En memoria del maestro que fui

El autor en Macbeth.Foto Ricardo Alcaraz

#LA ESCUELA ESTA ABIERTA

Por Carmelo Santana Mojica/Especial para En Rojo

 Siempre quise ser maestro. Incluso cuando mi padre quería que estudiara Farmacia, le dije a mi madre que le regalaría el diploma de farmacéutico, pero estudiaría para ser maestro. Mi madre me contestó: “Tu padre no va hacer nada con un diploma en la pared. Estudia lo que quieras, pero nunca olvides que somos pobres y tienes que estudiar algo de lo que puedas vivir.” Por eso solicité a la Universidad para ser maestro de francés y teatro. (¡Horror, dos cosas inútiles para mi padre!) Era un esfuerzo por tener posibilidades en dos disciplinas que me interesaban por igual; pero en el camino, ya se sabe, todo cambia y me gradué de maestro de teatro.

Lo maravilloso de ser maestro de teatro y enseñar lengua y literatura en español durante 25 años ha sido que cada día, cada clase, es “como si” subiera a escena. Lo maravilloso del teatro es que ocurre “ahí” frente a nosotros, entre nosotros (quien interpreta y su público). Ahora me toca esconderme detrás de una pantalla, escribir en vez de hablar, buscar nuevos materiales para cumplir con los mismos objetivos, darme cuenta que mis estudiantes siguen ahí, imaginarme que me entienden porque eso significa su silencio…

No es que a los 63 años no pueda aprender a enfocar una cámara, es que mi computadora no tiene cámara. No es que no pueda comprar un libro por Internet, es que nunca lo hago porque me niego a poner el número de mi tarjeta en no sé dónde, para que lo use no sé quién. No es que no quiera corregir en pantalla 78 ensayos, es que sería más fácil imprimirlos, pero la impresora murió por un bajón de luz. No es, no es ni esto ni aquello. ES que no quiero dejar de ser yo: viejo, diabético, con alta presión, con triglicéridos, colesterol y algunos pequeños derrames cerebrales. Con todo eso se brega, no haya duda, porque día a día se compensa con la vitalidad del público asistente.

Estoy seguro, a pesar de todo, que terminaremos este semestre porque esto que nos toca ahora no es peor que la caída de las Torres Gemelas en Nueva York o el viento de un huracán de categoría cinco. No es peor que la infección causada por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH); el SIDA se ha cobrado la vida de más de 35 millones de seres humanos desde 1980 y otra cantidad mayor sobrevive aún enferma. No es peor que el Ébola, cuyo brote en África occidental, que inició en marzo de 2014, acabó con el 40% de las personas que contrajeron la afección y aún se considera que “los brotes de enfermedad por el virus del Ébola (EVE) tienen una tasa de letalidad que puede llegar al 90%.”  No es peor, solo que nos exige mayor cuidado porque es lo que nos toca en este momento. Estoy seguro, sin embargo, que vamos a superarlo porque apenas ayer aprendimos con Garcilaso de la Vega que:

Todo lo mudará la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre.

 

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