensan que hablando inglés encontrarán la llave mágica para lo que conciben como progreso sin comprender que ese conocimiento memorizado y alejado de sus realidades de vida – no puesto en práctica para solucionar problemas o sugerir ideas alternativas -, no se traduce en conocimiento práctico.

En otras ocasiones, ante estos mismos estudiantes, terminamos enjuiciándolos porque no conocen ni dominan el uso del lenguaje de manera mecánica, no saben de sus escritores clásicos, mucho menos de los contemporáneos y, peor aún “¡tragedia, oyen a Bad Bunny!” decimos. La agenda de este tipo de enseñanza se limita a la defensa del idioma desde el nicho de su capacidad para “embellecer” todo lo que describe, nombra y define: ¡ah, la lengua de Cervantes! No obstante, todas estas defensas: la política, la de su riqueza literaria, la de su capacidad de embellecer, terminan, entre líneas, afirmándole a los alumnos que el español es un idioma anquilosado y que, peor aún, no es el idioma del conocimiento. Es como si le afirmáramos que, en efecto, el español es la lengua que solo produce belleza artística y el inglés conocimiento. Así pues, tanto los críticos del español como sus defensores terminan navegando por las mismas aguas que presentan el dominio del idioma como gestor de información para memorizar y no como herramienta para la creación de conocimientos.

Es por todo esto que propongo una defensa de la lengua materna, de nuestro español, desde lo que – pienso – debería ser sus argumentos más evidentes pero resultan los más desapercibidos; (1) las lenguas, todas, son caudales de información ancestral que dejan al descubierto los modos particulares en que nos relacionamos con nuestro entorno; (2) las lenguas, todas, son capaces de construir y divulgar conocimientos; (3) pensar en nuestro idioma, con palabras que responden a nuestro entorno, nos permite acercarnos a este de manera tangible, no solo para comprenderlo sino para transformarlo en pos de una mejor comunidad. El acercamiento es sencillo: el lenguaje es una ciencia, los estudios de este nos han dejado claro que hay en el cerebro unas reacciones ante estímulos que evidencian una “facultad de lenguaje” y que, como establece el lingüista Noam Chomsky “el lenguaje tiene que ver de una manera crucial con el pensamiento, la acción y las relaciones sociales” (12). Del mismo modo, se parte de la presunción que establece que, como señala wa Thiong’o, la lengua materna es la lengua del conocimiento propio, y que esta trae consigo un bagaje cultural importante para entender el contexto en el que nos formamos: comprenderla nos permite crear conocimientos y no limitarnos a repetirlos.

Para defender el idioma más allá de su romantización es preciso entenderlo tal y como los nuevos acercamientos neurolingüísticos nos lo van presentando, como una herramienta de pensamiento. Así pues, leer, por ejemplo, pasa de ser deletrear las palabras que tengo al frente a comprender las ideas, ideologías y propósitos que se me presentan a través de ellas. Y por supuesto, esto solo se logra con una comprensión vasta de nuestra lengua materna. El idioma entonces debe dejar de ser percibido como un asunto esotérico y mágico y comenzar a ser entendido como un develador de realidades. La lengua materna es vínculo con el pensamiento y puerta a la realidad social pues, como menciona Freire en uno de sus ensayos sobre la lectura, “…lenguaje y realidad se vinculan dinámicamente” (1) pues “la comprensión del texto a ser alcanzada por su lectura crítica implica la percepción de relaciones entre el texto y el contexto” (1) y la única manera de alcanzar esto es utilizando la lengua materna y no aquella que, como bien establece wa Thiong’o, por tener la intención de ser herramienta de hegemonía discursiva, nos aleja de la realidades de nuestro contexto y nos mantiene alienados de las necesidades que como comunidad sí tenemos. Por tanto, mi defensa a nuestra lengua tiene que ver con la necesidad de construir un mejor país y utilizar las mentes que preparamos en nuestros salones de clase para esta transformación.

El español, como lengua, es capaz de crear conocimientos transformadores y de abrirle puertas a nuestros estudiantes. El tan nombrado éxito que solemos prometerles tiene mucho más que ver con la capacidad que estos tienen de buscar soluciones ingeniosas a diversos problemas, el modo en que comunican y racionalizan sus ideas y menos con el idioma que dominan. Esto no cancela el hecho de que mientras más idiomas conozcan, mejor, pero tampoco les sigue sugiriendo que el español es una lengua limitada a las artes y limitante – ante sus expectativas de progreso. Nuestra lengua hay que defenderla porque ha creado y sigue creando conocimientos, arte, literatura, filosofía, ciencia pues es un procesador de ideas que plasma nuestros pensamientos. Su defensa debe hacerse como modo de honrar la realidad: no es el idioma el que abre puertas sino el modo en que le utilizamos.

De hecho, para ser más honesta aún, la defensa de nuestra lengua materna debe hacerse en pos de todos los estudiantes puertorriqueños que son brillantes y a los que se les ha reiterado durante sus doce años de escolaridad que no llegarán lejos si no dominan el inglés, arrebatándoles así las esperanzas de aspirar a más, cuando realmente tienen todo el potencial de construir conocimientos que transformen nuestras realidades de vida. Por cada uno de ellos, los que han pasado, los que están y los que llegarán, es preciso dejar establecido que nuestra lengua, el español, es una herramienta de pensamiento que les permitirá crear, construir, transformar siempre y cuando sepan comprenderla, dominarla y utilizarla para pensar, leer y criticar los contextos en los que se encuentren: y es que cambiar al mundo es posible cuando somos capaces de utilizar nuestro idioma en pos de esa realidad.

Referencias:

Freire, Paulo. La importancia de leer y el proceso de liberación. México: Siglo XXI Editores, 1984.

Mazur, Eric. “Comprensión o memorización: ¿Estamos enseñando lo correcto?”. Instituto de Docencia Universitaria. PUCP. En línea.

Mendoza Fillola, Antonio. “El lector ingenuo y el lector competente: Pautas para la reflexión sobre la competencia lectora”. Puertas a la lectura. 9.10, 2000. pp. 120-127.

Negrón de Montilla, Aida. La americanización de Puerto Rico y el sistema de instrucción pública, 1900-1930. Rio Piedras: Editorial UPR, 1977.

Wa Thiong’o, Ngũgĩ. Decolonizar la mente: La política lingüística de la literatura Africana. España: Grupo Penguin Random House, 2015.

—. “En contra del feudalismo lingüístico y el darwinismo lingüístico: Relaciones de poder entre las lenguas”. Derechos lingüísticos. 3 octubre 2009. En línea.

Conferencia ofrecida en mayo de 2022 como parte de las actividades de la Semana de la Lengua en la UPR de Carolina

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