En Reserva-Imaginarse al otro

Especial para En Rojo

 

Entre las vastas dimensiones de la experiencia humana es el arte lo que nos permite entender sentimientos primitivos, simples y también nos hace abrazar sentimientos más complejos. Estos últimos son los que atados a su contradicción, hacen que imaginemos los puntos de vista de personajes siniestros o que asimilemos mejor las verdades crueles. Me aventuro a formular que una sociedad sin obras literarias o trabajos audiovisuales para apreciar sería un espacio agudamente más apático y peligroso que el que vivimos ahora.

Pero ¿qué sucede si lo único que esperamos del arte es simplemente bienestar moral y sentimientos predigeridos? O caso contrario, que el acompañamiento a un personaje ficticio perturbe nuestra intimidad al punto que terminemos por enjuiciar la obra –y de paso a quien escribe la historia.

Propongo en un intento decidido –y también orientado por una lectura reciente sobre moral, imaginación y arte narrativo[1]– esbozar que sin lo macabro, los relatos hirientes e inmorales nos distanciamos de lo sublime. Al igual que de la empatía necesaria para invocar la solidaridad.

De acuerdo con la experiencia clínica aportada por el psicoanálisis el acto “perverso” es aquello que una estructura neurótica niega desde su interior. Es decir que el neurótico acusaría al perverso de ser una “bestia que goza” pero el perverso en su defensa diría algo así como: “cada vez que yo actúo tú te fascinas con lo que hago”[2]. Mientras el goce del neurótico está detenido en un sufrimiento que goza de manera inconsciente (y que le cuesta reconocer, por eso lo fantasea), el goce del perverso queda exhibido como algo terrorífico, insensible. Y por lo general, de un modo consciente.

Por ello eliminar la categoría del otro, en su propia escena, cercena la posibilidad de comprender las vidas humanas más allá del goce. Porque el goce como concepto psicoanalítico se presenta como una negación al eros y al tánatos. Una imposibilidad ante el deseo. Particularmente lo asocio con el adormecimiento. Lo que me hace pensar en el arte que “piensa” moralmente por nosotros, para que sean los sentimientos y las emociones predigeridas las que consumamos, gravitando hacia el feeling-good sin que saquemos el jugo a la capacidad de relativizar o simplemente imaginar. Imaginar es esencial cuando creamos.

A fin de cuentas, lo abyecto, la contradicción y las tribulaciones son inherentes a la humanidad.

El filósofo catalán Pau Luque nos invita a escarbar en aquellas filosas provocaciones de la creación literaria y artística que él nombra las “virtudes imperfectas”, cuyo registro compara al de la música dodecafónica por el cromatismo de sus tonalidades. Las “virtudes imperfectas” acaso captan mejor la complejidad moral de los humanos, porque nos invitan a “un tenebroso paseo…esforzarnos a imaginar esa caminata en la que el arte contribuiría, de reojo y con ambiciosa modestia, en el ensanchamiento de nuestra comprensión moral”, explica el autor[3].

En su enjundioso y divertido ensayo, Luque nos comparte ejemplos –añadiría “de culto”– sobre la literatura de Iris Murdoch, las líricas de Nick Cave o los films de Michael Haneke que magistralmente nos adentran en personajes imaginados con varios grados de moralidad que –irrespectivamente de que les odiemos o no– contrastan de un modo muy subjetivo las nociones de lealtad, compasión, generosidad y también la comprensión hacia ellos. Las imperfecciones nos aproximan a que una obra de arte narrativo puede ser moralista sin ser doctrinaria o simplemente podemos aprender de ella aunque ella no pretenda enseñarnos nada. Aprender a imaginar sin juzgar, diría yo.

¿No sería eso una alteridad esencial para entender la realidad? Imaginarse al otro es una manera de empezar a entenderse a uno mismo. Coincido con el autor en que es muy probable que el conocimiento o la comprensión de lo humano sea asimétrica. Por un lado nos da temor entender las prácticas perversas o ajenas, un repelillo que algo nos precipite a aceptarlas. Es un miedo injustificado, aunque no inexplicable. Tampoco es que el autoconocimiento o la reflexión profunda sean prácticas habitualmente estimadas.

Aunque convocados a apreciar las propuestas del arte y la literatura es fácil admitir que “la realidad” no se agota en aquello que el ojo puede ver porque con frecuencia las palabras ven más que los ojos. Incluso en los textos que son realistas, rara vez se convoca la realidad para hablar de cómo es de verdad la realidad; más bien se la convoca para hablar de cómo nos gustaría que fuera. Imaginamos. Quizás deba hacer la salvedad acerca de uno que otro texto de corte periodístico, pero una golondrina no hace verano. Ni tres tampoco.

Si acaso, hay que ser compasivos con quienes manifiestan virtudes imperfectas, perversas, poliédricas no porque tengan en sí una patología inevitable, sino porque el defecto, la contradicción y la confusión es aquello en lo que consisten nuestras vidas morales. Y que seamos convocados a sacudidas que nos obliguen a reconsiderar lo que dimos por sentado es, cuando menos, un favor que nos hacen.

Les animo a conocer más del laureado ensayo en torno al arte himenóptero y su interesante concepción que resalta lo que queda más allá de los contornos de la moral para que seamos nosotros los lectores quienes lidiemos con el abismo, con la imaginación al límite. Y recordarnos la afirmación de que un juicio moral (sobre una obra de arte, aunque extenderlo a la vida en general obraría bien) no debería imitar un juicio penal. Que busca la perfección y su acento está en la condena o absolución. Me agrada la idea de que haya más conocimiento en la duda que en la certeza, porque una nos aleja del absolutismo y el fanatismo. En una defensa magistral a la incertidumbre Luque articula que se puede salvar a los personajes y herir a los lectores con la misma arma: las virtudes imperfectas. Porque lo más letal que se puede decir de una novela es que de ella hemos salido ilesos[4].

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Pau Luque, Las cosas como son y otras fantasías. Editorial Anagrama, 2020.

[2] Alejandro Campot, ¿Qué es la perversión y la psicopatía? 21-11-2020

[3] Luque, pág 17-18

[4] Luque, pág. 70

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